TURQUIA > EN LA REGIóN DE CAPADOCIA
En el centro de Turquía, en plena meseta de Anatolia, se encuentra Capadocia, una región que fue dominada por asirios, romanos, hititas y otomanos. Su geografía se caracteriza por tener formaciones geológicas de origen volcánico en las que se excavaron grandes cuevas que llegaron a albergar iglesias bizantinas, mezquitas y ciudades subterráneas de hasta veinte mil habitantes.
› Por Julián Varsavsky
La región de Capadocia es un ejemplo de cómo el medio influye en la cultura. La causa originaria de siglos de vida troglodita –hasta hoy– se remonta 60 millones de años atrás, cuando se formó la cadena montañosa del Tauro en la Anatolia meridional. Aquellos movimientos tectónicos provocaron el surgimiento de mesetas y depresiones en la Anatolia central, que hace unos 10 millones de años se rellenaron con una gran capa de magma incandescente y cenizas, que al enfriarse se contrajo y agrietó. Esos terrenos porosos resultaron fáciles de excavar, así que los hombres de sucesivas civilizaciones no encontraron mejor forma de construir sus casas –de manera rápida y barata– que cavando en la roca. Así surgieron iglesias paleocristianas, mezquitas, baños turcos y casi cuarenta ciudades y poblados bajo tierra. Al mismo tiempo aparecieron toda clase de formaciones geológicas moldeadas por la erosión, dando lugar a un árido paisaje de aspecto lunar.
Capadocia es una región histórica que hoy abarca parte de las provincias turcas de Kayresi, Aksaray y Nevsehir, formando un círculo de 50 kilómetros de diámetro. Por lo general se llega por tierra desde la ciudad de Ankara, y el aspecto de Capadocia que más llama la atención de los viajeros es el de sus ciudades subterráneas –ya abandonadas–, que en distintos períodos se construyeron como refugio ante los invasores, permitiendo subsistir varios meses sin tener que salir al exterior. Las dos principales ciudades subterráneas son Kaymakli y Derinkuyu, probablemente heredadas de los hititas por los primeros cristianos perseguidos por el Imperio Romano. Hoy se las visita linterna en mano y dan una idea de lo que fue ese entramado de hasta veinte niveles con cien metros de profundidad, de los que se visitan solamente ocho. Allí se encerraban miles de personas cuando se aproximaba el enemigo, en refugios mucho más infranqueables que un castillo, y que además eran secretos.
Las ciudades subterráneas de Capadocia tenían un complejo sistema de ventilación que aseguraba la oxigenación en todos sus niveles, canales de desagüe, depósitos de agua, cocinas comunales, iglesias, miles de habitaciones en algunos casos, y también cementerios, mazmorras e incluso pasadizos que comunicaban una ciudad con la otra vecina. La iluminación era con lámparas de aceite.
A comienzos del segundo milenio, Capadocia vivió su apogeo, un auge que atrajo a numerosos asirios, célebres por su habilidad para el comercio. Siglos más tarde, en épocas del Imperio Romano, la región tuvo su líder local llamado Ariobarzanes I, que recibió el apoyo del Imperator. Hacia el siglo IV ingresa el cristianismo en la región de la mano del Imperio Bizantino, y hacia el siglo VI aparecen las primeras iglesias excavadas en la roca, que para el siglo XV sumaban más de cuatrocientas.
El período iconoclasta de Bizancio –entre los años 723 y 843– se desarrolló con fuerza en Capadocia, aunque sus iglesias fueron muy dañadas con el paso del tiempo. Entre las que se pueden visitar hoy están las de San Eustaquio –con sus frescos del siglo II– y la de La Serpiente, con imágenes del emperador Constantino y de San Jorge luchando contra el dragón.
A causa de la cercanía de Anatolia con las Siete Iglesias de Asia Menor –especialmente la de Antioquia, donde San Pedro habría fundado la primera comunidad cristiana–, Capadocia es uno de los lugares donde comenzó a desarrollarse la religión cristiana, en los siglos II y III. Hacia el siglo IV ya tres santos habían nacido en Capadocia: San Basilio el Grande, San Gregorio de Nazianzus y San Gregorio de Nyssa.
También la controvertida historia de San Jorge –hijo de un soldado romano en el siglo III– toca esta región, ya que el santo habría nacido en Capadocia. Y si de historias fantásticas se trata, en Capadocia convivieron con total naturalidad los humanos con las hadas, hasta que un hombre se enamoró de una de ellas, algo totalmente prohibido y castigado con la muerte. Sin embargo, la reina de las hadas recapacitó y perdonó a los amantes, aunque para que no volviera a suceder convirtió a todas las hadas en palomas. Por eso actualmente los habitantes de la zona cuidan con devoción a las palomas que habitan en las “chimeneas de las hadas”, unas extrañas formaciones de toba volcánica que proliferan en Capadocia.
Los siguientes conquistadores de la zona fueron los selyúcidas –antepasados directos de los turcos occidentales–, quienes comenzaron a llegar a Capadocia después de la batalla de Manzikert en 1071, cuando derrotaron al ejército bizantino. Y al avanzar sobre Capadocia construyeron mezquitas, una escuela de medicina, predicaron con éxito el islamismo, y cada treinta kilómetros levantaron un caravasar o “palacio de caravanas”, unos refugios para los viajeros en periplo de Oriente a Occidente por la Ruta de la Seda. Además, en el caso de la antigua capital del Imperio Selyúcida –actual Kayseri, puerta de entrada a Capadocia–, se conserva todavía una vieja ciudadela de los selyúcidas.
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