Tras ser uno de los pioneros más explosivos del nuevo cine queer de inicios de los 90, Gregg Araki nunca bajó el perfil de su talento provocador. En esta comedia, Anna Faris les entra sin saberlo a unas cuantas masitas cocinadas con porro y pasa un día en estado de éxtasis drogón tratando de encontrar a un dealer. Piensen en todo lo menos careta del cine indie mezclado con algunas deformidades de nueva comedia estadounidense, todo en el plan de Araki de siempre: hacer una película es ir de viaje de egresados a una plantación de cannabis. Casi una versión feminista del cine de Cheech & Chong, el dúo de reyes de la risa falopa.
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