ITALIA > OGROS, ELEFANTES Y MITOS DEL BOSQUE SAGRADO
A pocos kilómetros de Viterbo, en Bomarzo, un noble Orsini hizo construir misteriosos monstruos que custodian el Bosque Sagrado. Un paseo para redescubrir el encanto tenebroso de esta obra de arte renacentista.
› Por Graciela Cutuli
Un laberinto de símbolos, digno de los más audaces cuadros de Salvador Dalí. Pero no es el fruto de un artista iconoclasta del siglo XX, sino de un noble del Renacimiento italiano que, quebrado por el dolor ante la muerte de su esposa, dio rienda suelta a sus fantasmas y los hizo de piedra. Pier Francesco Orsini, el “Vicino Orsini” que recreó magistralmente Manuel Mujica Lainez, hizo construir el Parque de los Monstruos, o Villa de las Maravillas, para sfogare il cuore –desahogar el corazón– tras la muerte de Giulia Farnese. Corría el año 1552, y el encargado fue Pirro Ligorio, el arquitecto también llamado a completar trabajos en San Pedro tras la muerte del exquisito Miguel Angel. Muy distinto de la armoniosa basílica, el resultado entre endemoniado y onírico de Bomarzo sigue sorprendiendo, más de cinco siglos después: en el corazón de un bosque umbrío, a pocos kilómetros de Viterbo y en la región del Lazio donde supieron dejar huella etruscos y romanos, un panorama de sugestivo misterio invita a desafiar las leyes del equilibrio, ingresar en la boca del ogro y asistir a la lucha de inmóviles titanes de piedra.
Durante siglos, el Parque de los Monstruos de Vicino Orsini quedó olvidado. Olvidados fueron sus pesares amorosos, las profecías que tiñeron de sombra el curso de su vida, el poderío de su familia y la obra maestra que permanecía, tapada por el bosque, a pocos kilómetros de la Ciudad Eterna. Sólo a mediados de los años ‘50 fue recuperado, cuando la propiedad fue comprada por la familia Bettini, que se encargó de restaurar el parque, todavía hoy de gestión privada. Para ingresar en la Villa de las Maravillas –que tanto fascinó a Mujica Lainez cuando fue llevado por amigos argentinos durante una visita a Italia–, hay que pasar primero bajo la mirada de las esfinges: “Chi con ciglia inarcate / e labbra strette / non va per questo loco / manco ammira / le famose del mondo / moli sette”, anuncia una de ellas. En palabras modernas, “quien no pasee por este lugar con expresión de asombro, tampoco será capaz de admirar las siete maravillas del mundo”. Y dice la otra: “Tu ch’entri qua pon mente / parte a parte / e dimmi poi se tante / maraviglie / sien fatte per inganno / o pur per arte”. “Tú que entras aquí, examina cosa a cosa, y dime luego si tantas maravillas han sido hechas con engaño, o con arte.” Y no será fácil decirlo: aunque la historia no conservó el nombre de los escultores que dieron forma a las moles rocosas del Bosque Sagrado, la fuerza de las imágenes de Proteo, de Hércules luchando con Caco, de la Tortuga y de Pegaso, entre tantas otras, hacen pensar que combinaron con maestría arte e inganno. Sirenas, dioses griegos, una curiosa casa en plano inclinado, la Bella Durmiente del Bosque, el elefante en lucha con un guerrero, el mundo con el castillo Orsini, Ceres, Cerbero y la cabeza de un Orco con una gigantesca boca abierta que se devora a los visitantes (donde hoy se lee “ogni pensiero vola”, todo pensamiento vuela) forman parte de este bosque fantástico pensado para asombrar y para aterrar, donde las armonías renacentistas del siglo en que vivió Vicino Orsini parecen muy lejos, y mucho más cerca de las tensiones barrocas que anunciaban los años siguientes. Paso a paso, mientras se van leyendo las inscripciones de cada estatua y adivinando las nuevas figuras en la espesura, cada cual intenta su propia explicación, pero a todos se impone una visión del mundo entre fantástica y onírica que no pudo sino fascinar a los surrealistas del siglo XX.
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