FORMOSA > ECOTURISMO
En el extremo norte argentino, el Parque Nacional Río Pilcomayo protege un área de paisajes propia del Chaco Oriental, sobre la ribera derecha del río que le da nombre. Selvas y cañadas, esteros y lagunas y una gran diversidad de flora y fauna para descubrir en un viaje hacia lo más profundo de la naturaleza formoseña.
› Por Graciela Cutuli
Hay que decir que no es fácil llegar y recorrer esta región, de temperaturas extremas –en pleno verano puede llegar a 45 grados– y caminos difíciles de transitar, por no decir imposibles, cuando llueve. Pero también hay que decir que el esfuerzo vale la pena: su paisaje cambiante oscila entre las selvas y cañadas, los quebrachales y los lapachos, los esteros y las lagunas, en una abundancia de agua y verde donde las flores y las aves ponen matices de color contrastantes. Además de la vista, en el Parque Nacional Pilcomayo, que ocupa más de 47 mil hectáreas sobre la ribera derecha del río que marca frontera entre Paraguay y la Argentina, hay que tener el oído atento: en sus numerosas palmeras caranday, como en otros árboles, anidan aves que pueden distinguirse no sólo gracias a un buen par de prismáticos sino también gracias a las diferencias en el canto. Para el neófito, entonces, un buen guía será la mayor ayuda para internarse en este laberinto vegetal surcado de bañados, esteros y lagunas, en una suerte de viaje iniciático hacia lo más profundo de la naturaleza formoseña.
Clorinda, centro comercial y de intercambios de la región, y tradicional puerta de entrada a Asunción del Paraguay, es un buen punto de partida para la visita al Parque Nacional y las localidades formoseñas situadas sobre el Pilcomayo. Este río, según cuenta una leyenda formoseña, toma el nombre del hijo de un príncipe de Potosí, que se enamoró un día de una joven llamada Quilla, pero chocó con una fuerte oposición a su noviazgo: así, él fue desterrado al Altiplano, y ella a los desiertos del Chaco. Sin embargo, decidido a seguirla, Pilcomayo se encontró en su viaje con un anciano llamado Paraguay que lo acompañó en busca de su amada: y un día, ambos llegaron a una corriente de aguas bermejas, formada por las lágrimas de Quilla. Al reconocerla, Pilcomayo se abrazó a las aguas, y contenido también por el abrazo de Paraguay, los tres se fundieron en una misma corriente... Así nacieron los tres ríos que abrazan Formosa, una forma antigua de decir, simplemente, “hermosa”.
El Parque Nacional Río Pilcomayo es una de las áreas argentinas declaradas Sitio Ramsar por la Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional: se trata del único convenio sobre medio ambiente relativo a un ecosistema en particular, los humedales, firmado en la ciudad iraní de Ramsar en 1971, y del que forman parte actualmente 145 países. La convención define a los humedales como “áreas de marismas, pantanos, turberas o de aguas naturales o artificiales, permanentes o temporarias, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas”, y son seleccionados por su importancia en términos ecológicos, zoológicos o hidrológicos, entre otros criterios, que van revelando por qué esta región guarda el secreto de una enorme riqueza natural, muchas veces desconocida dentro de nuestras fronteras.
El paisaje del Parque Nacional se caracteriza por los esteros y lagunas poco profundas, que van formándose en los sucesivos períodos de inundación y sequía propios de su clima subtropical con estación seca. Entre los pajonales y palmares aparecen los tacurú, grandes montículos de tierra de hasta un metro de altura, además de hormigueros y termiteros que, exuberantes como toda la región, alcanzan hasta cinco metros de diámetro. Los cambios climáticos hacen de esta región un paisaje cambiante, con bañados que aparecen y desaparecen según la abundancia o falta de agua; y junto con el agua, aparece y desaparece también la fauna, que va migrando de un lugar a otro según lo dictan las pautas de la naturaleza.
Además de los bañados, en las partes más altas del Parque Nacional se forman las llamadas “isletas de monte”, rodeadas de palmeras y pastizales, donde se concentran los árboles más grandes: el emblemático quebracho colorado, los algarrobos, el urunday y la tala, entre otros ejemplares. El tercer paisaje propio de estos humedales es la selva en galería, junto a la costa del río, donde la densa vegetación se multiplica en higuerones, ceibos, sauces, helechos, lianas y vistosas orquídeas.
El Parque está atravesado por un sendero agreste que se puede recorrer en auto (todo depende del clima); también es posible realizar trekkings de distinta duración y safaris fotográficos, sobre todo en busca de la fauna, que es el gran atractivo del Pilcomayo. Además de las numerosas aves –las ruidosas cotorras, los pájaros carpinteros, ñandúes, chorlos, cigüeñas, garzas, chajás y espátulas– es posible cruzarse con zorros, osos hormigueros, ciervos de los pantanos, yacarés (en la zona de la Laguna Blanca) y el huidizo aguará guazú. Por supuesto, para lograrlo lo mejor es ser llevado por conocedores, con tiempo y paciencia, ya que lo más probable es encontrarse con las huellas de los animales en torno de los lugares donde toman agua. Otros habitantes del Parque Nacional son los carpinchos, nutrias, chuñas, yaguaretés, monos, pecaríes, coatíes y varias especies de ofidios, por lo cual en el ingreso siempre es conveniente consultar las precauciones a tomar durante el recorrido.
Al dejar atrás el Parque, cada uno se lleva consigo otra mirada sobre esta tierra de frontera, de aguas y selvas, donde bajo un sol ardiente florece la vida en todas sus formas: por eso, la recorrida de esta parte del Pilcomayo es una invitación al conservacionismo, y a que las tierras formoseñas sigan conservando toda su virginidad y belleza.
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