› Por Magdalena De Santo
La idea de que Jesús y el discípulo amado tenían una relación sexual se remonta, al menos, al siglo XVI. La lectura gay de Jesús tiene su historia de ocultamientos a base de terror. El primer dato que aparece de persecución homófobica al respecto es en 1550 a un ciudadano de Venecia, Francesco Calcagno, investigado por la Inquisición tras un reclamo de herejía. Es que había dicho “San Juan era el sodomita de Cristo”. Después, el gran dramaturgo inglés Christopher Marlowe –aquel que se dice le escribía a Shakespeare– fue castigado por sus palabras fatales: “San Juan Evangelista fue compañero de cama de Cristo, y se apoyó siempre en su seno, y quien lo usó como los pecadores de Sodoma.” Extrañamente, a pesar de que Marlowe era una de las grandes estrellas de la literatura de su tiempo, fue perseguido y asesinado en una taberna por Richard Baines; el mismo que lo había acusado de ateísmo y blasfemia. La ejecución extrajudicial del dramaturgo no sólo prueba los cánones culturales sino que además parece mostrar que cualquier sugerencia de una relación homoreótica era vigilada y castigada, y si era necesario, el método sistemático del terror implementado. Prueba de eso, el amigo y compañero de Marlowe, Sir Thomas Kyd, fue torturado para testimoniar. Quizá por eso también, trazar una lectura afirmativa gay del hijo de Dios nos permite reivindicar esa tradición oscurecida por el horror que siguió en los últimos siglos con la persecución del filósofo liberal Betham y el psicoanalista Grodeck.
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