COSTA ATLANTICA > VERANO EN MAR DE LAS PAMPAS
La costa atlántica guardó en secreto por muchos años esta pequeña perla escondida entre sus bosques y dunas. Mar de las Pampas es una buena opción para pasar unas vacaciones muy tranquilas, sin prisa y sin apuros, lejos del estridente mundo urbano.
› Por Guido Piotrkowski
Mar de las Pampas, un balneario a sólo a 10 km al sur de Villa Gesell y a 385 km de Capital Federal, de playas anchas y laberínticos bosques de cipreses, pinos y acacias, es el primer pueblo argentino que pugna por sumarse a una nueva forma de encarar la vida: el movimiento mundial de ciudades lentas. Esta entrañable villa turística, digna de historia de duendes, se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los lugares preferidos de mucha gente que, agobiada por el frenético ritmo urbano, optó por bajar la velocidad y darle a sus vidas un nuevo rumbo. La lentitud parece ir en contra de la lógica de estos tiempos, pero quienes integran esta comunidad no piensan en dar marcha atrás.
Se estima que habitan allí unas quinientas personas durante todo el año, y en la temporada de verano llegan a visitar estas playas, ahora de moda, entre 5 mil y 8 mil personas, en general parejas o familias que buscan, sobre todo, tranquilidad. Aquí no hay paradores con jóvenes ávidos de mostrar sus cuerpos esculturales de gimnasio, ni con música a todo volumen. Tampoco hay lugar para la contaminación visual.
Soleado es el único balneario de Mar de las Pampas. Está construido íntegramente en madera y sobre una base de pilotes, reemplazando así a los viejos balnearios de cemento tal como exige el Plan de Manejo Integral del Frente Costero que se está llevando a cabo desde 2006 en Villa Gesell, municipio al que pertenece esta playa. “Aquí no existe contaminación visual ni hay bullicio. La gente que viene es de buen poder adquisitivo pero bajo perfil, y busca descansar. Los adolescentes no tienen cabida”, afirma Marcelo Hermida, empresario que ganó la concesión del lugar en octubre de 2006 por quince años. “Tratamos de que la publicidad sea de bajo impacto visual y no aceptamos ni marcas de cigarrillos ni bebidas alcohólicas. La música es moderada y este año tendremos una hora diaria de animación infantil con payasos. Además, estamos preparando un desfile para la primera quincena de enero”, revela el empresario. Un amplio deck con capacidad para unas 40 personas, 130 carpas, alquiler de sombrillas, vestuarios para clientes y baños públicos, cancha de vóley, aros de básquet y servicio de mozo en la playa son las comodidades que ofrece Soleado.
Silvina Villar es dueña del Complejo Calamoresca, y una de las tantas porteñas que eligió Mar de las Pampas. “Esto es un proceso, hace tres años que a través de la AET (Asociación de Emprendedores Turísticos) se empezó a encaminar hacia una ciudad lenta. Para esto se está trabajando más que nada en el campo cultural. La gente que viene a Mar de las Pampas ya tiene incorporado el concepto de vida que se tiene acá, sin saber que está consumiendo slow city”, explica. Y pone énfasis en un tema que preocupa, el turista que no entiende de qué se trata vivir la vida lenta: “A los que se acercan porque está de moda es a quienes más les cuesta incorporarlo. Les cuesta entender el no a los videojuegos, a la comida rápida, a los shoppings cerrados, a la reducción de la velocidad de los autos y la prohibición de los cuatriciclos en la playa, a respetar los sonidos del bosque, de los pájaros, de la naturaleza. Hasta el concepto de playa, que es distinto al del resto de la costa, es difícil de incorporar para muchos, que preguntan por qué no hay pileta en el balneario, por qué no hay merchandising”. Y agrega: “No es fácil luchar contra el mercantilismo, y ahí tenemos un trabajo muy importante de concientización. La ciudad lenta se ve reflejada en carteles de reducción de velocidad, en la cuadrícula geográfica, en los espacios verdes donde hay espectáculos a la gorra. La difusión del concepto la maneja cada complejo de forma distinta. Hay una mayor probabilidad de que los complejos familiares o los regenteados por sus dueños se tomen el tiempo de hacerlo porque los que vivimos acá somos los que buscamos vivir sin prisa, que el huésped ame la ciudad lenta, que exija que no sea modificado por las distintas modas. En mi caso, me siento no sólo a llenar una ficha, sino a explicarle adónde está, por qué no existe un supermercado, por qué es mejor que camine nuestros bosques y que no mueva el auto. Es una lucha codo a codo, día a día”, reconoce.
“Vivir sin prisa” es el lema que los pampeanos –tal como se llama a los habitantes de aquí– eligieron para adherir al movimiento que a nivel mundial suma solamente en Europa aproximadamente una centena de localidades, todas con menos de 50 mil habitantes, y que en Sudamérica comienza a ganar adeptos, con Mar de las Pampas como una de las pioneras. Claro que para acceder al status mundial de “Città Lenta” por excelencia son necesarios varios requisitos, tal cual los soñó el ideólogo de este movimiento, un periodista italiano especializado en gastronomía llamado Carlo Petrini. El hombre, hastiado de tanto fast food, creó en 1986 el concepto de slow food, que propone tomarse un tiempo para saborear y disfrutar de los alimentos. Más tarde, y una vez digerido el primer paso, se extendió hacia un estilo de vida, tomando como terreno de pruebas, a fines de los noventa, pequeños núcleos urbanos como Bra, su pueblo natal, al que luego adhirieron otras localidades transalpinas del norte italiano como Orvieto y Positano.
Entre los requisitos necesarios para sumarse al movimiento internacional se hace hincapié en diversas áreas que se consideran clave: los siete mandamientos establecidos en la llamada Agenda 21: política ecológica y de infraestructura, calidad urbana y de espacio suburbano, promoción de productos locales, atmósfera amigable, conciencia y divulgación del concepto Slow City. Después, un comité especializado se encarga de verificar que los requisitos se cumplan y, si es así, se autoriza a la ciudad a distinguirse con el logotipo del caracol, que identifica a las ciudades lentas. En Mar de las Pampas estiman que esto sucederá recién de dentro de tres o cuatro años, pero a los que eligieron la lentitud como premisa en sus vidas esto no les quita el sueño.
Esta pequeña villa turística, donde el 70 por ciento de los bosques que tanto trabajo costó sembrar y tanto más ver crecer no son construibles; de calles de tierra donde perderse y llegar una y otra vez al mismo punto de partida es muy fácil, tiene 103 hoteles, o cabañas, como les dicen por aquí, la mayoría construidos en madera y de un marcado estilo patagónico. La mayor parte de los complejos cuenta con piscina, televisión satelital y servicio de playa. Algunos tienen spa y muchos funcionan como apart hotel. La diversidad gastronómica es un punto fuerte del lugar: a pesar de ser una pequeña aldea de playa, los restaurantes son muchos y de muy buena calidad. También hay varios centros comerciales –alrededor de una decena–, todos a cielo abierto, con espacios de “tránsito social” comunes y anfiteatros. Lo que no abunda por aquí son casas para alquilar, y ni hablar de supermercados: directamente no los hay, aunque existen algunas despensas con precios bastante altos. Pero no hay que alarmarse, pegado a Mar de las Pampas están Las Gaviotas y Mar Azul, dos balnearios que no experimentaron un crecimiento tan grande como su vecino, pero que ofrecen algún que otro mini-mercado con precios más acordes a la realidad, y también alojamientos un poco más económicos que su glamoroso balneario contiguo. Una buena opción para tener en cuenta.
“Mar de las Pampas es un lugar que ha tenido un diseño original privilegiado en su trazado, que en pocos lugares del mundo se puede encontrar. Al tener calles sin salida baja el tránsito”, explica Jorge Ziampris, actual Secretario de Turismo. El comienzo del verano pasado en Mar de las Pampas se vio empañado por unos pocos robos, algo raro en estos pagos. Al respecto, Ziampris asegura que “el tema de la seguridad está mejor encaminado”, aunque todavía no puede precisar cuántos efectivos destinará la provincia al nuevo destacamento policial de Mar de las Pampas, y espera que el lugar no sea vigilado por las tradicionales patrullas sino por policías montados, algo más acorde a su espíritu. Pero corriendo el foco de las crónicas policiales, Ziampris adelanta que están organizando un festival de jazz para febrero, aún sin confirmación oficial. “Tendrá un diseño de programación específica para el lugar, no tocará una big band –aclara– y se utilizarán los centros comerciales con perfil apropiado para ese tipo de lugares. Habrá una jornada de cierre con un espectáculo central en algún lugar que se convierta en una especie de anfiteatro natural”, explica el funcionario, a pocos días de finalizar su gestión, que aún no tiene sucesor a la vista. Y enumera las excursiones que el turista puede realizar de cara a la temporada que llega: a las tradicionales cabalgatas por la playa y bosques, o los paseos en cuatriciclos –sólo permitidos en el área urbana–, se suman alternativas como salidas de pesca guiadas en gomones hasta para seis personas, o la excursión en camionetas 4x4 por las dunas a la Reserva Natural Faro Querandí, con parada de sandboard incluida. El faro, alzado entre 1921 y 1922, fue la primera construcción del partido. Con sus 54 metros de altura y arduos 276 escalones de subir, comenzó a funcionar el 27 de octubre de 1922. Vale la pena una escapada hasta allí y, aunque cueste subirlo, la vista compensa el cansancio: el mar hacia un lado y el viento que trae historias de pescadores, las eternas y movedizas dunas hacia el otro. Sin palabras.
Caminar y perderse entre sus árboles escuchando el canto de las aves y andar por una playa libre de publicidades y paradores ruidosos es la alternativa que ofrece Mar de las Pampas. Es en este pequeño lugar de la costa atlántica, donde el reloj no domina a sus habitantes ni visitantes ocasionales, donde ser lento no es pecado y donde el tiempo se aprovecha de otra manera. Donde la lentitud es un elogio y la prisa, innecesaria.
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