BRASIL > EN EL CORAZóN DEL ESTADO DE BAHíA
A una hora de avión de las costas de Salvador, excursiones, trekking y aventuras en el paisaje montañoso, exuberante y tropical de la Chapada Diamantina, región bahiana que en el pasado fue explorada por los buscadores de diamantes.
› Por Jorge Pinedo
Brasil es tierra de pasiones. Así como durante una semana al año el Carnaval llega y arrasa al modo de una ola gigante de la que nada queda incólume, otros grandes movimientos han sacudido su cultura. De los más conocidos están la bossa nova, el tropicalismo, el cinema novo y de los menos, la época del cacao, la fiebre del caucho, del oro, de los diamantes y piedras preciosas.
En el corazón del estado de Bahía un paisaje dejado por un mar que hace milenios se batió en retirada muestra millares de kilómetros de aguas cristalinas que descienden de las cumbres, escurren por las sierras en cascadas, desagotan en montes y planicies para ir a reposar dentro de luminosos pozos y piletas naturales. La Chapada Diamantina encierra un paisaje montañoso exuberante y tropical a una hora de avión de las costas de Salvador.
Son ciento cincuenta y dos mil hectáreas que albergan itinerarios subterráneos por cavernas y grutas, así como escaladas de esas que hacen segregar adrenalina por los tres picos más altos de la zona: Pico das Almas (1958 m), Itobira (1970 m) y Barbados (2080 m). Entre unas u otros se deslizan los senderos de los garimpeiros del siglo XVII, esos aventureros que desmenuzaban los riscos y lavaban las aguas de los riachos en busca de diamantes y demás piedras preciosas a partir del valle de Pati, donde en la actualidad han sido reemplazados por comunidades hippies y de tinte esotérico que aguardan allí una paz trascendental.
Quien se empeñe en abordar esta aventura ha de contar con un buen calzado de trekking, excelente disposición, vocación de infantería y cierta conciencia ecológica. Factor este último que la población local adopta con suma seriedad; tanto que merece no sólo respeto sino alguna actitud imitativa. De allí que las normas de urbanidad aconsejan jamás adquirir plantas o animales silvestres de los que se ofertan a la vera de las autopistas, a fin de no estimular su captura. También es conveniente contratar un guía idóneo para los paseos y, especialmente, carecer de prisa alguna.
Plataforma de lanzamiento de las excursiones por la Chapada Diamantina, la ciudad de Lencóis se asemeja a un pesebre al abrigo de la sierra del Sincorá. Otrora capital del diamante, sus caseríos atestiguan pasadas (pero hoy recicladas) opulencias que brillan restauradas en veinte calles y casi trescientos caserones y mansiones destinados a la atracción turística. Cada piedra de la cultura arquitectónica o que embelesa las calles testimonia la geología de la región que puede ser recorrida en coches off-road, a caballo o bien en bicicletas especialmente acondicionadas para el ajetreo. En otros términos, podría afirmarse que existen alternativas para todas las piernas.
Una opción clásica son los treinta y seis kilómetros del camino hacia Andrai que pasa por Rioberao de Baixo, el río y la cascada de Capiavara, el río Roncador y el Garapa. Para cualquier iniciativa es indispensable soltar la almohada temprano y emprender paseos que van de las cinco horas a los cinco días. Lo cual no es difícil ya que Lencóis adolece de una carencia absoluta de vida nocturna, a excepción de la que el visitante se procure.
Sede de leyendas de fortunas rápidamente adquiridas, sangrientamente conservadas y ferozmente despilfarradas, la ciudad de Río das Contas ostenta tres centenares de edificios magníficamente conservados como patrimonio histórico. Desde allí se accede por ejemplo al Pico das Almas, a la Cachoeira do Fraga, al puente Coronel, a la carretera Real y al pueblo de Mato Grosso. Dentro del Circuito del Diamante, a la vera del río Macugé un hermoso y tranquilo poblado homónimo guarda secretos desde 1844 cuando un filón de diamantes atrajo aventureros que dejaron allí su impronta. Punto desde el cual conviene desandar los treinta y ocho kilómetros que la distancian del Pozo Encantado, un espejo de agua de cuarenta metros de profundidad y aguas tan espejadas que confunden su superficie con el entorno y la bóveda de la gruta, otorgando un tinte azulado que varía de acuerdo a cómo los rayos solares se cuelen en su interior. A mil metros de altitud, una temperatura promedio de diecinueve grados hace el paseo apacible en cualquier época del año. A cada paso, las cascadas y riachos de montaña ofrecen una pausa refrescante que permite alternar lo deportivo del paseo con un romántico momento de relax.
Ya no hay diamantes en la Chapada Diamantina, pero la zona constituye de por sí una sucesión de joyas paisajísticas que compiten entre las aportadas por la naturaleza y las erigidas por la mano humana.
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