MENDOZA > DE SUR A NORTE DE LA PROVINCIA
Un itinerario de verano para recorrer la provincia de Mendoza en dos semanas, visitando Malargüe, La Payunia, San Rafael y el Cañón del Atuel en el sur, la Laguna del Diamante en la región central y el Puente del Inca y Villavicencio al norte de la capital. Y para culminar el viaje, un trekking en el Parque Nacional Aconcagua.
› Por Julián Varsavsky
Mendoza tiene una identidad turística muy singular, incluso más que sus otras vecinas de la región de Cuyo. Es la provincia de las montañas más altas, con abismales y variados paisajes que van desde la árida Payunia –tierra de volcanes– y el Cañón del Atuel en el sur, hasta los picos nevados del Parque Provincial Aconcagua en el norte. Por la diversidad de rutas y sitios turísticos que tiene Mendoza, no alcanzan unos pocos días para conocerla completa, y por eso merece una exploración a fondo por sus caminos de montaña, cuyo punto más alto es el famoso monumento al Cristo Redentor, en el límite con Chile. Para aquellos que hayan tomado la decisión de “este año vamos a Mendoza”, Turismo/12 propone una recorrida veraniega de dos semanas, matizada con buenos vinos y una bajada de rafting.
El lugar natural para ingresar a Mendoza por tierra desde Buenos Aires es el sur, por la ciudad de San Rafael. En micro son entre doce y trece horas (diez horas en auto), y aquí se abre la posibilidad de alojarse en la tranquila ciudad de San Rafael o seguir 35 kilómetros más hasta Valle Grande, para dormir en algún camping o complejo de cabañas sobre la Ruta 173, a la vera del Cañón del Atuel. Este cañón que forma el río Atuel es una de las mecas nacionales de las excursiones de aventura en el río, como ser el rafting y el kayak. Además se realiza toda clase de salidas de trekking y excursiones de escalada y rappel. En total unos tres días son el mínimo necesario para explorar la zona del famoso cañón sin apuro. En Valle Grande se organizan excursiones en camionetas 4x4 hasta Las Dunas del Nihuil, verdaderas montañas de arena de 200 metros de altura, desde donde los turistas se lanzan por los médanos en tablas de sandboard. Allí hay un oasis muy verde, originado por las vertientes de agua que nacen debajo de las dunas. La excursión incluye una cabalgata y paseos en jeeps que andan a los saltos entre las dunas y las trepan hasta la cima.
Desde San Rafael se puede seguir rumbo al sur unos 189 kilómetros para llegar a la ciudad de Malargüe. Una vez en la ciudad, esa misma tarde es recomendable visitar la Caverna de las Brujas, ubicada a unos 70 kilómetros. La pequeña entrada a la caverna está rodeada por escarpados cerros grises donde reina un silencio absoluto. Equipados con casco y linterna frontal –incluidos en el precio de la entrada– se ingresa a la Sala de la Virgen, amplia, abovedada y oscura, donde los haces de luz de las linternas iluminan una larga serie de estalagmitas y estalactitas, resultado del minucioso trabajo de miles de años de goteo constante. El trayecto recorre otras cuatro salas, algunas más estrechas y con tramos ascendentes difíciles de transitar, a tal punto que hay que sujetarse de unas sogas para no resbalar. Algunos pasadizos son tan pequeños que se deben atravesar en cuclillas.
A la mañana siguiente –día seis– se puede visitar el Pozo de las Animas, ubicado sesenta kilómetros al nordeste de la ciudad de Malargüe, sobre la Ruta 222. Esta singular formación geológica llamada “dolina” se caracteriza por tener dos inmensas cavidades de arenisca separadas por una endeble pared. En el fondo cada gran hoyo tiene un espejo de agua color verde. Allí el viento sopla con un silbido muy grave que le da al paraje su nombre y un toque tan misterioso como majestuoso.
Esa misma tarde se la puede dedicar a visitar otra curiosa formación geológica llamada los Castillos de Pincheira, ubicada 27 kilómetros al oeste de la ciudad. Vistos a la distancia, estos “castillos” esculpidos por el viento y el curso del río Malargüe parecen fortalezas medievales. Para ver de cerca y subir a los Castillos de Pincheira, se realizan caminatas y cabalgatas de varias horas que parten desde un camping próximo al río Malargüe.
El siguiente destino de este itinerario mendocino está todavía un poco más al sur, a 134 kilómetros de Malargüe. Es La Payunia, una región inhóspita y colorida que ocupa 450 mil hectáreas donde existen más de ochocientos conos de volcán. Allí, en el puesto rural Kiñe vive una familia de puesteros que acondicionaron el lugar en función del turismo, ofreciendo un buen nivel de confort y la comodidad y cercanía necesarias para recorrer la compleja vastedad de esta región.
Al andar por las extensas planicies rodeadas de volcanes de La Payunia, pareciera que se avanza entre los restos apagados de aquella bola de magma burbujeante que fue la Tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran cementerio geológico.
En el puesto de Kiñe conviene quedarse hasta tres noches. El día de la llegada se puede realizar una cabalgata por el sector nordeste de la reserva para conocer la vida salvaje del valle del volcán El Zaino, donde los guanacos proliferan por doquier, correteando por las suaves ondulaciones del lugar. Además, entre las especies factibles de ver se cuentan el choique petizo –un ñandú de 1,10 metro de alzada–, el zorro gris, el cóndor y el águila mora.
El segundo día en La Payunia hay que dedicarlo a la que quizá sea la excursión más interesante: el ascenso en camioneta 4x4 al cráter del volcán Payún Matrú. Una vez dentro de la caldera del volcán, el paisaje es un poco desconcertante. Durante su última gran explosión, hace miles de años, el Payún Matrú se quedó sin sostén y colapsó hundiéndose sobre sí mismo. El resultado es una impresionante caldera de nueve kilómetros de diámetro con una cristalina laguna de aguas inmóviles en el centro.
La tercera excursión de día completo en La Payunia es a la Reserva Faunística Laguna de Llancanelo, un inmenso cuerpo de agua salada que ocupa una superficie de 65 mil hectáreas. A su alrededor hay enormes salinas, llanuras arenosas y de lodo, flotantes plataformas vegetales, islas y bañados. Pero lo más atractivo para el viajero es observar la riqueza faunística del lugar, con cerca de 150 mil ejemplares de aves.
Desde La Payunia el itinerario sigue rumbo al norte, hacia la ciudad de San Carlos, el centro de la provincia. En total son 470 kilómetros de hermosos paisajes andinos, y el objetivo principal es hacer noche en esa ciudad para visitar a la mañana siguiente la Laguna del Diamante. Esta excursión requiere de un día completo y lo ideal es contratar alguna excursión en camioneta 4x4, ya que el camino de tierra consolidada es irregular y muy poco transitado.
El trayecto a la Laguna del Diamante es tanto o más deslumbrante que la laguna en sí. Al llegar a los tres mil metros de altura aparece de repente junto al camino la postal más asombrosa de este viaje: en una extensa planicie se levantan centenares de penitentes, unos filosos montículos de hielo que semejan lápidas blancas de un extraño cementerio.
Por lo general, los penitentes comienzan a derretirse en enero, y en febrero sólo quedan unos pocos. Finalmente aparece la Laguna del Diamante al fondo de un valle y al pie del volcán Maipo. El camino desciende hacia la laguna rodeada por extensos campos de escoria volcánica, donde hay un puesto de Gendarmería Nacional (es el límite con Chile).
Ahora sólo resta salir a recorrer los alrededores de la laguna y dedicarse a buscar el mejor ángulo para fotografiar el “diamante”. ¿Qué clase de joya es ésa? Es la que la imaginación popular ve en el centro de la laguna, donde se duplica el perfil invertido del volcán, cuya cima cubierta de nieve brilla en la superficie temblando con el viento.
Siempre por la Ruta 40, al doceavo día hay que partir hacia el norte de la provincia para llegar a la ciudad de Mendoza, a 100 kilómetros de distancia. La capital sirve de base para explorar los circuitos de montaña del norte de la provincia. Esa misma tarde se la puede dedicar a recorrer el circuito Villavicencio-Caracoles, que atraviesa la zona precordillerana por la antigua Ruta 7 hacia Chile. El paseo llega hasta un mirador enclavado en una zona rica en manantiales, desde el cual se ve Gran Hotel Villavicencio, el mismo de la etiqueta del agua mineral. El trayecto continúa por el camino de Caracoles –de sinuosas cornisas– que lleva hasta Uspallata. El camino de regreso desciende entre abruptas paredes montañosas de color rojizo que parecen cortadas de un certero hachazo, como si les hubiesen quitado una tajada.
El día trece hay que dedicarlo a la excursión más famosa desde la capital, conocida como Alta Montaña, que recorre los principales valles mendocinos, pasando por Uspallata para desembocar en el Parque Provincial Aconcagua. Allí comienza un trekking de apenas 400 metros por suaves lomadas, que llega al mirador de la Laguna Los Horcones, donde aparece de repente el monarca de los valles mendocinos: el Aconcagua. El “centinela de piedra”, según el idioma de los indios huarpes, se ha cobrado la vida de más de cien andinistas. El majestuoso cerro disimula muy bien los 6962 metros de altura que lo consagran como el más alto del continente, rodeado a su vez de otras altísimas montañas que hacen perder toda noción del tamaño y el espacio.
El paso siguiente de la excursión es el Puente del Inca, que se formó hace millones de años al derrumbarse un cerro sobre el río Cuevas. El río erosionó el suelo y moldeó un cañón que, en un pequeño segmento, está techado por esta extraña formación sedimentaria. Del suelo brotan aguas con minerales, cuyos sedimentos cubren el puente con una extraña capa de tonos amarillentos, blanquecinos, verdosos y anaranjados.
Ya casi al final del trayecto aparece junto a la ruta la villa fronteriza de Las Cuevas, erigida a 3151 metros sobre el nivel del mar, con sus pintorescas casas al estilo nórdico. Y por último, un sinuoso camino de tierra de nueve kilómetros conduce hasta el monumental Cristo Redentor, esculpido por el artista argentino Mateo Alonso a 4 mil metros de altura. Las posibilidades de llegar hasta el Cristo de seis toneladas son remotas, ya que el camino permanece tapado por la nieve la mayor parte del año. De modo que unos pocos afortunados llegarán a leer personalmente –en pleno verano– una significativa placa que reza junto al Cristo: “Se desplomarán primero estas montañas antes de que chilenos y argentinos rompan la paz jurada al pie del Cristo Redentor”.
Si todavía queda un resto de energía o de tiempo, desde la ciudad de Mendoza se visitan varias bodegas tradicionales de vino de muy alta calidad. Y para darle un intenso toque de aventura al viaje, una buena opción es vivir la experiencia de hacer rafting en los rápidos del Mendoza, un río ciclotímico que por momentos estalla en una furia de remolinos concéntricos, y al instante se apacigua en felices remansos para volver a empezar.
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