Mamma mia!, la película, viene con críticas diversas. Hay que decir, primero, que es una película de verano (en aquel hemisferio, queda claro): no está hecha para sentarse ni a reflexionar ni a padecer. Algunos críticos, sin embargo, sí que sufrieron: la siempre difícil de complacer Stephanie Zacharek, de Salon.com, escribió que parece una película “hecha por una máquina de karaoke, no por un ser humano”, y que la actuación de Meryl Streep es “un festival de horrores... Streep parece decidida a predicar que una mujer de más de 50 puede ser sexy, divertida, vivaz, traviesa, pero lo que hace es más publicidad que actuación”. Otra dura, Dana Stevens, de Slate, está en desacuerdo completo: “Meryl Streep ha dicho que su papel en la película va a mortificar a sus hijos adolescentes. Lo mismo le va a pasar al público joven, cuya idea de lo cool no incluye a una mujer de 59 años bailando la canción del título en overalls, sobre un techo. ¿Pero saben qué? Esa gente le puede besar el culo a Meryl y quedarse en casa con el ceño fruncido. Lo grandioso de Mamma mia! es lo desconectada que está del concepto de cool. El espíritu de la película queda en algún lugar entre High School Musical y Hedwig & The Angry Inch: es al mismo tiempo una película enteramente tonta y orgullosamente sexual. Propone un paraíso transgeneracional y pansexual que es tan profundamente queer que, cuando uno de los personajes sale del closet al final de la película, la revelación parece superflua. Hace 90 minutos que estamos cantando ABBA mientras bailamos en fila sobre un muelle, ¿y nos viene a decir que hay algo gay en todo esto? ¡Obvio que sí!”.
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