CHILE > VALPARAíSO
El histórico puerto de Santiago es una leyenda entre los marineros y una joya para los urbanistas por su particular carácter. Mientras se renueva, Valparaíso sigue teniendo el decadente encanto de otros tiempos.
› Por Graciela Cutuli
Desde que una pequeña capilla agrupaba a su alrededor apenas un puñado de chozas y casas, Valparaíso siempre fue el puerto de Santiago de Chile. En 1542, Pedro de Valdivia le otorgó ese título oficialmente, aunque los primeros barcos habían llegado unos años antes, y ya había sido bautizada con este nombre por Juan de Saavedra. Durante siglos, Valparaíso fue un puerto mítico sobre la ruta entre las costas atlánticas y pacíficas del continente, y entre el Nuevo Mundo y Europa. Canciones de marineros recuerdan en todos los idiomas historias de aventuras, de tormentas y de vivencias en sus aguas y en sus calles. No es sólo la particular topografía de su planta urbana, o la singular arquitectura de sus barracas de madera, sino un camino de historia y mitos lo que se recorre cuando se visita Valparaíso. Más allá de las postales de sus colinas coronadas de niebla, los viejos funiculares y las elegantes casas de estilo inglés, Valparaíso muestra –para quien tiene buenas piernas– en el dédalo de su trazado una de las urbanizaciones más curiosas del continente. Además, con vistas al Bicentenario de la Independencia de Chile, la ciudad se está haciendo un lifting para mejorar su aspecto y recuperar parte de su arquitectura.
HEROES Y MUSEOS El alma verdadera de Valparaíso está sin duda alguna en el puerto. Al pie de los cerros, a lo largo de una ancha bahía atiborrada de grúas, de vías férreas, de calles, de parques de contenedores y de galpones, la ciudad se levanta y alinea las fachadas de elegantes e imponentes edificios que recuerdan el esplendor anterior al Canal de Panamá, cuando todo el tráfico entre los océanos pasaba por el Estrecho de Magallanes. El verdadero corazón del barrio portuario y de la ciudad late en la Plaza Sotomayor. En un mismo lugar están las dos caras de Valparaíso. El pujante puerto, anglófilo y de imponentes instituciones, y las calles populares donde las casas de fachadas decrépitas, cuya pintura no resiste a la humedad permanente, esconden bajo la neblina sus sueños de tiempos mejores.
La Plaza Sotomayor fue el centro cívico de Valparaíso a lo largo de buena parte del siglo XX. A imagen y semejanza de lo que fue su construcción y expansión, el centro cívico se movió varias veces a lo largo de la historia y actualmente está cerca de la City, al pie del Cerro Bellavista. Esta plaza fue construida para tener perspectiva hacia el mar y el Muelle Prat, desde donde salen las embarcaciones que realizan paseos marítimos. Es una hermosa manera de tener una vista de conjunto sobre la ciudad y sus numerosas colinas... los días de buen tiempo. Los días de neblina, frecuentes, es posible consolarse con paseos nocturnos y admirar la ciudad que reluce frente al puerto, iluminado por focos como en pleno día. Estas excursiones llegan hasta la costa del balneario vecino de Viña del Mar, y permiten apreciar aún más el marcado contraste que existe entre ambas ciudades, que comparten la misma porción de costa y se funden una en la otra.
La Plaza Sotomayor está rodeada de edificios oficiales y hoteles. En uno de los costados, que mira al mar, se encuentra el imponente edificio de la Comandancia en Jefe de la Armada, originalmente la Intendencia de la ciudad. Caminando hasta el Monumento a los Héroes de Iquique, un imponente conjunto que ocupa buena parte de la plaza en su zona baja, se encuentra un curioso museo subterráneo. Se trata del Museo de Sitio, al cual se accede pasando bajo una gran losa de vidrio. Allí se pueden ver restos del muelle original de Valparaíso, encontrados cuando se excavó para un estacionamiento subterráneo. El monumento, por su parte, fue construido sobre una cripta donde están los restos de varios próceres militares chilenos: entre ellos el capitán Arturo Prat (el máximo héroe naval chileno, que murió en el episodio de la Batalla de Iquique, durante la Guerra del Pacífico). Un escuadrón de marinos vigila permanentemente el monumento y la cripta, y se presta a las fotografías de los turistas.
DE CERRO EN CERRO Hay más museos y monumentos para ver en Valparaíso, y sobre todo paseos panorámicos, que son el encanto especial de la ciudad. El Paseo Yugoslavo, que se recorre en poco más de una hora desde la Plaza Sotomayor, es uno de los más apreciados. Sube por callecitas sobre el Cerro Alegre, donde se accede a uno de los ascensores, el Peral. Toda esta zona y sus alrededores, sobre el Cerro Concepción y parte del Cerro Alegre, fueron inscriptos en las listas del Patrimonio de la Humanidad. Son en total cinco paseos, cuatro ascensores y una gran cantidad de edificios históricos; pero en todo Valparaíso hay mucho más. El mirador Portales, sobre el Cerro Baron, justo en las colinas del lado opuesto de la bahía, es uno de los mejores para tener una vista sobre el puerto y toda esta zona histórica.
La vista preferida por los visitantes es, sin embargo, la del Paseo 21 de Mayo. Hay una terraza con un café y la cabina del ascensor Artillería, donde se agrupa una multitud de vendedores callejeros que proponen a los turistas desde postales y artículos de kiosco hasta artesanías en piedras semipreciosas. Desde aquí hay una vista directa sobre el Muelle Prat, el puerto y la plaza. La vieja cabina del ascensor ofrece además el indispensable toque para las fotografías. A pocos pasos se levanta el Museo Naval y Marítimo, con interesantes colecciones sobre la historia marítima de Chile, que permiten entender mejor las guerras que Chile libró durante el siglo XIX contra España y sus vecinos, Perú y Bolivia.
Toda esta zona de la ciudad se encuentra sobre el Cerro Playa Ancha, que delimita hacia el oeste la bahía de la zona portuaria (los cerros de Cocon cierran, al norte, la amplia bahía, que encierra además las playas de Viña del Mar y Reñaca). La avenida Altamirano corre a lo largo de la costa, rodeando el Cerro Playa Ancha, y ofrece hermosas vistas sobre los alrededores. Mientras tanto, al adentrarse en los barrios del cerro, se pueden ver hermosas mansiones de estilo inglés.
No se puede dejar esta parte de Valparaíso sin visitar el Museo Lord Cochrane, la iglesia anglicana y varios edificios que recuerdan tiempos de pujante actividad comercial y portuaria, como la Bolsa de Comercio. Estas imponentes arquitecturas contrastan con los puestos de pescadería, cuyos dueños no dudan en salir a la calle para mostrar sus productos a los automovilistas parados por el tránsito.
ARTES Y LETRAS En una zona opuesta de la ciudad, al pie de los cerros Larrain y Lecheros, está el Congreso Nacional, instalado en Valparaíso desde 1990 en un intento de descentralizar la vida institucional chilena. Está construido sobre la Avenida Argentina, la puerta de acceso a la ciudad, habitualmente ocupada en buena parte de su tramo más céntrico por un mercado al aire libre, que es la primera impresión que el visitante se lleva de Valparaíso.
Entre el Congreso y la zona histórica se visita el Museo al Aire Libre, al pie del Cerro Bellavista. Se encuentra detrás de la Plaza Victoria, donde está la Catedral. El Museo es un conjunto de escaleras, callejuelas y pasajes donde muchas fachadas fueron pintadas por artistas chilenos, conformando un museo de artes plásticas al aire libre. El ascensor Espíritu Santo permite acceder a este paseo, sobre el flanco del cerro.
En otras partes de Valparaíso los colores vuelven a invadir los cerros y a rejuvenecer las fachadas. Con varios barrios de casas históricas, Valparaíso se prepara para el Bicentenario, y los andamios tapan por ahora lo que será dentro de unos años la cara rejuvenecida de la ciudad, ayudada en esto por fondos especiales merecidos gracias a su estatuto de Patrimonio de la Humanidad.
Hay mucho más para ver y recorrer en este laberinto tan particular de calles y escaleras que suben y bajan de los cerros. Hay 15 funiculares en total, llamados más comúnmente ascensores. El recorrido más largo es el de Mariposa, con 177 metros. El de mayor subida es el Artillería, con un desnivel de 81 metros. El Polanco es el único ascensor propiamente dicho, con un túnel subterráneo que corre bajo el cerro y llega hasta un ascensor público que tiene un recorrido de 80 metros entre la base y el tope de la torre, donde hay un mirador hacia el puerto con el Congreso en primer plano.
Desde el Cerro Bellavista, volviendo al centro histórico, hay que caminar por la calle Esmeralda, que bordea el Cerro Concepción. En una esquina se levanta el edificio del diario El Mercurio, otro de los iconos de la ciudad. En la zona hay muchas sedes de bancos que conforman la City local, repartida en edificios que ilustran el glorioso pasado económico que tuvo el puerto tiempo atrás, y que contrasta ahora con los puestos precarios de la Avenida Argentina.
La ciudad depara una sorpresa más para los amantes de las letras. Alejada del centro, la Sebastiana fue la última casa de Pablo Neruda. Desde 1992 es un museo dedicado a la vida y la obra del poeta, que decía de Valparaíso: “Valparaíso, / qué disparate / eres, / qué loco, / puerto loco, / qué cabeza / con cerros, / desgreñada, / no acabas / de peinarte, / nunca / tuviste / tiempo de vestirte, / siempre / te sorprendió / la vida, / te despertó la muerte, / en camisa, / en largos calzoncillos / con flecos de colores, / desnudo / con un nombre / tatuado en la barriga, / y con sombrero, / te agarró el terremoto...”. La Sebastiana es uno de los lugares que no hay que perderse antes de dejar la ciudad, no sólo por las curiosidades que le imprimió Neruda en la construcción y los recuerdos que alberga sino, también, por la espectacular vista sobre Valparaíso que regala a sus visitantes.
Viña del Mar es la playa más famosa de Chile. Nació como el balneario de las acomodadas familias del puerto cuando el ferrocarril llegó hasta estas playas, en 1855. El valle de Viña del Mar era propiedad de un negociante portugués, cuya esposa creó lo que es el actual parque de la Quinta Vergara, y dio al balneario su impronta de ciudad jardín. Las primeras casas fueron edificadas en torno de 1870 y, en 1906 –luego del terremoto que destruyó gran parte de Valparaíso–, muchas familias acudieron a poblar la nueva villa. La gran playa de arenas y de aguas frías se convirtió con los años en el balneario preferido de los chilenos. No hay que perderse las fotos sobre el escenario de la Quinta Vergara (donde se hace el festival cada año) y delante del reloj floral (que imita el reloj de Ginebra). El vecino balneario de Reñaca fue el preferido de los mendocinos durante los años ‘90. En una de las puntas de la playa de Reñaca, las rocas de la Puntilla Montemar son el refugio de una importante colonia de aves y de un grupo de lobos marinos.
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