Dom 20.05.2007
turismo

SUIZA > UN VIAJE EN EL GLACIER EXPRESS

Los Alpes sobre rieles

Cuando el paisaje es montañoso, viajar en tren roza la aventura. Sobre todo entre las cumbres nevadas de los Alpes, allí donde de pronto bien podría aparecer Heidi, entre el vertiginoso Matterhorn y la elegante St. Moritz.

› Por Graciela Cutuli

Lo primero que se ve, en la locomotora roja donde se lee Glacier Express en letras blancas, es el dibujo del edelweiss, la flor de los Alpes, la que representa la pureza de las montañas y el blanco de las nieves eternas. Pequeña, pero romántica en su soledad, es la promesa de lo que nos espera en este viaje por las cumbres de la cadena montañosa más alta de Europa, entre dos destinos cercanos al mito: el Matterhorn y St. Moritz. Este “expreso de los glaciares” propone un viaje de siete horas que atraviesa 291 puentes y 91 túneles, hasta tocar en su cota máxima los 2033 metros de altura. Y lo que se revela ante los ojos fascinados de los viajeros es el auténtico corazón suizo, bordeando el sur y adentrándose hacia el centro, con dos ramificaciones: St. Moritz, la elegante estación de esquí que convoca a las celebridades de Europa, y Davos, aquella de la “montaña mágica”, cuyo foro mundial tiene la mayor concentración de poderosos por centímetro cuadrado en este mundo...

UN TREN CON HISTORIA Los años ‘20, aquellos “años locos” en los que Europa se recuperaba de una guerra mientras marchaba hacia otra, fueron los del comienzo del fenómeno turístico en los Alpes suizos. Por primera vez, pueblos hasta entonces perdidos en la montaña empezaban a llamar la atención de los noveles viajeros, y el aumento de la demanda turística impulsó la construcción del Glacier Express, inaugurado el 25 de junio de 1930 en el trayecto entre Zermatt y St. Moritz. Por entonces aún había una locomotora a vapor... Aquella misma locomotora fue enviada en los años ‘40 a Vietnam, cuando se electrificó la línea suiza, pero hace pocos años fue restablecida para los viajeros nostálgicos. Con el tiempo, el Glacier Express conocería numerosas mejoras técnicas, que hicieron el trayecto más breve (¡aunque se lo conoce como “el tren rápido más lento del mundo”!) y placentero, con vagones restaurante donde hoy se prueba lo mejor de la cocina suiza.

Como dato curioso, hay que destacar que hasta 1982 el Glacier Express sólo podía circular en verano, ya que el tramo de montaña del paso del Furka –antes de llegar a la mitad del recorrido– era excesivamente peligroso en invierno y estaba casi siempre tapado por la nieve: esto duró hasta junio del ‘82, cuando se abrió el túnel entre Oberwald y Realp. Desde entonces, el tren circula durante todo el año, y las promesas de paisajes maravillosos no hacen sino realzarse con el manto de nieve. En verano, cuando es transitable, el viejo paso de altura se sigue usando, esta vez con la locomotora a vapor.

ZERMATT, PUNTO DE PARTIDA La puntualidad suiza no se desmiente a la hora de la salida del Glacier Express de la estación de Zermatt, al pie de la vertiginosa montaña que inspiró más de una montaña rusa: el Matterhorn... o Cervino, si se lo mira del lado italiano. Lo primero que se admira es el contraste con las viejas fotografías del tren: aquellos vagones en blanco y negro que trepaban dificultosamente la montaña, con las damas de casquete que se asomaban a saludar por las ventanillas, se parecen poco a los modernos trenes rojos de techo vidriado que hoy realizan el trayecto. Lo que no ha cambiado es el espléndido marco que pone el paisaje, desde que el tren se encauza por el Valle del Ródano hacia las estaciones de Visp y Brig. Vamos entrando en el corazón del Valais, una región que exportó miles de colonos suizos hacia la Argentina del siglo XIX, colonos que se establecieron en gran parte en Santa Fe y Entre Ríos. Difícil imaginar paisajes más diferentes de aquellos que los vieron partir, con sus pueblos trepados a las laderas y agrupados en torno de las iglesias, generalmente la máxima altura, con el campanario sobresaliendo del marco montañoso. El recorrido del Glacier Express ofrece todo el encanto de los viajes en tren: curvas donde se divisan la cola y la cabeza del tren, puentes sobre precipicios que quitan el aliento, y por supuesto el juego de hacer un poco de equilibrio ante cada vaivén de los vagones. Bien lo saben los mozos que atienden a los pasajeros y ofrecen recuerdos y bebidas, a medida que el tren avanza por el valle hacia las zonas no tan pintorescas sino más industriales y comerciales, que contribuyen a la riqueza de uno de los países con más alto estándar de vida del mundo. Y aunque hoy es sólo un recorrido turístico, en el pasado este ferrocarril significó la conexión de la parte más aislada de Suiza con el resto del país, y tenía un aire de pionero de las comunicaciones que hoy siguen saludando los lugareños a su paso.

EL DESAFIO DEL FURKA Siempre siguiendo el Ródano, el tren avanza por el Valle de Goms, deja atrás Münster y Blitzingen, y se adentra hacia el túnel del Furka. Este era el lugar por donde el Glacier Express no podía pasar hasta que se hizo el túnel, ya que el paso está cerrado por la nieve durante gran parte del invierno. Solucionado el problema, se puede sin embargo aprovechar la ocasión (si es verano) y hacer una pausa en el recorrido para subirse al viejo tren a vapor que sigue el antiguo camino estival. En la estación de Andermatt ambos trenes vuelven a unirse. En este tramo de altura, los viajeros están cerca de las fuentes del Ródano, aunque sin duda cuesta identificar con este torrente de montaña el majestuoso río que, más abajo, corre luego hasta Francia. Para los pasajeros del tren no es posible detenerse, pero quienes sigan un trayecto semejante en auto sí pueden hacer una parada para conocer el glaciar de donde brota el río.

Siempre poniendo su toque rojo en las montañas, el Glacier Express sigue avanzando. Está ya cerca de uno de los pasos más altos de los Alpes, el de Oberalp, a 2033 metros: no es de sorprender entonces que el paisaje cambie, y los verdes se reemplacen por roca desnuda con manchas de nieve, incluso en el verano. Mientras tanto, abajo, corre cerca el Túnel del Gottardo, que une esta parte de Suiza germánica con el Ticino, de habla italiana. El paso de Oberalp también tiene importancia geográfica porque funciona como divisoria de aguas del Ródano, al oeste; y el Rin, al este.

El tren se detiene en Disentis, junto a uno de los brazos de los ríos que forman el Rin: es una escala con fines técnicos, ya que la locomotora ya no necesita ser tan potente y es reemplazada en la estación por otra máquina. Estamos, una vez más –como siempre en Suiza– frente a un cambio de idioma, porque Disentis forma parte de la suiza retorrománica, aquella donde se habla otra de las lenguas romances nacidas de la evolución del latín. El viaje, sin embargo, dista de terminar, y todavía tiene para ofrecer maravillosas panorámicas y acercamientos al paisaje y la cultura suizos.

La siguiente etapa es el “Gran Cañón Suizo”, como se llama al valle excavado por el Rin entre las rocas. Son unos quince kilómetros, durante los cuales el tren sigue el antiguo lecho del río, hasta llegar a Reichenau, donde se forma definitivamente el Rin. Es la hora, entonces, de dejarlo: el Glacier Express toma la ruta hacia St. Moritz, pasando por Domschleg, un pueblo coronado por fortalezas y castillos que le dan un aire inconfundible, como si aún estuviera en puntas de pie vigilando y defendiéndose de los enemigos, que ya no acechan desde la Edad Media. Más adelante se cruza el espectacular Puente de Landwasser, de 130 metros de largo, y se atraviesa el Valle del Albula, cuya conformación obligó a formar rulos en las vías para poder superar la pendiente (a los viajeros argentinos, los detalles y las proezas técnicas de la construcción del Glacier Express les hacen pensar, invariablemente, en aquellas logradas en el Tren a las Nubes). Ahora sí está faltando poco... más puentes, más túneles, paisajes de nieve y bosques, chalets suizos en un ambiente bucólico, y el tren se acerca a St. Moritz, meca de los ricos y famosos del mundo, aunque no hace tanto haya sido apenas un pueblo pobre oculto entre los Alpes. Giros del destino, que no se deben sólo a la suerte sino a la firme voluntad suiza de superar los obstáculos impuestos por la naturaleza. Para el Glacier Express y sus pasajeros, la aventura alpina toca a su fin. Pero St. Moritz es, en realidad, el comienzo de otro viaje...

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