VULCANISMO > LA TIERRA ESTá VIVA
Cuando la tierra ruge y expulsa ríos de lava ardiente, el ser humano tiembla y huye. Pero también siente fascinación por esos “monstruos”. Culto al volcán en Indonesia y la pasión de un fotógrafo por las turbulentas entrañas del planeta.
› Por Luis Miguel Ariza
El magnetismo que atrajo a Catherine Hickson a dedicar su vida al estudio de los volcanes surgió el día en que estuvo a punto de morir después de contemplar con sus propios ojos una erupción explosiva. Aquel domingo, el 18 de mayo de 1980, Hickson se encontraba a unos 40 kilómetros del volcán de Santa Elena (Estados Unidos), como estudiante graduada de Geología de la Universidad de British Columbia. Eran las 8.32. La montaña había dado muestras de su despertar semanas antes. “Lo primero que sucedió fue un corrimiento de tierras a lo largo de los flancos del volcán”, recuerda Hickson a EPS. “Ocurrió en microsegundos. Observamos una especie de explosión hecha de una ceniza gris y oscura, que empezó a crecer y a hacerse cada vez más grande”. Esos primeros instantes, explica, “transcurrieron en absoluto silencio, fue algo extrañísimo. Luego vimos una nube eruptiva, una segunda... Es imposible encontrar las palabras para describir aquella nube hirviente y negra que no paraba de crecer... y que se deslizaba por los flancos hasta nosotros. Pude ver cómo los árboles se aplastaban al paso de aquella nube que llevaba una velocidad increíble. Afortunadamente nos separaba un valle profundo, pero en ese momento nos abalanzamos hacia el coche.”
El sonido tardó un tiempo en recorrer la distancia que la separaba del volcán. Cuando los alcanzó, fue como si el cielo se partiera en dos. “Sólo teníamos unos segundos para escapar. Y fue en el coche cuando nos llegó el sonido; una especie de roarrrrr increíble. El suelo temblaba, caían rocas por todos los lados, en el camino, y la persona que conducía me dejó una cámara, por lo que pude realizar unas fotografías a través de la ventanilla. Pude ver cómo los ciervos y los alces saltaban despavoridos.” (...)
De Yellowstone a Indonesia Hay un gigante que ya ha despertado tres veces en los últimos dos millones de años. Duerme en las entrañas del parque nacional de Yellowstone, el más popular de Estados Unidos, y es probablemente el mayor de los supervolcanes que existen en la Tierra. Yellowstone es famoso por sus géisers de agua caliente –existen unas 10.000 fuentes hidrotermales de este tipo–, pero poca gente sospecha que prácticamente casi todo el parque se asienta sobre los restos de lo que fue un antiguo volcán cuya caldera gigante puede alcanzar los 80 kilómetros de diámetro y varios kilómetros de profundidad, ocupando más de un tercio de todo el parque.
A poco más de 6000 metros bajo tierra hay actualmente una cámara que contiene magma y rocas fundidas sometida a una presión increíble. Una erupción de un supervolcán como éste haría palidecer los registros conocidos sobre catástrofes volcánicas: es algo que jamás han visto ojos humanos. (...) La ceniza eyectada bloquearía la luz del sol, por lo que el supervolcán envolvería en un crepúsculo continuo el cielo del terreno a 200 kilómetros a la redonda. Su poder de destrucción sería equivalente al impacto de un asteroide pequeño, quizá de kilómetro y medio de tamaño. (...)
Hay escenarios de mucha menor potencia que ya han dejado su marca devastadora. La explosión de la isla de Santorini acabó con la civilización minoica en el año 1650 antes de Cristo. Los dioses lanzaron su fuego contra Pompeya a través del Vesubio. Y si bien Yellowstone ha explotado ya tres veces –la última, hace unos 640.000 años–, no es el único ejemplo de vulcanismo extremo en el mundo. Si hay algún paraíso de los volcanes, es Indonesia. Este archipiélago contiene el mayor número de cráteres potencialmente activos: 72. Aquí tuvo lugar la explosión más reciente de un supervolcán, en Sumatra, cuando la montaña Toba estalló hace unos 74.000 años. Fue un acontecimiento tan monstruoso que los expertos creen que empujó al abismo a una humanidad naciente. De acuerdo con un trabajo publicado en la revista Journal of Human Evolution por el antropólogo Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois, en Urbana (EE.UU.), la erupción del Toba produjo un invierno nuclear –una especie de noche prolongada por culpa del polvo eyectado– que duró seis años. Fue el prolegómeno de una glaciación que duraría un milenio. (..)
En Indonesia, además, se ha establecido un culto al volcán que tiene pocos referentes en otras partes del mundo. Aquí las erupciones son más frecuentes, y aunque se dispone de apenas 400 años de estadísticas, los volcanes han matado a más personas que en ningún otro lugar. El Krakatoa, en 1883, mató a 36.000 personas, y el Tambora, en 1815, a 92.000. Son cifras de una carnicería espantosa, y, sin embargo, los volcanes se han transformado en dioses.
Cada diez años, una procesión forma una columna multicolor de largas banderas que atraviesa los verdísimos arrozales de Bali. La peregrinación empieza en las playas paradisíacas de esta isla; las mujeres se visten con sus mejores prendas y llevan cestos de frutas a lo largo de 64 kilómetros hasta el volcán Agung, obedeciendo a los sacerdotes, que han convocado a los dioses. En las faldas de la montaña se erige el templo de Besakih, donde se realizan las ofrendas. Más impresionante, si cabe, es el culto al volcán Bromo, en el macizo del Tengger, en Java, que sigue activo. Los peregrinos forman largas hileras a través de una ladera de un paisaje fantástico, imposible, donde las nieblas y los gases confunden la silueta de las figuras excavadas en piedra volcánica. (...)
¿Dónde está el miedo al volcán? Durante la fiesta, que dura varios días, pueden llegar a congregarse 100.000 personas. Cualquier imprevisto por parte de la montaña podría desembocar en una sangría, puede pensarse. O quizá no. “No hay tanto miedo, ya que los científicos están monitoreando estos volcanes, y las previsiones sobre las erupciones hacen que la evacuación de la gente sea más fácil”, explica Philippe Bourseiller, que ha retratado con su cámara estas insólitas ofrendas. La razón de esta devoción tiene un lado práctico. Uno tendría que preguntarse por qué en Indonesia los pueblos se concentran al pie de los volcanes, en un peligroso ejercicio de jugar con el fuego. “La razón está en la ceniza volcánica; es muy rica para los cultivos –dice Bourseiller–. Después de una erupción hay ceniza suficiente para obtener varias cosechas anuales.” (...)
Existe otro aspecto, ciertamente insólito, en el que el hombre realiza una explotación de los volcanes, y no al revés, aunque sea por una sola vez: los mineros de los cráteres de Iljen, en Java. La imagen podría sacarse perfectamente de una escena del comic Flash Gordon, de Alexander Raymond. El volcán Kawah Iljen, en la parte oriental de la isla, está colmatado por un lago volcánico hecho de una mezcla de ácido sulfhídrico y clorhídrico. El cráter tiene unos 700 metros de diámetro, y el lago, 200 metros de profundidad. Es la mayor reserva de ácido sulfhídrico del mundo; resulta tan corrosivo que quemaría piel y carne en segundos. Hay un letrero que dibuja una tosca calavera y una advertencia en el lenguaje local para no bañarse en estas aguas, de entre 20 y 40 grados, que a veces han alcanzado los 220.
Este lago se ha mantenido constante durante los últimos 200 años, y en su parte sur hay un depósito enorme de azufre. Los mineros van hasta allí y colocan unos tubos de hierro para orientar el gas sulfuroso que sale de las múltiples fumarolas. Para ellos es el comienzo de una cosecha que no consiste en arroz, sino en azufre. (...)
Lago de lava Philippe Bourseiller describe bien la aproximación a un río de lava para arriesgarse por lograr una fotografía. “Hasta los dos metros, no necesitas el traje. Pero una vez traspasados los dos metros, es como empujar un muro. No puedes aguantar si no llevas traje.” Bourseiller ha recorrido casi todo el mundo en busca de imágenes, y cada volcán, asegura, es un mundo aparte, tiene su propia personalidad, y esculpe a su alrededor paisajes únicos, de una belleza distinta, feroz y cautivadora. Ha descendido a uno de los infiernos más bellos que existen. “Recuerdo un volcán en especial que me encantaba debido a que era muy primitivo, el Erta Alé, en Etiopía, uno de los pocos en el mundo que tienen un lago de lava. Es muy difícil acceder hasta él, ya que está en medio del desierto, y tienes que llegar en camello.”
Se cree que el Erta Alé ha estado en erupción continua desde 1967, y que su lago de lava tiene una existencia larguísima, de casi un siglo. Es difícil describir su interior. Los vulcanólogos parecen astronautas diminutos en un abismo que se abre a un centenar de metros bajo sus pies, en una tierra que fue testigo del nacimiento de los primeros australopitecos, antepasados del ser humano. Quizá la sensación de que uno se adentra en una tierra muy primigenia tenga que ver con que el Erta Alé está situado en Afar, la región en la que vivió Lucy, el fósil de homínido más famoso, que representa, según algunos, la Eva primigenia de la humanidad. El lago de lava se comporta, según Bourseiller, de una manera bastante tranquila durante el día. Las circunstancias cambian cuando llega la noche. El lago se torna naranja incandescente y se enfurece. “Es como una especie de tormenta. Las olas de lava pueden llegar a alcanzar una altura de veinte metros, y explotan, haciendo mucho ruido. Asusta, pero es algo hermoso.” (...)
Nota de Luis Miguel Ariza para El País Semanal.
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