El mismo año que Hall reunía cuatro décadas de comics queer, estableciendo la más ambiciosa historia de la diversidad narrativa dibujada, Eric Powell editaba la versión final de Chimichanga, que dibujó en entregas desde 2009. La idea del comic nació por pedido de un canal de cable dedicado a niños y niñas, que pidió a Powell un proyecto para una serie de dibujos animados. Lo que el historietista propuso fue rechazado sistemáticamente, pero sus hijos vieron los bocetos de esa idea e insistieron. Rechazada por un ejecutivo de TV y alentada por un niño, ese prólogo era más que una luz verde esperanza para Chimichanga. Y así Powell trazó el mundo de Lula, niña barbuda de circo que adopta un monstruo y lo bautiza con el nombre de una comida mexicana. No debe existir cuento infantil más queer, por el subversivo espíritu de esta niña que exhibe constantemente su bombacha abultada bajo el vestido y es secuestrada por la industria farmacéutica para afeitarle su barba tupida; un relato de denuncia, con didactismo explosivo de panfleto, cuento de hadas de moral queer, donde se explicita la lógica de la medicina correctiva que mutila a personas trans, intersex y a cualquiera que se aparte de los cuerpos genéricos. “No quiero ser normal, quiero ser yo. Y yo soy hermosa”, dice Lula. “¿Hermosa? ¡Sos una nenita gorda con pelo en la cara! ¡Sos una de las cosas más horribles que vi alguna vez!”, responde el farmacéutico captor. Uno de los estilistas más sofisticados de la actualidad del comic independiente en EE.UU., Powell no tiene remedio: triunfó con esta historieta, que fue originalmente autoeditada por fuera de la industria editorial y de la televisiva, y ahora amaga con seguir la saga monstruosa de la barbuda niña guerrera. Finalmente, Chimichanga tendrá su destino serial, amplificando el restringido mundo del cuento infantil.