DELTA > CRóNICA DE UNA TRAVESíA EN KAYAK
La reserva de la biosfera del Paraná, muy cerca de la Capital, es el destino elegido para una travesía de tres jornadas a bordo de un kayak. Desde Tigre, crónica de una aventura a golpe de remo por ríos y arroyos, enfrentando el desafío de atravesar el caudaloso Paraná de las Palmas.
› Por Guido Piotrkowski
La primavera ya está entre nosotros. Llegan los días soleados y cálidos, el verde aflora, y la idea de escaparse al encuentro con la naturaleza toma color. Muy cerca de la ciudad de Buenos Aires, a escasos 50 kilómetros, comienza el mundo acuático del Tigre, una alternativa más que tentadora si contamos con poco tiempo y muchas ganas de disfrutar unos días de aire puro, vida sana y aventura en los intrincados canales del Delta del Paraná. Y una de las mejores formas de vivir esa experiencia es animándose a emprender una larga travesía, navegando a bordo de un kayak.
Durante tres jornadas, montados en ocho kayaks diferentes, remontamos las aguas desde Tigre hasta la Reserva de la Biosfera del Paraná, en una travesía en la que recorrimos unos 90 kilómetros, entre juncales, cortaderas y lirios acuáticos, que forman parte de la riquísima flora autóctona.
El Club Hispano es el punto de encuentro para zarpar temprano en la mañana. Disponemos el equipaje dentro de los tambuchos, que son pequeñas aberturas con un doble cierre hermético de plástico y neoprene para impedir la entrada de agua. Por mayor precaución, todo va dentro de bolsas plásticas y lo que necesitemos a mano irá a nuestros pies, debajo del cubrecockpit, atuendo que se ajusta a la cintura y al contorno de la boca del kayak para evitar que el agua entre en la embarcación.
El grupo de diecisiete personas se reparte en tres kayaks dobles, tres triples y dos singles, en los cuales se desplazan los instructores. Patricio Redman, experto kayakista, navega estas aguas desde hace más de veinte años, por lo que conoce los canales como la palma de su mano. “Normalmente los kayaks triples se arman para que los remeros más aptos ayuden a los menos aptos”, explica, y recomienda: “Siempre es preferible una palada pausada pero constante, a un ritmo acelerado pero interrumpido frecuentemente. El movimiento debe ser dinámico y sin grandes tensiones para evitar las contracturas”.
Para realizar esta travesía no se necesita ser un experto, pero sí tener manejo básico y una buena capacidad aeróbica. Cómo entrar y salir del bote, cómo dar las paladas o qué hacer si la embarcación se da vuelta son algunas de las habilidades que requieren algunas horas de entrenamiento previo. Patricio y su hermano Fabián llevan adelante una escuela, Delta en Kayak, en la que todos los fines de semana se imparten clases teóricas y prácticas, así como también salidas diarias hasta recreos en las inmediaciones del Tigre. “El kayak es una embarcación ideal para disfrutar de la naturaleza”, dice Fabián.
Navegamos unos ocho kilómetros por el río Luján hasta el apacible Caraguatá, lentamente y siguiendo las instrucciones iniciales de los guías. Vamos dejando atrás los últimos vestigios urbanos, deslizándonos suavemente junto a grandes embarcaciones ancladas en la ribera de Tigre. Las lanchas colectivas pasan a nuestro lado y producen un oleaje que hace ladear el kayak.
La travesía es un auténtico trabajo en equipo que requiere estar en sintonía con los compañeros de embarcación. Remar al unísono es clave para no cansarse de más y avanzar a un ritmo parejo, sobre todo cuando la corriente está en contra. “Sentir que no somos tres sino uno”, expresa Carlos, al bajar de su bote triple.
Una vez que entramos en el Caraguatá, tengo la plena sensación de estar en otro lado, mucho más lejos de lo que la realidad en tiempo y kilómetros recorridos indica. En el grupo, heterogéneo, reina un espíritu aventurero. Carlos trabaja en un laboratorio medicinal, anda por los cincuenta y hace seis años que rema. Su estado físico es envidiable. “Lo que más me gusta del delta es que a pocos minutos de la Capital estás en un mundo distinto; y en quince minutos de remo estás en la nada, es mágico”, comenta mientras timonea mi kayak.
El Caraguatá es silencioso, sólo matizado por el canto de las aves e interrumpido, de a ratos, por el ladrido de los perros isleños. Cada tanto se impone un descanso y todo el grupo deja de remar; los kayaks van parando su marcha lentamente y quedan flotando a la deriva. “En las travesías se navega al ritmo de los rezagados y siempre efectuamos paradas de reagrupamiento que también sirven para recuperarnos del esfuerzo”, explica Redman.
Hay mucha humedad y el sol del mediodía se cuela entre la espesa vegetación. Remojarse las cabezas con frecuencia es imprescindible. Tanto como tomar algún liquido energizante o masticar una barrita de cereal. Pero buscar algo dentro del kayak puede convertirse en una verdadera odisea: dejar los remos a un lado sin que se caigan al agua y desenganchar el cubrecockpit sin ladearse no es tan sencillo como parece. Bien entrado el mediodía el grupo para en el muelle de una casa aparentemente abandonada para almorzar. Uno a uno, los kayaks van estacionándose al pie de la escalera y los tripulantes bajan cuidadosamente. Todo es parte de la aventura aquí, desde remar contra la corriente hasta el simple hecho de salir de la embarcación.
Luego del almuerzo, la mayoría de los remadores se tienta con una siesta reparadora a la sombra de algún árbol antes de encarar el segundo tramo del día, que incluirá cruzar el Paraná de las Palmas.
Avanzamos por el canal Arias hasta desembocar en el Paraná de las Palmas. Allí, la corriente es muy fuerte y el viento sopla con fuerza. Los buques, lanchas y otras embarcaciones pasan, una tras otra, produciendo un fuerte oleaje que mueve los kayaks a un lado y otro. Así, balanceándonos al ritmo de las aguas, esperamos unos diez minutos mientras los guías nos indican cómo hay que atravesar el caudaloso Paraná. “Los cruces de los grandes ríos conviene efectuarlos en diagonal y tratando de compensar la deriva que provoca la masa de agua. Lo ideal es tomar como referencia un punto en la costa y atenerse a ese rumbo”, recomienda Patricio. Finalmente, con la zona liberada, emprendemos el cruce. Remando acompasados, los ocho kayaks surcan el Paraná de las Palmas desafiando viento, marea y las olas que dejan atrás las otras embarcaciones. A lo lejos, pero cada vez más cerca, grandes buques avanzan y nosotros, como hormigas acuáticas, quintuplicamos nuestras fuerzas en pos de llegar al otro lado del río sanos y salvos.
Quien va sentado al frente marca el ritmo de las paladas, que debe ser parejo. El que ocupa el lugar de atrás es quien timonea, y por eso debe ser el más experimentado de todos los remadores. El cruce se dificulta, por momentos parecemos estancados en el mismo lugar. La corriente deriva nuestras pequeñas embarcaciones hacia la derecha de nuestro objetivo, el canal De la Serna. Esta situación nos obliga una y otra vez a la trabajosa tarea de enderezarlo, hasta que abordamos el canal y entramos en la Reserva de la Biosfera del Paraná. Allí pasamos por El Tropezón, la antigua hostería donde se suicidó el poeta argentino Leopoldo Lugones. Alrededor de las 5 de la tarde, exhaustos, llegamos al primer destino: el recreo del camping La Navarra.
Mate, café, y galletitas para disfrutar de un buen atardecer; fogón y spaghetti para una cena muy conversada, en la que no faltan las anécdotas del día.
Alrededor de las diez encaramos el arroyo Durazno. Luego de recorrer varios kilómetros entre los bosques de ceibos –difíciles de observar en la segunda sección del delta–, entramos en el Canal Honda, en un mediodía de mucho oleaje que exige remar duro pero con corriente a favor. El grupo está muy animado a pesar de que el cielo, cubierto, anuncia una lluvia inminente. El Honda es un canal ancho, con mucho tráfico naval y lleno de jóvenes atléticos montados en sus jet-ski. Paramos en El Fondeadero, lugar elegido para almorzar y acampar también. Los lugareños confirman la noticia que los Redman ya habían sintonizado en sus VHF: Prefectura anuncia una tormenta. Así que enseguida armamos el campamento en un hermoso terreno rodeado de árboles.
Acto seguido, un almuerzo frugal de sándwiches y frutas para poder remar livianos por la tarde.
El Canal Hambriento, pintoresco y bien estrecho, es muy utilizado por los isleños. Hacia allí nos dirigimos. La tarde, ventosa y fría, dificulta la remada por aquí. “Remontando un río conviene navegar pegados a la costa para evitar la mayor corriente o lengua de agua que normalmente se localiza en el medio”, explica Patricio.
Al atravesar un juncal, uno de los kayaks queda atascado en la maraña de plantas y el guía debe acudir en su ayuda. Una vez que entramos en el Hambriento, todo toma otro color, rodeados de vegetación salvaje y envueltos por el sonido de las miles de aves que no se dejan ver, pero sí escuchar: carpinteros reales, garzas moras, lechuzas, jotes, picaflores y el martín pescador, entre otros.
Al amparo del viento, navegamos en fila india: el canal es tan angosto que no hay otra forma de hacerlo. Son innumerables los canales que, como éste, pueblan el infinito Delta del Paraná en el que conviven coipos, carpinchos y lobitos de río.
Desembocamos en el canal Mitre, muy ancho y ruta de paso de los barcos que se dirigen a Uruguay. En el cielo, enormes nubarrones nos exhortan a volver. La tormenta está al caer, hace frío y estamos todos cansados. Pero el chaparrón no llega, y en su lugar disfrutamos de un ocre atardecer en el muelle.
La mañana fue relajada, disfrutamos del sol y la playa del El Fondeadero. Luego cargamos los botes por última vez: el esfuerzo final se acerca. Almorzamos un gran plato de arroz con hongos y partimos por el canal Honda, con corriente a favor. Navegamos mansamente bajo un sol abrasador, es un día hermoso. En el grupo todos parecen viejos conocidos ya, y se suceden las bromas de bote a bote. Pero en el río no se puede andar distraído. De pronto aparece un enorme palo frente a nuestro bote y no hay tiempo para torcer el rumbo; en pocos segundos, la punta del kayak impacta en la madera. El ruido del choque atrae la atención del resto, pero es solo un golpe. La embarcación y nosotros, intactos. La travesía continúa, el grupo está cansado, el esfuerzo se siente en cada músculo. Falta poco, pero aún hay que remarla. En tanto, Guillermo, uno de los guías, se da vuelta en el kayak, pero su agilidad y experiencia lo ponen en cuestión de segundos cabeza arriba nuevamente.
El Tigre está cada vez más cerca. Ingresamos en el apacible canal Aguirre, hay mucho tráfico naval por estos lados y avanzamos lentamente pero a un ritmo parejo hasta alcanzar el Río Luján. Allí, la corriente en contra se suma al cansancio generalizado y las ganas de llegar. Remontamos con mucho esfuerzo este último tramo, y llegamos nuevamente, entre lanchas colectivas y demás embarcaciones domingueras, gritos de niños y ruidos de autos, al punto de partida.
Contra viento y marea, a sol y sombra, durante tres días le seguimos la corriente a los ríos y arroyos. Y aunque llegamos con los músculos tensos, todos celebramos la intensa experiencia de haber navegado a golpe de remo por la naturaleza acuática del Delta.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux