Dom 15.09.2002
turismo

NEUQUEN TURISMO INVERNAL EN CAVIAHUE
AVENTURAS
EN LA NIEVE

Aventuras en la nieve

Travesías en esquí nórdico, termas agrestes de aguas sulfurosas, una vertiginosa ascensión en “oruga” al cráter del volcán Copahue y un trekking por la nieve hasta una laguna congelada en la cima de un cerro. Aventuras invernales en Caviahue, el reino de las araucarias, y una propuesta económica para jóvenes que incluye viaje en ómnibus y estadía en un albergue.

Por Julian Varsavsky

Al ascender por los caminos de cornisa de la Ruta 26, rumbo al noroeste de Neuquén, el paisaje se va cubriendo de blanco de manera progresiva. Primero son unos manchones de nieve, luego sectores enteros de la montaña, hasta que finalmente ya no hay árboles debido a la altura, y ni siquiera una roca sobresale en las extensiones de blancura perfecta y lisa como una alfombra. Un desierto de montañas blancas se extiende por el horizonte. Y llegado cierto punto, el camino queda encerrado entre dos laderas montañosas que nacen a metros de la banquina, totalmente cubiertas de nieve desde el pie hasta la cima. Si a esto se le suma que el cielo está encapotado por una sola gran nube blanca, daría la sensación de que nos dirigimos hacia un mundo de punta en blanco, sin fisuras, que extiende su brillo hasta el infinito. Vamos en busca del extraño “reino de las araucarias”, esos árboles milenarios de largo tronco que se ramifican recién en la parte superior –conformando una especie de parasol–, y que vistas desde la distancia semejan a esos bosques de hongos gigantes que encontró Otto Lidembrock, el protagonista del Viaje al Centro de la Tierra imaginado por Julio Verne.

Nieve y azufre Durante casi todo el invierno, el pueblo de Caviahue transcurre los días con sus casas semitapadas por la nieve. El trabajo de las topadoras es continuo y la habilidad para destapar caminos y desenterrar casas es poco menos que una ciencia propia del lugar. Allí nos esperan aventuras únicas en el país, como ascender hasta el cráter de un volcán en actividad en un vehículo oruga, realizar una travesía en esquí nórdico por terrenos de poca ondulación para darnos un baño en unas termas agrestes rodeadas de nieve y, por último, caminar sobre una laguna congelada al final de un trekking por la montaña, hundiéndonos en la nieve hasta la cintura.
La travesía en esquí nórdico es el equivalente a un treking por la montaña, pero deslizándose mediante esquís. No se requiere ninguna experiencia previa ni aprendizaje alguno, ya que se trata sólo de caminar sobre la nieve mediante breves deslizamientos que equivalen a dar pasos arrastrando los pies. El micro nos deja al borde de la carretera, y al rato de haber hecho las primeras pruebas, todos los excursionistas avanzan en fila india aprovechando el surco abierto por los que encabezan la vanguardia. Todo comienza “tranqui” y sin apuro, pero al llegar las primeras ondulaciones del terreno los corazones comienzan a agitarse por el esfuerzo. La belleza del paisaje a pleno sol, con sus vastas planicies cubiertas de un manto de nieve, supera todas las expectativas. Pasar en caravana con los esquíes “rayando” un terreno virgen de lisura perfecta es como violar la pureza de un paisaje que se mantenía intocado hasta nuestra aparición. Al mirar hacia atrás hay una extensa raya blanca que ha dividido el uniforme paisaje en dos mitades.
Al llegar a lo alto de una lomada, el guía nos indica que al pie de una montaña cercana están las termas conocidas como Las Máquinas. La cercanía de la meta nos da aliento para un último esfuerzo, y el olor del azufre presagia que estamos muy cerca. En Las Máquinas lo primero que vemos es una pileta natural de color gris con una construcción abandonada al costado. El suelo que pisamos es húmedo y burbujeante, al tiempo que expulsa ruidosos vapores como si la tierra hirviese bajo nuestros pies (el nombre de las termas evoca a las máquinas a vapor).

El aliviadero de los infiernos La laguna de Las Máquinas huele –la verdad sea dicha– a huevo podrido. Es el olor natural del azufre, que se incorpora a nuestros sentidos y rápidamente dejamos de percibirlo. Bajo la premisa de que ningún placer está exento de su debido precio, todos se van sumergiendo tímidamente en las aguas burbujeantes. Al principio muchos se resisten, pero al oír las expresiones de placer por parte de los bañistas nadie puede resistir la tentación de meterse en la laguna de barro volcánico. A un costado, una gran fumarola expulsa vapores a presión como si se tratara de un aliviadero de los infiernos.
Una vez con el agua hasta el cuello, el efecto relajante es inmediato. Los cuerpos doloridos por la travesía se ablandan como en un nirvana, y la resistencia a meterse al agua se invierte y ahora nadie quiere salir, obviando los ruegos del guía para emprender el regreso. Los bañistas, ya familiarizados con el barro gris, se aplican sobre el rostro el producto natural que agarran del fondo, dejando que se seque hasta formar una máscara. Al quitarla con el agua, todos descubren asombrados el veloz efecto suavizante sobre la piel, que durará por varios días.
Del baño en el barro caliente junto a un gran bloque de hielo y nieve, pasamos al “sauna”, una precaria “casita” construida sobre una ruidosa fumarola natural que bulle desde un manantial e impregna con sus vapores todo nuestro cuerpo. Los poros se abren generosamente liberando transpiración casi a borbotones, y las vías respiratorias se purifican al máximo.
Ya es hora de volver, y el trayecto en bajada promete un menor esfuerzo para los cuerpos relajados por el baño. Pero bajar implica deslizarse un poco, y las caídas se suceden irremediablemente, una tras otra, por la falta de experiencia de los esquiadores. Volver a ponerse de pie sobre la nieve es una tarea exigente y nada sencilla, sobre todo si a lo largo del trayecto uno se cae más de 10 veces. Luego de 8 horas de travesía, llegamos al borde de la carretera, donde nos espera el micro. Estamos agotados, algunos verdaderamente exhaustos, pero no hay uno solo que esté arrepentido de haber realizado la excursión.

Trekking sobre la laguna Caminar sobre una laguna congelada es una de las excursiones de aventura más celebradas en Caviahue. El trekking comienza al borde del pueblo, con una ascensión a la ladera montañosa totalmente cubierta de nieve. Los guías son muy cuidadosos de que nadie se salga del sendero establecido para evitar accidentes en la relativamente escarpada ladera. Las ascensión dura unos 20 minutos entre las araucarias que crecen sobre las rocas de basalto, hasta que llegamos a la cima de la montaña, a unos 60 metros de altura desde la base. En realidad, se trata de una especie de meseta, ya que nos encontramos con una extensa planicie llena de araucarias al final de la cual se levantan otras montañas más elevadas. Durante el trekking cada paso puede deparar la sorpresa de quedar enterrados en la nieve hasta la cintura, requiriéndose de la ayuda de un compañero para salir del pozo. De repente, tras una lomada, aparece una extensión cubierta de nieve que mide unos 300 metros de largo por 100 de ancho, y se mantiene perfectamente lisa y sin saliente alguna, rodeada de araucarias. Al dar los primeros pasos sobre ese terreno, el guía nos informa que estamos caminando sobre una laguna congelada (el hielo está debajo de la nieve) y un pequeño temor se apodera de los caminantes. Pero es evidente que si la capa de hielo fuese a romperse por el peso de las 30 personas, a esta altura eso ya hubiese ocurrido.
A un costado de la laguna nos sentamos a descansar sobre unas rocas. Un mate nos ayuda a entrar en calor, y Sergio Curio –nuestro guía– nos comenta que estamos a la sombra de una araucaria de 800 años. El dato impresiona, y todos observan con especial reverencia la rugosa corteza del árbol.

Al crater La excursión máxima que se realiza en Caviahue es la ascensión al cráter del volcán Copahue. En invierno se utiliza un vehículo “oruga”, con capacidad para 9 personas, equipado con una tecnología de movilidad similar a un tanque de guerra. Partimos a la mañana temprano, rumbo al majestuoso volcán de 2970 metros sobre el nivel del mar. No hay caminos ni una ruta exacta preestablecida, ya que todo está cubierto de nieve. Avanzamos con una inclinación de 15 grados, y al frente no se ve otra cosa que la ladera blanca. Cuando estamos cerca del cráter, luego de una hora,el conductor detiene la marcha de la oruga y nos preparamos para realizar el último tramo a pie. Al salir del vehículo los vientos de 70 kilómetros por hora ejercen una presión tremenda sobre el cuerpo, complicando la caminata sobre la nieve endurecida. Al mirar hacia abajo y descubrir el precipicio a nuestras espaldas, todo el mundo se siente un escalador a punto de alcanzar la cima del Everest. Unas densas fumarolas salen del cráter, y al llegar al borde un fuerte vaho sulfuroso choca con nuestro sentidos y casi no se puede ver nada por la fuerza del viento. Los bastones nos ayudan a sostenernos y el panorama abarca una parte de la Cordillera de los Andes, los picos del volcán Lanín y la herradura del lago Caviahue.
Al mirar hacia adentro, se descubre con sorpresa que el cráter de un volcán activo está lleno de agua. Su diámetro mide 200 metros y la laguna es de un color verde fosforescente, consecuencia del azufre diluido que flota en la superficie. Pero todavía más extraño resulta descubrir que a lo lejos, detrás de la laguna, hay un glaciar con paredes de 25 metros de altura y 350 metros de ancho, que no se divisa fácilmente por estar manchado con la ceniza volcánica.
Toda excursión de aventuras lleva implícita una cuota de riesgo –por pequeña que sea– y en el caso del volcán Copahue una caída puede ser fatal. Sin embargo, cumpliendo con las recomendaciones de los guías no hay mayores peligros. Incluso hay quienes descienden esquiando. Y es justamente aquí, sobre el ventoso cráter del volcán, donde acontece la vibración más intensa de este viaje. Estamos parados sobre el punto clave de una suerte de cuerpo viviente que alberga las fuerzas descomunales de la profundidad incandescente de la tierra. Ciclones de fuego laten contenidos bajo nuestros pies, y sus lejanas reverberancias alcanzan para mantener los suelos de toda la zona en un estado permanente de ebullición.

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