BRASIL > ARMAçAO Y MATADEIROS
El sur de la isla brasileña más concurrida por los argentinos resguarda el encanto natural de la playa como retiro espiritual. Allí están Armaçao y Matadeiros, dos aldeas de pescadores con un morro imponente, un mar idílico para los deportes y hasta el brazo de un río manso para disfrutar de una bohemia veraniega.
› Por Emiliano Guido
La variedad de estilos y matices de veraneo parten por el medio la popular isla de Florianópolis. El tradicional norte, con playas superpobladas –sobre todo por argentinos–, y el sur jubiloso, más agreste y rústico, y más cercano al imaginario idílico de la costa brasilera. Allí están las playas de Armaçao y Matadeiros, preferidas por almas reacias al consumismo exacerbado. “Este es el lado de los uruguayos y brasileros, mucho más tranqui; los argentinos van siempre al norte”, confirma el líder porteño de una parada conocida popularmente como “el bar de Marcos”: tragos a bajo costo y música de Pink Floyd a la medianoche.
Los dos balnearios, a 25 kilómetros de la ciudad de Florianópolis, están unidos por un desfiladero rocoso que atraviesa un peñasco mediano y gris. Abajo, un lecho de río puede servir como atajo en la caminata rumbo a Matadeiros, que no tiene acceso vehicular. Cuando la fosforescencia de “Floripá” se aplaca, cobra nitidez el perfil y la presencia de esa loma tropical, icono de la costa brasilera.
Estas playas son también elegidas por los surfers, seducidos por la rompiente de las olas que se gestan lejos de la orilla, y los distancia del resto de los mortales. Los que quieran iniciarse en este deporte cuentan con una oportunidad accesible con respecto a la tarifa media. El alquiler de una tabla por 2 horas no pasa los 10 reales, y a nadie parece importarle no ser un Adonis para intentarlo.
La noche sin estridencias es un escenario intimista ideal para las familias y las parejas. El centro es pequeño, aunque tiene una presencia de lo que Alejo Carpentier llamaría “real-maravilloso”. Enfrentado al único bar que sobrevive a la medianoche, conviven una pequeña iglesia naranja y un cementerio extraño, de cruces cuerpo a tierra y ninguna pared que clausure la privacidad de los muertos.
El tiempo y el mundo se detienen cuando se paraliza el mar y los hombres de negro, los surfers con sus trajes de neoprene, esperan la ola deseada que nunca llega, montados en su tabla. Es el momento de la retirada del sol, ideal par tomar una “caipiroska” –los baqueanos aseguran que el vodka supera a la cachaza como base de este tradicional trago– en la reposera. Una panorámica bucólica con sus botes ociosos estacionados en la bahía comienza a narcotizar los sentidos mientras una brisa cálida acentúa el relajado placer.
La Isla de Campeche domina la panorámica de la mayoría de los enclaves sureños de Florianópolis. Y Armaçao es una de las múltiples opciones para emprender la imperdible excursión a la isla. Aunque, claro, en este caso, su muelle precario, de listones de maderas curvados por el ardiente sol, le da un toque especial a la aventura. El lánguido paseo demanda 6 horas y por 40 reales están incluidas unas jugosas frutas tropicales. Esta isla desierta es una reserva biológica, arqueológica y uno de los más importantes templos de arte rupestre del estado de Santa Catarina. Pero destella por su franja de orilla diáfana y sus aguas claras, como si fuera una embajada del Caribe en pleno sur del país, donde también se puede practicar snorkel o buceo.
El otro “desierto” es la recóndita playa “Lagoinha de Leste”. A diferencia del anterior destino, esta visita requiere un poco de esfuerzo y no es necesario desembolsar ningún real. Hay dos opciones de trekking: una es tomar por el sur la ruta estadual 406 hasta llegar a la señalización de una “picada”. Desde allí, y después de trepar la frondosa humedad del morro, se aterriza en una costa brava y virgen de 500 metros de superficie, donde está prohibido internarse en el mar embravecido. Es una experiencia “robinsoneana”: no hay chozas a la vista y sólo reverbera un sol intensamente tropical. La otra opción insume más tiempo, ya que hay que bordear la línea de un largo promontorio, siempre desde Matadeiros.
Las distancias entre las playas son cortas y los balnearios vecinos no desentonan con la identidad apaciguada de esta costa sureña. Campeche tiene mayor capacidad de alojamiento y una amplia franja de arena; Joaquina, con sus grandes olas, es el paraíso surf por excelencia. También se puede optar por el sandboard: en este caso, la tabla se utiliza para domar unas dunas de 5 metros de alto. Pantano do Sul es tan humilde e inhóspito que tolera el estacionamiento de los autos en la playa. Su gastronomía a base de frutos de mar es recomendable. Allí hay un restaurante repleto de papelitos pegados al techo y las paredes, con mensajes en todos los idiomas del mundo escritos por los comensales que pasaron por ahí.
Barra de Lagoa es la hermana mayor la región, gracias a una planificación turística que la pensó como “playa-pivote”, título sustentado en las comodidades y servicios que ofrece. “Barra” es una playa ventosa con un polideportivo de arena en la principal bajada y buenas instalaciones para la variante “beach” del fútbol y el voley del Cono Sur. Un río escuálido serpentea y divide el centro de Barra de las posadas más apartadas, a las que se llega con un bote rudimentario que el turista alquila de yapa junto al hospedaje. A diez minutos de Barra está “Lagoa de Concepçiao”, cuyas agitadas noches atraen a los turistas de la zona. Hasta la medianoche es posible llegar en ómnibus a ese desfile continuo de bares, comedores y discotecas de “forró”, pegados al único lago de la isla.
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