Vie 13.02.2015
soy

¡No pare de sufrir!

Con su último video, Living for Love, Madonna, entre tauromaquia y citas nietzscheanas, convierte en una inyección de sangre fresca la herida que le dejó su novio bailarín de 25 años. La pena pop le asegura larga vida a la reina.

› Por Mariano López Seoane

En días en que el hilo de Ariadna parece haber recobrado algo de su antiguo relumbre, Madonna se zambulle en el mito del Minotauro. Haciéndole una vez más una reverencia a la tauromaquia, en el video de “Living for Love”, primer corte de Rebel Heart, la artista se presenta, en impecable Dolce&Gabbana, como una matadora que hace frente a un ejército de hombres toro con genética disposición para la danza contemporánea. En la piel de sus bailarines predilectos Madonna parece enfrentar muchos de los terrores que la acosan: ¿la decadencia?, ¿la pérdida de relevancia?, ¿el paso del tiempo?, ¿el ascenso y la envidia de sus jóvenes discípulas y rivales? Todos estos demonios, sin duda, forman parte del Hades en estricto rojo y negro que los videoartistas franceses conocidos como J.A.C.K., directores del clip, confeccionaron como arena de combate para la resolución acrobática de las cuitas de la cantante. Sin embargo, y como se podía adivinar en el dramatismo del rojo y la violencia del negro, el monstruo que la reina del pop enfrenta en esta canción es uno que todos conocemos, o mejor, y para ser más estrictos, que los más afortunados de nosotros hemos conocido: la pena de amor. Sí, “Living for Love” es el puntapié inicial de un disco en el que la prima inter pares de la música contemporánea desnuda los recovecos de su corazón roto. El dolor de haber sido seducida y abandonada (por Brahim, su novio bailarín de 25 años), uno de los hilos de este primer single, reaparece como leitmotiv a lo largo del disco. “Me amaste y te dejé entrar/me hiciste sentir que nacía de nuevo... Bajé mi guardia, caí en tus brazos/me olvidé de quién era, no escuché las alarmas”, canta ligeramente resentida la madre de todos nosotros, sostenida en un beat que es un repiqueteo de pasos decididos (como de marcha), un teclado con ecos house y un coro a bocca chiusa que nos transporta a la gloria de “Like a Prayer”.

En la mitología grecorromana, los momentos en que los dioses pierden la cabeza por seres inferiores como ninfas o héroes son momentos de inversión dolorosa que revelan la función pedagógica de todos estos relatos. ¿Qué hace Apolo llorando por una ninfa que es convertida en laurel para escapar a su acoso? ¿Qué hace Zeus, rey del Olimpo, tomando la forma de un águila para raptar al mortal Ganímedes? ¿Qué hace, por último, Afrodita perdiendo toda dignidad para perseguir a Adonis? Se entregan, claro, a pasiones humanas demasiado humanas y les recuerdan a los mortales los peligros de abandonarse y de perder su posición en el mundo.

En nuestra contemporaneidad tecnológica los dioses ya no habitan en el Monte Olimpo sino en el firmamento pop. Piensen en Beyoncé, antes máquina que humana, cantando a viva voz mientras hace rutinas de baile en tacos de 20 cm que antes estaban reservados para los artistas del circo. Madonna, para los que no lo recuerden, transformó el refinamiento y la exhibición de su invencibilidad en una de las vigas maestras de su carrera. Han sido constantes, e insistentes hasta el tedio, su despliegue de proezas asociadas con el yoga y la gimnasia deportiva, la referencia a su capacidad aeróbica, la puesta en vidriera de su musculatura de acero y de su agilidad, irreal para su edad (y para la de cualquiera). Es probable que esta capacidad sobrehumana para la autodisciplina y la superación personal, su imagen de mujer maravilla, sea una de las razones detrás de su inagotable atractivo para una de las comunidades que más fielmente la ha seguido: la comunidad gay. Pues bien, en este disco, la reina del pop ha elegido mostrarnos su flanco débil. “No puedo ser un superhéroe en este momento”, canta en “Joan of Arc”, “incluso los brazos de acero se pueden quebrar”.

Claro que no es la primera vez que vemos a una Madonna alterada por las lides del amor. Están allí para demostrarlo sus discazos True Blue (1986) y Like a Prayer (1989), que retratan respectivamente el cenit de su relación con Sean Penn (y los ardores del amor cuando entra en combustión) y el doloroso proceso de divorcio que incluye escándalos varios y violencia física. Está, también, “Take a Bow”, uno de los singles más exitosos de la cantante, cuyo video funciona como referencia obligada para el de “Living for Love”, aunque Madonna no oficia de matadora en esa balada con tintes hispánicos de 1994, sino que desfallece por un apuesto matador, interpretado por Emilio Muñoz. Todas estas incursiones en la fragilidad humana demasiado humana de un ser que estamos acostumbrados a imaginar más allá del dolor buscan generar empatía, producir la misma consternación que les debe haber producido a los antiguos ver a Apolo vencido, llorando desesperadamente por una simple mortal. Y al igual que esas leyendas, este disco, en canciones como “Unapologetic Bitch”, “Heartbreak City”, “Wash All Over Me” y “Addicted”, nos permite acompañar a la diosa en su caída, escucharla perder todo sentido de orientación, ser testigos de su necesidad de protección. Y allí estamos, dispuestos a protegerla, y reflexionando a su vez sobre nuestros propios desamores, sobre las razones y las sinrazones de nuestras rupturas y sobre la geometría opaca de nuestras pasiones.

Entre Björk y Nietzsche: lágrimas de cocodrila

Como una suerte de nota al pie, o a la pezuña: en esta exploración del dolor amoroso Madonna hace causa común con una figura que no podría serle más ajena, pero con la que sin embargo ha cruzado caminos en el pasado. Björk acaba de lanzar, como consecuencia también de un “acto de terrorismo”, es decir, un episodio menor de leakeo o filtración de datos, su disco Vulnicura (título que reúne los términos latinos “vulnus”, herida y “cura”, curación), que también da testimonio de un corazón roto, aunque mucho más riguroso... Björk ofrece nueve temas en los que hace una suerte de disección de las etapas de su ruptura con el artista Matthew Barney. El resultado es tan espeluznante como sanador. El camino de Madonna es previsiblemente más pop y menos patético: allí donde Vulnicura es oscuro e intrincado, Rebel Heart es un disco democrático, legible, y nada dispuesto a dejar que prevalezca el sabor a derrota, el momento en que la reina del pop cae de rodillas. En efecto, este corazón rebelde no ha sido ganado por el abatimiento. Porque si bien las melodías atraviesan paisajes decididamente melancólicos y las letras no ocultan que ha sido vapuleada por un bebote con vocación para la danza, en la mayoría se muestra habiendo superado lo peor de ese trance. Madonna no sería Madonna si el sufrimiento y la pérdida de la corona ocuparan el primer plano. El video de “Living for Love” termina con una cita de Nietzsche. Refiriendo explícitamente a las corridas de toros, a las crucifixiones y a la tortura, el filósofo alemán indica que el ser humano se encuentra en su estado natural de gracia cuando sufre o cuando hace sufrir. Nietzsche es el gran filósofo de las pruebas (de amor o no) y de la exaltación del peligro como vía de superación personal. Al doblegar a la armada de minotauros, Madonna doblega la capacidad contenida en los otros (todos los otros) de hacernos sufrir en la exacta medida en que nos hicieron felices. Y es claro que esta victoria no se consuma en el infantil revanchismo de ciertas líneas (“Estoy destapando botellas que ni siquiera podés pagar/ hago fiestas y no podés llegar a la puerta”, le canta a su ex amado) sino en la comprensión, más propia de la madurez, de que en todo peligro si hay algo que se pierde, hay también algo que se aprende. Y es precisamente en el momento de mayor sufrimiento y debilidad a causa del amor que la diosa pop decide, para siempre jamás, que vivirá para el amor. Triunfa donde perdió. Y el video lo grafica dramáticamente, en una escena final con ella erecta sobre sus enemigos (ahora los vapuleados son ellos) sosteniendo una cornamenta como una suerte de trofeo. Lo único extraño es que no haya optado por el que probablemente sea el enunciado más citado de Nietzsche, que en su ubicuidad pop se ajusta mejor a su público, a su tópico y a su flow: “Lo que no te mata te fortalece”.

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