BUENOS AIRES > HISTORIAS Y ANéCDOTAS DE EDIFICIOS PORTEñOS
Un recorrido a pie desde San Telmo a Plaza de Mayo, para conocer la casa más angosta de Buenos Aires y las historias de las “mutilaciones” del Cabildo, de los tiros que los ingleses dejaron marcados en las paredes de la iglesia de Santo Domingo, y el origen de la Casa Rosada. Los anticuarios y las ferias callejeras.
› Por Mariana Lafont
Más de uno se identifica con la frase “tantas veces pasé por aquí y no me di cuenta de este edificio”. Pero es normal que en toda gran ciudad el paisaje urbano pase inadvertido. Ya lo advirtió Ezequiel Martínez Estrada en la década del 40, cuando escribió en su famoso libro La cabeza de Goliat que “Buenos Aires todavía no ha sido descubierto, y aun para los que acostumbramos acariciarlo voluptuosamente con la vista, todos los días tiene sorpresas de emoción que venimos a estimar cuando estamos lejos de allí”. Por eso Turismo/12 propone salir a caminar la ciudad para redescubrir el entorno cotidiano, hurgando en su propia historia, y recordando otra vez al escritor correntino que captó como nadie la esencia de las calles de Buenos Aires: “El tacto de la ciudad es percibido por los pies. La mano es inútil para palpar la ciudad. No podemos entrar con ella en contacto si no es por los pies; se la palpa caminando”.
A FALTA DE UNA, DOS Buenos Aires, con dos fundaciones en su haber –en 1536 y en 1580– tiene su corazón en el mítico sitio de la segunda fundación: Plaza de Mayo. Desde su centro se ven los edificios circundantes que, al igual que la plaza, han sufrido los avatares del tiempo y las siempre inestables decisiones de sus gobernantes. Cuando no hay manifestaciones lo usual es ver presurosos oficinistas que van y vienen sorteando distendidos extranjeros sacándose fotos, mientras otros afortunados disfrutan unas horas de ocio echados en el pasto. Entre tanto, contingentes de escolares visitan la zona, patrióticos vendedores ofrecen banderas y escarapelas y tanto niños como jubilados alimentan a las dueñas de la plaza: las palomas.
Prolífica y extensa es la historia de esta mutante plaza, testigo crucial de la historia nacional. Nació tras la demolición de la Vieja Recova, a partir de la unión de las plazas de la Victoria y del Fuerte, en 1884. En el primer aniversario de la Revolución de Mayo se erigió el primer monumento de la ciudad: un obelisco de adobe en el centro de la vieja Plaza de la Victoria y al que se le agregaría, en el ápice, una estatua representando la Libertad. La Pirámide de Mayo sufrió varias metamorfosis hasta que en 1912 se trasladó al centro de la actual Plaza de Mayo y fue, desde siempre, el punto de reunión de luchas y festejos. Más tarde, la Pirámide sería el lugar de encuentro de las Madres de los pañuelos blancos que aún giran y giran pidiendo una respuesta.
En 1882 el primer intendente de la ciudad, Torcuato de Alvear, mandó plantar las altísimas y peculiares palmeras –traídas de Río de Janeiro– que aún hoy se mantienen. En 1894 se inauguró la Avenida de Mayo a costa de mutilar uno de los edificios más simbólicos de la ciudad: el Cabildo. Desde su origen en 1610 hasta 1940 –año de su última y gran remodelación– el testigo más importante de la Revolución fue cambiando continuamente de forma. De los once arcos originales perdió tres en una estocada contra la nueva arteria y otros tres en 1931 cuando se abrió la Diagonal Roca. Semejantes cambios hicieron estragos en su deplorable aspecto hasta 1940, año en que el arquitecto Buschiazzo reconstruyó la apariencia del Cabildo colonial sobre la base de documentos históricos.
LA ROSADA Y LA CATEDRAL Cuesta imaginar en el lugar donde hoy se ubica la Casa de Gobierno una fortaleza con torreones, garitas de observación, puente levadizo y un foso. Tal era el Viejo Fuerte. Al ver la fachada que da a la plaza se distingue que ambos lados –unidos por el armónico arco central– no son simétricos. El lado de Hipólito Yrigoyen era la antigua Casa de Correos y Telégrafos y el lado de Rivadavia eran los restos del fuerte. Para emparejar y mejorar el edificio, en 1882 Roca mandó a levantar un edificio en simetría con el de Correos pero incorporando balcones que luego serían sumamente aprovechados por Perón y Evita para hablar a la multitud reunida en la plaza. El llamativo tono de la Casa Rosada –que siempre asombra a los turistas– se lo debemos a Sarmiento, y en torno de este hecho están dos relatos. Uno dice que tras las arduas luchas entre unitarios y federales –identificados con el blanco los primeros y el rojo los segundos–, el país comenzó a juntarse y la casa de gobierno debía reflejar tal unión con un simbólico tono rosado. Por su parte, la versión “menos romántica” sostiene que se usó una mezcla de cal, sangre y sebo de bovinos para impermeabilizar las paredes.
La Catedral Metropolitana, por su parte, se alza cual templo griego, ajena a todo lo demás. Divertida es la reacción de los extranjeros al descubrir que lo que creían era un teatro es nada menos que la principal iglesia de la ciudad. En su interior se accede por la nave derecha a la capilla con el mausoleo del general San Martín, custodiado por dos inamovibles granaderos. A pesar de haber muerto en el exilio en 1850, sus restos fueron repatriados recién en 1880. Y no fue fácil encontrarle un lugar de descanso, ya que según se dice la Iglesia se opuso a recibirlo porque San Martín había sido masón. Sin embargo, se llegó a un acuerdo y el mausoleo se construyó al lado del templo, en un antiguo camposanto.
MANZANA DE LAS LUCES Al dejar la plaza se puede enfilar hacia Alsina y Bolívar, justo donde está la iglesia de San Ignacio, la más antigua de la ciudad. Esta forma parte de la Manzana de las Luces, llamada así porque en sus edificios se reunían los intelectuales del siglo XIX. Los jesuitas se instalaron aquí en 1661 y concluyeron el primer templo de adobe en 1675. Refacciones de por medio, se inauguró en 1722 y aún hoy conserva elementos del siglo XVIII. Aquí también se creó, en 1821, la Universidad de Buenos Aires.
Al lado de San Ignacio, los jesuitas construyeron un colegio, donde hoy está el prestigioso Nacional de Buenos Aires –fundado en 1863–. Siguiendo por Bolívar se llega a la Avenida Belgrano y luego a Defensa. En el camino está el lugar donde Manuel Belgrano nació y murió y que hoy ocupa el Edificio Calmer. Unos pasos más adelante se encuentra la iglesia comúnmente llamada “de Santo Domingo”, pero su nombre real es Santa María del Rosario. En la entrada está el mausoleo con los restos de Belgrano pero lo importante es que esta iglesia ha quedado como testigo del paso de los ingleses por estas latitudes. En 1807 los ingleses intentaron apoderarse de Buenos Aires por segunda vez y el convento fue escenario de un épico episodio. Las tropas enemigas avanzaron por la actual calle Defensa y se atrincheraron en la torre de la iglesia, resistiendo a las fuerzas de Liniers. Muchos de los cañonazos disparados dieron en la torre y las balas quedaron allí incrustadas. Rosas mandó retirar las balas y como recuerdo de la victoria se colocaron tacos de madera que son los que hoy se ven. Pero lo más fascinante está en un oscuro y recóndito rincón de la iglesia –al fondo de la nave lateral izquierda–, donde permanecen cuatro banderas inglesas tomadas por Liniers. Según dicen, en la primera invasión Liniers había prometido defender la ciudad y ofrecer a la Virgen del Rosario las banderas enemigas como muestra de victoria. Y así lo hizo. Al año siguiente el enemigo regresó para recuperar sus banderas. Sin embargo, la resistencia del pueblo y su activa participación lo impidieron.
POR EL EMPEDRADO En el cruce de Belgrano y Balcarce se ingresa al Buenos Aires de adoquines, tanguerías y viejos faroles. Al llegar al Pasaje San Lorenzo –más precisamente al número 380– se levanta la casa más angosta de Buenos Aires: “La Casa Mínima”, con un frente de 2,50 metros de ancho. Luego, en la Avenida Independencia, el espacio de la vereda se reduce porque la esquina no tiene ochava. Allí está el Viejo Almacén, ese reducto tanguero conducido por Edmundo Rivero desde 1968 hasta su muerte. En el pasado el edificio fue hospital, almacén y vinería, y sobre la fachada de Independencia aún se ven las argollas para atar caballos.
Subiendo por Independencia se vuelve a Defensa para entrar al corazón de los anticuarios y al barrio de San Telmo. Llamado antes “Alto de San Pedro” –por su posición más elevada– y conocido como “barrio del puerto”, fue testigo en el año 1600 de la aparición del culto a San Pedro González Telmo, patrono de los marineros. Hasta 1871 el barrio fue habitado por adineradas familias que debieron migrar hacia el norte –al actual barrio de Recoleta– debido a una epidemia de fiebre amarilla. Y sus casas abandonadas sirvieron de albergue a muchas familias de inmigrantes, transformándose en atiborrados conventillos. Para imaginar cómo era una hermosa casona en 1880 hay que visitar el Pasaje de la Defensa –antigua residencia de los Ezeiza– con sus tres hermosos patios consecutivos. Y en el antiguo espacio para carretas hoy se alza la Plaza Dorrego, que domingo a domingo aloja a más de 200 puestos con los objetos usados más diversos y desopilantes. Entre semana los bares circundantes despliegan mesas y sillas, y mientras uno se toma un café siempre hay alguna pareja bailando un tango. Es un buen momento para descansar y reflexionar sobre otra cita de Martínez Estrada: “El pasado es la unidad ciudadana, y aquellas enseñas arqueológicas dicen más al transeúnte que las prédicas del político y las protestas de grandeza en las fiestas oficiales”.
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