Dom 18.08.2002
turismo

CHUBUT TURISMO ECOLóGICO

Ballenas

Cada año, la presencia de las ballenas junto a las costas de la Península Valdés renueva el encuentro mágico entre los turistas y estos grandes y amigables cetáceos que nadan a sus anchas en las aguas australes. Proa al sur, en Puerto Pirámides las embarcaciones están listas para zarpar.

Por Graciela Cutuli

Este viaje no es una vacación cualquiera: es una visita, un encuentro, una cita. Es una gira mágica y misteriosa sobre aguas claras y tranquilas, en un rincón olvidado por las temibles furias del Atlántico Sur. Es una aventura para encontrarse con ligeras criaturas de decenas de toneladas. Es el viaje increíble de una experiencia inolvidable, el encuentro con las ballenas francas australes en el Golfo Nuevo.
Todo empieza cuando uno gira la cabeza y mira lo que deja detrás suyo, avanzando por el camino que empalma con la mítica Ruta 3, la cinta sin fin que recorre la Patagonia hasta Tierra del Fuego. Al pie de la meseta, al borde del mar, Puerto Madryn se achica y se aleja. Hunde sus hombros detrás de los relieves para ocultarse y dejar que se abra el inmenso paisaje de la Patagonia. Apenas unos kilómetros por la ruta 3 hacia el norte permiten empalmar con la ruta 2 –asfaltada– que cruza el Istmo Ameghino y se adentra en la Península Valdés.
Es la ruta cómoda, la que pone un toque de civilización sobre la cara arrugada de la Patagonia. Otra ruta, de ripio, más austera pero más auténtica, bordea la costa del Golfo desde Puerto Madryn y pasa por El Doradillo (un punto en los mapas que ni siquiera se concreta con la más mínima cabaña, sino una playa pedregosa desde donde se avistan ballenas) antes de unirse con la Ruta 2 en la entrada del Istmo. El decorado está delineado, el viaje ha empezado. Todo lo que está por venir merece figurar en letras doradas en los libros de vida que cada uno lleva dentro de sí.

Una isla de boa y aves La primera parada del viaje es en el puesto de control del Istmo Ameghino, donde se paga el derecho de entrada a la reserva natural que constituye la Península. Aunque sean tierras privadas, que impiden en casi todo libre acceso a las costas, la Península tiene un estatuto que le permite proteger un poco su riqueza biológica.
En el puesto de control hay un mirador al que vale la pena subir, y un centro de interpretación. Desde el mirador se ve mejor lo que se llega a divisar apenas desde la ruta: las aguas de los dos golfos –el Nuevo y el San José– en su punto más cercano. Entre las muchas curiosidades de la Península, una de las más conocidas es que se puede ver con claridad que los dos golfos nunca tienen la misma marea. Cuando en uno está alta, en el otro está baja. Otra de la curiosidades es que en el espacio tan reducido de la Península se encuentre el punto más bajo de todo el continente, una depresión de terreno de más de 40 metros bajo el nivel del mar, a escasa distancia de la costa misma.
El Centro de Interpretación es a la vez un resumen y una anticipación de todo lo que se puede ver y descubrir en la Península, y por supuesto, las ballenas y los mamíferos marinos son las verdaderas estrellas de este micro-museo. Detrás del puesto de control, un camino de ripio sale en dirección al norte. Vale la pena seguirlo por apenas unos cientos de metros hasta llegar a la costa, frente a las aguas del Golfo San José. Dos motivos valen este agregado imprevisto en el camino. Se puede observar con los catalejos allí ubicados las aves que viven sobre la pequeña isla que se encuentra frente a la playa. Esta isla tiene la forma curiosa de una boa que estaría descansando después de haberse tragado un cordero... o por lo menos, así lo explica poéticamente Antoine de Saint-Exupéry, que se acordó de su curiosa silueta a la hora de ilustrar uno de los pasajes de su Principito.
A metros del techito que resguarda los catalejos, hay una capilla blanca de estilo mediterráneo, que parece la construcción más exótica que se pueda encontrar en este rincón desértico de la Patagonia. Fue levantada para recordar un intento fallido de desembarco de colonos en estas mismas costas, hace siglos.

Aguas llenas de ballenas Es hora de retomar la ruta y seguir el viaje por unos minutos más, hasta que de repente la meseta termina y a su pies aparece el pueblito de Puerto Pirámides. Este primer encuentro es una imagen que se atesora para siempre. Basta un rayo de sol para poner color a los techos de chapa de las casas. Al pie de los barrancos de la meseta, y al fondo de una pequeña bahía sobre el Golfo Nuevo, Puerto Pirámides se esconde y parece como disculparse de existir en un lugar tan armonioso.
Sin embargo, a pesar del crecimiento turístico no cambió mucho, y no deja de ser un pueblo pionero. Las casas no llegan a formar una doble hilera a ambos lados de la ruta que lo atraviesa, paralela a la costa. Un par de bajadas a la playa están bordeadas por los únicos comercios y casas de turismo del pueblo. No hay muelle, y las lanchas se abordan gracias a tractores que adentran a los pasajeros en el mar.
Apenas un surtidor de naftas y el terreno de camping del ACA anclan al pueblo en las realidades de este mundo, que parece vivir en otra dimensión, en un lugar donde se tiene por vecinas a enormes madres con hijos que pesan varias toneladas, en una costa cada día bañada por aguas claras y tranquilas, en un pedazo de tierra donde el hombre y la naturaleza viven por fin en armonía.
Después de haber caminado por la única calle, y haber elegido la empresa de avistaje, viene la hora de embarcar. Es uno de los momentos más emocionantes: en invierno, los rudos vientos patagónicos soplan con fuerza sobre la playa de Puerto Pirámides, un lugar en realidad muy protegido por las anchas formaciones amarillas de punta trunca que le dan nombre al paraje. Da una sensación más de aventura cuando uno se abrocha el chaleco salvavidas en la playa, antes de subirse a los tractores sobreelevados que parecen saltamontes mecánicos, para llegar hasta los botes, anclados a metros de la playa.
Menos algunos catamaranes que se ofrecen según las temporadas –Sur Turismo tenía uno en Puerto Pirámides hasta hace poco, y ahora otra empresa tiene otro que bota desde Puerto Madryn– todos los botes de avistaje son embarcaciones chicas, que contrastan aún más a la hora del encuentro con los gigantes. El momento del que todos hablan, con las cámaras fotográficas listas para disparar, no tarda en llegar: bastan algunos minutos de navegación para adentrarse en las aguas y llegar hasta donde los grupos de ballenas juegan y se acercan confiadamente a los turistas. El espectáculo debe ser mutuo, porque en lugar de disminuir la cantidad de cetáceos que vienen a reproducirse y tener cría en estas aguas, los avistajes parecen aumentarlos: según los expertos, las ballenas de visita en Madryn cada año no dejan de aumentar.
Esta temporada, cuando la presión turística es menor, resulta ideal porque las incursiones se hacen con menos apuro, y si hay tiempo y suerte también es posible cruzarse con manadas de toninas que se suman alegremente a las excursiones. No se puede decir que haya una hora ideal para embarcarse: cuando es temprano, las ballenas parecen gozar del nuevo día saltando y haciendo piruetas sin cesar; más tarde el atardecer le pone un hermoso toque rojizo al espectáculo marino de las ballenas y sus ballenatos abrazados en una danza sin fin. Los expertos pueden distinguir a las hembras de los machos porque ellas suelen ser más grandes (el tamaño promedio ronda los 16 metros, con un peso de 30 toneladas), y quienes están bien familiarizados conocen hasta el nombre de cada ballena, ya que las callosidades típicas de las francas australes, ubicadas aproximadamente donde los hombres tienen las cejas y la barba, son diferentes en cada ejemplar. Los ballenatos son, naturalmente, bastante más pequeños: nacen, tras una gestación de 12 meses, con unos cinco metrosde largo, que pronto se estirarán gracias a una dieta exclusiva de 200 litros de leche diarios.
La aventura de Puerto Pirámides, sin embargo, no concluye con las ballenas. Vale la pena dedicar la mañana o la tarde, según la hora que se haya elegido para el avistaje, a recorrer la extensa playa al pie de las “pirámides”: allí se abre un extenso mundo marítimo, poblado de gaviotas, gaviotines, negros ostreros y muchas otras aves patagónicas. Mientras tanto, la bajada y subida de la marea va poblando y despoblando de agua las rocas cercanas al romper de las olas, donde se refugian caracoles, anémonas y toda clase de algas de vistosos colores. Otra manera de acercarse a este mundo es animarse al buceo, una de las clásicas propuestas de Puerto Madryn: está prohibido bucear con ballenas, pero no hace falta que ellas estén para asombrarse con el descubrimiento del mundo submarino. Además este año, como ya es costumbre, se organizará el 21 de septiembre el octavo operativo “Fondos Limpios” que organiza cada año la municipalidad con el objetivo de crear conciencia ecológica y despejar de cualquier residuo el fondo marino de Madryn y la Península Valdés

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