Dom 11.03.2007
turismo

NOTA DE TAPA

La vieja Patagonia

Una gira por el sudoeste de Chubut para visitar poblados donde el tiempo se detuvo hace 50 años. Sarmiento y su bosque petrificado, Río Pico y el Lejano Oeste, Alto Río Senguer con sus lagos Fontana y La Plata, y una serie de pueblitos perdidos tierra adentro, al margen de las grandes afluencias turísticas.

› Por Julián Varsavsky

Al rodar por uno de esos interminables fragmentos esteparios de la Ruta 40, que surca la Argentina desde la Puna hasta Cabo Vírgenes en Santa Cruz, el ripio se extiende delante del vehículo como una línea recta perfecta que se pierde en el infinito y se continúa detrás, en el espejito retrovisor. Y a cada costado, también sin fin, se despliega una llanura tan desolada que es posible imaginar un mundo plano y deshabitado con un horizonte circular.

Bosque Petrificado. Troncos de 65 millones de años desperdigados entre grandes rocas.

El objetivo de este viaje es internarse en una serie de pueblitos del sur de Chubut unificados en un circuito llamado “Huellas de Pioneros”, donde sobrevive la Patagonia de los años ’50 en adelante, que por su aislamiento ha perdurado con muy pocos cambios.

Desde Comodoro

La travesía comienza con rumbo oeste en la ciudad costera de Comodoro Rivadavia –todavía lejos de la Ruta 40–, en una zona en pleno auge comercial por la producción petrolera. A los costados de la ruta proliferan centenares de cigüeñas que ya pasaron a formar parte del paisaje de la Patagonia.

La Ruta Nacional 26 avanza por una meseta llamada Pampa del Castillo, y luego atraviesa unas serranías de transición hacia la estepa. Al tomar la Ruta Provincial 20 desaparecen de repente las sierras y se ingresa de lleno en la planicie infinita de la estepa. El cambio no es menor desde el punto de vista perceptivo: junto con el paisaje que se abre de pronto, el cielo también parece agrandarse y despierta en el viajero una sensación fugaz de liberación –como si el universo pesara menos–, entrando así en una dimensión sin límites.

De travesía en camioneta por la estepa patagónica del sur de Chubut.

Al conducir por las rutas esteparias surgen desde los espejitos unos puntos borrosos que se acercan con rapidez de mamut desbocado, que por supuesto son camiones. Y pasan con un rugido ventoso que hace morder la banquina a más de un conductor no experimentado.

El bosque petrificado

Desde Comodoro Rivadavia hasta el pueblo de Sarmiento hay apenas 140 kilómetros de pavimento, y a la hora y media de viaje aparece a la derecha el lago Colhue Huapi.

La razón principal para visitar el pueblo es el Area Protegida Bosque Petrificado Sarmiento. Se llega por un camino de tierra con un paisaje “lunar” a los costados, al que los troncos desperdigados aquí y allá le dan un aura prehistórica, como si en cualquier momento fuese a aparecer un pterodáctilo volando sobre una lomada. La aridez del terreno es la antítesis de lo que fue este suelo hace 65 millones de años, cuando lo cubría una selva subtropical poblada por megafauna y árboles que superaban los 100 metros de altura. Sin embargo, hoy no crece siquiera un mínimo pastito.

Naturaleza virgen en el lago La Plata, famoso por la pesca de truchas.

¿Qué pasó hasta llegar a esto? Nada menos que el surgimiento de la Cordillera de los Andes, lo cual se produjo cuando la placa de Nazca chocó con el continente americano debajo del océano, a la altura del actual Chile. El choque fracturó las entrañas de la tierra elevando las montañas, y la actividad volcánica convirtió a aquel primitivo paraíso en un infierno humeante donde la vida fue quedando sepultada bajo las cenizas. Sin embargo, el impacto más grave para el ambiente fue que los vientos húmedos del Pacífico fueron frenados por la cordillera, donde descargaron toda su humedad en las laderas para llegar secos a la estepa. La meseta patagónica quedó condenada entonces a ser un desierto, acaso para siempre.

Los árboles del actual Bosque Petrificado habrían sido tapados por los sedimentos que arrastraban los ríos o quizá por la ceniza volcánica de las bocas de fuego. Al quedar bajo tierra –sin oxígeno y sin bacterias que los degradaran–, los troncos se fueron impregnando con el sílice de las cenizas que arrastraba el agua filtrada en la tierra, petrificándose así a lo largo del tiempo.

Los arreos de ovejas aparecen y desaparecen tras una nube de polvo en el árido paisaje.

Pueblos pioneros

Desde Sarmiento la travesía continúa con rumbo norte hacia la localidad de Río Pico (son 320 kilómetros desde Sarmiento). El pueblo, rodeado de ríos y lagos, atrae a los aficionados a la pesca deportiva.

A plena luz de un día de verano, el pueblo parece desierto. Y cada tanto aparece un paisano a caballo por las calles de tierra donde se forman remolinos de polvo. Las imágenes de Río Pico parecen extraídas de las viejas películas del Lejano Oeste, y quizá por eso varios de los bandoleros más famosos del extremo opuesto del continente se instalaron en la zona, huyendo de la policía de los Estados Unidos. Desde Río Pico se puede visitar la tumba de Bob Evans y Wiliam Wilson, dos miembros de la banda de Butch Cassidy abatidos en su ley, quienes habrían participado en el espectacular asalto al Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos en 1905. El lugar, de una desolación absoluta, está en lo alto de una lomada, con unos rectos álamos de fondo, junto a la Ruta 19.

El trayecto sigue por esa ruta hasta empalmar con la 40 para visitar dos pueblos que también son parte del circuito “Huellas de Pioneros”: Gobernador Costa y José de San Martín, muy ligados a la historia de los últimos caciques tehuelches Casimiro Biguá, Orkeke y Saihueke. Se continúa hacia el sur por “la 40” hasta Alto Río Senguer (son 100 kilómetros en total), un poblado de 3 mil habitantes y calles de tierra que sirve de base para visitar los hermosos lagos Fontana y La Plata, muy valorados por quienes buscan recorrer parajes lacustres en estado casi virgen. A diferencia de todos los otros lagos de la Patagonia, los alrededores del Fontana y La Plata están prácticamente deshabitados, no hay casi infraestructura y por supuesto se ven muy pocos turistas.

Las cabañas a orillas del lago La Plata, en medio de un bosque nativo de lengas y ñires.

El pueblo es un lugar de paso en el recorrido de “la 40”, donde los viajeros se quedan una o dos noches (los hoteles cuestan alrededor de $ 35 la doble). En general se realizan excursiones por las márgenes sur y norte del lago Fontana. El destino final del paseo es la hostería Pueblo Brondo, un complejo de cinco cabañas y un restaurante rodeado de un bosque nativo bien conservado y de una tranquilidad cercana a la perfección. Emplazada a orillas del lago La Plata, la hostería es ideal para pasar unos días a puro descanso, alternando con alguna salida de pesca, un paseo en cuatriciclo, en bicicleta o a caballo.

Hacia Rio Mayo

El último pueblo del circuito es Río Mayo, ubicado también sobre la Ruta 40, noventa kilómetros al sur de Alto Río Senguer. El pueblo está rodeado por establecimientos ganaderos como la estancia Don José, que aloja turistas en cuartos muy confortables. Desde la estancia se visita un alero natural de piedra con pinturas rupestres, y la atracción principal es un criadero de guanacos cuya fina lana de altísimo nivel es utilizada para confeccionar ropa de exportación. La cría de guanacos en estado de semi-cautiverio es una alternativa de explotación sustentable del campo propuesta por el Proyecto Guenguel.

Una de las casas en Río Pico por donde anduvieron los bandidos Wilson y Evans.

La estancia Don José es el final de una gira patagónica de “pura cepa”, donde un viajero de ley se sentirá a gusto, recuperando el placer de viajar, en el sentido tradicional de la palabra. Esto implica salir a recorrer lugares desconocidos y explorar caminos vecinales, abriendo tranqueras que no se sabe de antemano a qué lugar llevan. A esta altura de la gira, luego de siete días con picos de éxtasis en la ruta –un arreo de carneros perdiéndose en la estepa tras una nube de polvo, o tres guanacos solitarios saltando al unísono una alambrada–, algo ha cambiado en los parámetros perceptivos de cada uno. La vista y la mente incorporaron ya las vastas medidas de la dimensión esteparia. El paisaje se ha vuelto “normal” y algo monótono, inmensamente triste, inmensamente bello. Y el viaje ya ha otorgado todo lo prometido. Es hora de regresar.

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