› Por Naty Menstrual
Una tarde en San Telmo me cruzo con una amiga que me cuenta que está por editar un libro que me quiere regalar, que me va a encantar, y que ella cree totalmente que lo tengo que presentar. Yo no soy una gran lectora a decir verdad, y tan sólo a veces cuando algún amigo confiable me recomienda algo, lo leo para ver de qué se trata; de todos modos acepté el libro y me lo llevé a mi casa, por la noche me tiré en la cama y miré la tapa que decía: Teoría King Kong. El título no me seducía para nada, de King Kong sólo sabía que era un mono gigante creado por los yanquis con pinta de malo que andaba tranquilo por una isla lejana, hasta que los hombres blancos lo encontraron para cagarle la vida y llevárselo a Nueva York enamorado de la única mujer que iba en el barco, una sexy Jessica Lange... a decir verdad, si yo hubiera sido la Lange entre tanto marinero maloliente y mugriento, me habría acostado con el mono, obviamente. Pero mis referencias sobre King Kong me las tuve que guardar en el rincón donde más me da la sombra.
Al abrir el libro y leer las primeras páginas me di cuenta de que iba a ser un camino de ida sin vuelta, y leí las primeras frases que resonaron en mi cabeza: “Escribo desde las feas, las viejas, las camioneras, las mal cogidas, las incogibles, las histéricas, las chifladas, todas las excluidas de la gran feria de las que están buenas”.
Me sentí mágicamente identificada, feliz y contenta: un sin ser mujer ni querer serlo, pero sí a veces sintiéndome fea, o mal cogida, o camionera o histérica, transitando por mi vida travestida e intentando desplegar mi dosis de feminidad de la mejor manera, por lo menos para mí. Y así seguí página tras página enredándome en el cerebro de esa escritora llamada Virginie Despentes, que se daba el lujo de tomar el toro del machismo por las astas o al hombre por las bolas y cantarle las cuarenta.
Tomé el libro desde esa noche como parte de mí y lo llevé de un lado a otro sin poder dejar de leerlo: en el colectivo yéndome a casa de mi madre, volviendo, en la cama, comiendo, donde sea y como sea, no podía dejar de leerlo y de sentir que esas hojas escritas eran una ametralladora, una película de Tarantino, una concha Kill Bill, y seguía leyendo, masticando, revolviendo.
“... De ahí escribo, como mujer no atractiva, me importa un carajo ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar... Estoy contenta conmigo así, más deseante que deseable. De modo que escribo desde ahí, desde aquellas, las no vendidas, las piradas, las rapadas, las que no se saben vestir, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen el comedor podrido, las más putas, las trolitas, las que tienen la concha seca”.
En mi cabeza retumbaba cada letra: leerla es entender descarnadamente el mundo machista donde vivís y para el que te crían, y acordarme de mí cuando me escondía porque sabía y sentía que a mí no me gustaba hacer lo que decían que debía hacer y no deseaba lo que debía desear; no soy macho, menos machista, no soy mina, menos feminista, no sé a veces siquiera a ciencia cierta bien qué soy y voy mutando por la vida, intentando sacudirme los mandatos y etiquetas.
Es la primera vez que leo un libro escrito por una mujer que se para y aúlla sus verdades, con las cuales estoy totalmente de acuerdo, se atreve a tocar temas escabrosos y oscuros como la violación, la prostitución y muchos más que son escondidos y no hablados y tapados por una sociedad enferma, careta y machista... Porque el que viola es el macho y la mujer parece ser condenada a la culpa y a la suciedad de haber sido violentada, corriendo el riesgo de abrir la boca y ser señalada como arruinada. La autora no se calla, fue violada, fue prostituta y siguió saliendo a la calle a enfrentarse al mundo sin quedarse encerrada lamiéndose las heridas. Y no sólo les escribe a las feas y a las incogibles sino que también lo hace para aquellos hombres que según ella dice preferir: “Prefiero a los que no pueden, por la buena y sencilla razón de que yo no puedo mucho tampoco. Para los hombres que no tienen ganas de ser protectores, a los que les gustaría pero no saben cómo, los que no saben pelear, los que lloran de buena gana, los que no son ambiciosos, ni competitivos, ni bien dotados, vulnerables, los que preferirían cuidar la casa antes que ir a trabajar, los que son delicados, pelados, demasiado pobres para gustar, los que tienen ganas de que se la pongan, los que no quieren que cuenten con ellos, los que tienen miedo cuando están solos de noche”.
Y leo, y pienso, y recuerdo la cantidad de tipos con los que me revolqué y que, a pesar de estar conmigo, siguen sosteniendo ese machismo pelotudo para sentirse menos maricas cuando se la están comiendo, los héteros flexibles, los héteros curiosos, los machos que se bancan una mina al lado por contrato, aunque se mueran de ganas de que los caguen a pijazos.
No soy mujer, pero leyendo a Despentes me gustaría haber nacido con una cabeza como la de ella. Y ella no para y sigue, y yo paso página a página deseando que nunca termine: “Liberarse del machismo, esta trampa para boludos que sólo tranquiliza a los pirados. ¿A qué autonomía los hombres le tienen tanto miedo que siguen callándose sin inventar nada, sin producir ningún discurso nuevo, crítico, inventivo acerca de su propia condición?”
Dicho esto... chau chicas y mejor viaje... Me voy a tomar un colectivo, a ver si me cruzo con algún hombre que me dé la mano por la calle sin avergonzarse y que llore cuando tenga ganas de llorar... Soy una mina mucho más King Kong que Kate Moss...
MARCHA
Naty estará con stand propio vendiendo sus ya clásicas remeras, zapatillas pintadas, polleras, vestidos y todo lo que se te ocurra pintar y su último libro Batido de trolo.
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