PORTUGAL > CANTO EN LISBOA
El fado está más vivo que nunca. Una nueva generación de artistas se une a las voces míticas que cimentaron la leyenda. Más allá del tópico de la “saudade”, ese canto del alma lusa, primo hermano del flamenco, vive su segunda edad de oro.
› Por Miguel Mora
El diccionario antiguo definía fadista así: “Chulo, meretriz, proxeneta”. El tópico asocia aún el fado (del latín fatum) con algunas palabras negativas: bohemia, fatalismo, melancolía... Cuando se conoce a los fadistas, la realidad es radicalmente distinta. Los que salen aquí, jóvenes y viejos, cantantes, guitarristas o violistas, productores y poetas son, para empezar, productores y poetas, exquisitamente puntuales. Cuando se le dice a Celeste Rodrigues, la hermana de la mítica Amália, responde a sus 83 años: “¡Eso es porque nos da miedo ser despedidos y perder el empleo!”.
Como se puede ver, además de precavidos, los fadistas de ahora son más bien alegres. Muchos, siendo irónicos, y muy escépticos con el mundo que los rodea, demuestran un amor rendido por su profesión y un desprecio olímpico por las ambiciones modernas (el éxito, el dinero...).
La extraordinaria capacidad expresiva, el respeto a los maestros, la intensidad de los sentimientos, el buen gusto para la poesía y la ropa, la pasión por el tabaco, las ganas de enriquecer cabalmente las músicas y las letras, la tranquila certeza de que morirán cantando fado y el carácter abierto y expansivo son algunas otras de las características (variables) de estas damas y caballeros que cada noche en Alfama, el Barrio Alto o Mouraria dan otra vuelta de tuerca al histórico lamento portugués, desmienten los tópicos tristonhos y reiventan el cante jondo de Lisboa: el fado.
Después de vivir una docena de noches fadistas muy dispares, unas largas y emocionantes, otras cortas y más decepcionantes, es inevitable decir que la magia del fado, su duende, no siempre aparece. Es caprichoso, esquivo, escurridizo. Pero el reverso es igualmente cierto: el rito del fado bien cantado y bien dicho enseña siempre al oyente algunos de esos raros secretos que el dinero no (siempre) puede comprar. Vitalidad, misterio, poesía, arte, gracia, buena música y a veces, cuando hay suerte, incluso un poco de sabiduría y amor.
Gracias al sabor de veteranos como Celeste Rodrigues (una octogenaria maravillosa que siempre se las apañó para vivir a la inmensa sombra de la inmensa Amália), o como Antonio Chainho (un guitarrista clásico y renovador a la vez), o como Carlos do Carmo (fundador del fado moderno y comunista irrecuperable), o como María Nazaré (elegante Carmen Linares del fado); gracias también al empuje de artistas de mediana edad y largo alcance como el genial Camané (que emergió de un doloroso pasado convertido en el mejor intérprete masculino de ahora mismo) o el multitalentoso Jorge Fernando (productor, letrista, compositor, violista, cantante), y gracias por fin a la valentía y el rigor de jóvenes como Ana Moura (una fenómena que acaba de grabar dos canciones con Los Rolling Stones y que ha puesto a Keith Richards a estudiar portugués “para entender lo que dice”), Raquel Tavares (otra belleza que ya triunfa por el mundo) o la oftalmóloga Kátia Guerreiro (que aporta su ojo clínico y el lamento lluvioso de las Azores), el prodigioso Ricardo Ribeiro (un cantante de mucho peso y pocos años que fue discípulo del fadista más flamenco, Fernando Mauricio), el precoz Diogo Clemente (violista, poeta, compositor y cantante) o la última sensación lisboeta, Carminho Rebelo de Andrade (una estudiante de marketing de 21 años dotada de una voz y un alma que no necesita propaganda), el fado ha llegado probablemente al mejor momento de su historia.
Y no sólo en Portugal. Fados, así en plural, es el título de la película que estos días rueda Carlos Saura en Madrid, con la que el director español ha querido cerrar su trilogía sobre las músicas urbanas que comenzó con Flamenco y siguió con Tango. Artistas universales como Caetano Veloso, Chico Buarque y Lila Downs rinden homenaje al fado en la cinta.
“Hemos salido del gueto”, dice Helder Moutinho, artista y productor, hermano de Camané y guía de EPS en este periplo por el blues de Lisboa. “La nómina de artistas internacionales es ya muy amplia. Misia, Mariza, Dulce Pontes, Mafalda Arnauth, Cristina Branco, Camané... No todos son fadistas, pero todos han ayudado a expandir el fado por el mundo. Hace poco, en las fiestas de Gijón, tocamos ante 2 mil personas y vendimos todos los discos que llevamos. Y cada día nos llaman de más sitios.”
Cada vez más apreciado por los jóvenes portugueses –“dicen que les gusta el rock, el rap y la música pimba (americana), pero cuando oyen un fado se quedan bobos”, sostiene Celeste Rodrigues–, la inclusión del fado en el género world music le ha permitido alcanzar un desarrollo global que empieza a parecerse peninsular (y no es ésa la única semejanza con una música que admiran muchos fadistas, como los flamencos mueren con el quejío lusitano).
“Aunque el fado ya tuvo su esplendor, la época de la voz única de Amália”, explica el violinista y poeta Jorge Fernando. “Los que amaban el fado lo amaban por Amália. Curiosamente es ahora cuando el fado se ha impuesto como una música especial en todo el mundo. El flamenco y el tango han tenido su tiempo, éste es el momento del fado. Hay una nueva manera de tocar la guitarra y la viola. Los jóvenes van al conservatorio, y eso ha depurado mucho la técnica. Han evolucionado las armonías de la guitarra, y eso da a los cantantes un espacio más grande que les permite expresar el alma más libremente.”
De todos modos, advierte Fernando, no hay mucho que inventar: “Los buenos son los que ponen el alma y eso no tiene tiempo ni edad. No es por azar que los jóvenes fadistas idolatran a los antiguos”.
Tomemos, por ejemplo, el “fenómeno Camané”, que recuerda a Camarón hasta en el nombre (apócope de Carlos Manuel) y a sus 40 años canta fados que emocionan como las siguiriyas de don José Monge. Si sus actuaciones levantan tanta expectación como aquéllas, sus suspensiones provocan los mismos disgustos en la afición. Camané es flaco, procede de familia humilde, empezó a cantar de niño, desciende de aficionados, tuvo relaciones con ambientes letales y adora a los viejos (...). Aunque pasa inadvertido en el bar de la playa de Carcavelos donde estamos tomando café, Camané es uno de los grandes ídolos del apasionado público del fado. Llena siempre que actúa, jamás defrauda, y ha llevado al punto exacto de emoción su innata capacidad para construir la interpretación desde una pureza personalísima. Tiene una dicción exquisita (sus erres y sus eses son únicas), su afinación es fabulosa, su jondura siempre suena natural, y la autenticidad baña todo lo que canta, ya sean fados clásicos, tradicionales (los originales más antiguos), que él reconstruye con textos de poetas (célebres como Pessoa, grandes del fado como Homem de Mello o menos conocidos como Joao Monge y Manuela de Freitas), ya sean canciones ajenas al fado que él convierte en fados (...).
¿Sería que estaba renovando el fado? “Los fados tradicionales son muy simples, pero permiten construir cosas nuevas y comunicar ideas de otros. Eso es la renovación”, responde el autor de Esta coisa da alma. “Siempre que la música sea fado, la interpretación sea profunda y el espíritu sea fadista”, continúa. “Lo auténtico sólo se renueva con cada pequeña aportación de cada intérprete. Y a veces es muy duro. Algunas noches probaba cosas nuevas, acababa mis tres fados y no había un aplauso.”
No hay más que ver a Ana María –una oronda angoleña dotada de una voz fascinante– recorrer trabajosamente cada noche los 100 metros del largo de Chafariz de Alfama que separan el Museo del Fado de la Taverna del Rey para darse cuenta de que, en efecto, muchos fadistas son fadistas por amor al arte (aunque las grandes figuras cobran ya cachets de cuatro ceros).
Esta Cesária Evora del fado angoleño es una pionera espléndida que en 2004 cantó en Lisboa ante Bill Gates, pero cuya rutina actual consiste en alternar cada noche el museo, haciendo folklore; en la taberna, cantando fado. “Se suda, pero se gana bien la vida”, dice. “Me crié en Luanda con portugueses que tenían una fábrica de cervezas y allí aprendí fado. Vine a Portugal en 1975 y ya no hice otra cosa. La mejor sigue siendo Amália. Por ella hoy el fado no tiene color, ni raza, ni fronteras. Yo creía que incluso adelgazaba, ¡pero no!”
Aunque subraya el poeta José Luis Gordo, uno de los grandes letristas vivos (“Partiu zangada comigo / deixou um retrato antigo / que me aqueçe as noites frias”), heredero de los gigantescos poetas Homem de Mello y José Carlos Ary dos Santos, esta expansión del fado –“en la que no todo lo que se anuncia como fado es fado”– convive con un interés local muy desigual: “Lo están exportando y, mientras, aquí lo siguen maltratando como reclamo para turistas. ¡Y yo no escribo para turistas sino para gente que entiende el sufrimiento!”.
Parece cierto que, como ha pasado y pasa en España con el flamenco, muchos intelectuales y medios lusos desprecian todavía el fado como un género menor (...). Lo sabe bien Carlos do Carmo, estrella y erudito del fado, hijo de fadista de leyenda, infatigable trabajador por la dignidad de su música y asesor principal de Carlos Saura (...). z
De El País Semanal.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux