Ante el espejo abominable
cópula que multiplica el número de lo mismo
alza el busto –ese simulacro– y miente la voluptuosidad con que acaricia
senos que –si no tiene– existen por el milagro doloroso de la silicona.
Despereza con las manos, a veces velludas
espinándose, el cuerpo desesperadamente sin nalgas.
El reloj –todavía masculino– marca la hora
en que esta Cenicienta debe atrapar a su príncipe
–aparición invertida que lo haga caer,
como en una trampa, en lo que no es–.
Los pies grandes en los zapatos estrechos.
Pues también el príncipe, a veces, miserablemente deambula
y otras, con ferocidad
detrás de un phantasma, y no es (¡ay!)
casi nunca una cabeza coronada:
la excepción que confirma la regla.
(...)
La efímera vulgata al llegar con las manos en el espejo a las entrepiernas
se esfuerza por ocultar, en lo que parece el pubis,
el arma que esgrimirá cuando lo delate
al desdoblarse en su propio atacante.
Pero mientras llegue con él ese momento
quisiera arrancarse lo que le falta y le sobra
pues el otro espera el objeto de su deseo:
el objeto del deseo del otro
y lo debe llevar allí prendado de las prendas irrisoriamente femeninas
–un calzón escarlata, negras medias de malla–.
Señal oculta de que el espejo, aunque seductor,
es una metáfora de la mentira.
(...)
El falo, estigma pero signo
de que a través del disfraz pintado y alado
el cual en cada miembro de ese ejército cambia
hasta lo inverosímil
restaura pánicamente la esfinge
de la Gran Madre Fálica, la diosa tutelar
de los travestistas
el tótem de la tribu
señal de que el espejo diría la verdad
si lo imposible se mirara en él.
(...)
Ese simulacro de mujer (la Macarena, Chrystal, María Dolores)
sabe menos de su angustia que nosotros,
los que nos miramos en ella emplazados en la inversión de su imagen
Alicia
Through the looking-glass
(...)
Ella se goza, por fin, en romper el incógnito
al momento de emprender el vuelo simulando lo que hace.
Descorre la cortina de su aspecto
para exhibir algo que no puede ver
“la escena original”
Matternità en la Caja Negra de nuestra señora
la Gran Madre Fálica
el llanto del bebé en el lánguido brillo de unos ojos desenmascarados
que lloran encandilados y ciegamente nos miran
y se ven, sin saberlo, en los nuestros.
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