RIO DE JANEIRO > UNA FIESTA POPULAR Y CALLEJERA
En Río todo el año es carnaval. Pero en febrero, las calles cariocas viven su verdadera celebración y quienes gozan de esta fiesta pagana y desbordante son testigos de un festejo que se revitaliza año a año: el “carnaval de rua”.
› Por Guido Piotrkowski
“Hay para todos los gustos, es una verdadera fiesta popular”, me confesó una vieja amiga carioca enamorada de Chico Buarque. Ver para creer.
En Brasil hasta las cosas más pequeñas toman grandes dimensiones, y todo es exagerado, desde las curvas de sus mujeres hasta la belleza de sus playas o la habilidad de sus futbolistas, lugares comunes a la hora de hablar del país vecino, rico en todo esto y mucho más.
El carnaval carioca, una de las señas particulares por excelencia de este lugar, lidera el ranking de excesos cada verano y, al llegar febrero, se convierte en tema único y exclusivo de una ciudad que late a puro samba.
La cara más conocida y difundida del carnaval de Río es el Sambódromo Marqués de Sapucaí y las famosas escolas de samba que por allí desfilan a lo largo de cinco noches sin fin para quedarse con el trofeo máximo. Pero en las calles la fiesta pasa por otro lado, y los amigos, los vecinos, los curiosos, los locales y visitantes, toman las arterias de la ciudad maravillosa, siguiendo el ritmo que marcan los blocos, agrupaciones que le dan identidad al carnaval callejero, donde todos son protagonistas de la gran fiesta. El bloco es sinónimo del barrio, de la historia y las tradiciones; de la afinidad musical y los disfraces, la amistad y la diversión, la picardía y el amor; el bloco es sinónimo del “carnaval de rua”, una procesión pagana que atrae a miles de personas a las calles de la ciudad maravillosa durante días y noches sin tregua.
Hay diversas teorías sobre los orígenes del carnaval. Algunas señalan las antiguas civilizaciones de Egipto, Roma o Grecia, durante las fiestas en honor a los dioses Baco, Isis o Momo, como sus inicios. Otros estudiosos carnavalescos adjudican a la mismísima Iglesia Católica la invención del carnaval. Ocurrió allá por el año 604, mediante la imposición de la cuaresma previa a la Semana Santa que prohibía una cantidad de placeres mundanos como comer carne y beber alcohol. Así fue que la gente tomó los días previos a la recientemente inventada veda para dedicarse de lleno a estos placeres: los días del “adiós la carne”, que en italiano sería carne-vale o carnevale. Así fue evolucionando la fiesta, que con su impronta europea adquirida en los bailes parisinos llegó a estas costas a quedarse para siempre. Y, sobre todo, a tomar identidad propia, con el aporte fundamental de la cultura negra traída a fuerza de esclavitud desde Africa.
El primer gran baile de carnaval en Río de Janeiro se remonta al año 1840, pero aquellos que los historiadores consideran como pioneros y fundacionales fueron celebrados en 1845 en el antiguo Hotel Italia, y en 1846 en el Teatro San Januario. Reservados sólo para la elite, aún estaban muy lejos de ser lo que hoy es la fiesta de Momo por esas tierras.
El entrudo era un juego carnavalesco de origen portugués, que con un significado arraigado a la libertad les daba el derecho a las personas a arrojarse unas a otras agua, huevo, harina y hasta orina, entre otras sustancias. Más adelante, hacia fines del siglo XIX comenzaron a aparecer los primeros blocos, cordones y ranchos carnavalescos en los que la gente se disfrazaba y salía a desfilar por las calles en grupos. Los “cordones” recorrían la antigua ciudad –actual centro y casco histórico–, cantando y bailando desordenadamente. Luego aparecieron los “ranchos”, que reunían grupos con más integrantes y desfilaban contando una historia determinada. Eran instituciones familiares donde todos colaboraban para hacer los disfraces y serían los precursores de las escuelas de samba actuales.
El carnaval de Río de Janeiro es, tal vez, el más famoso mundialmente. Desde que se inauguró el Sapucaí en 1984, su costado callejero, el “carnaval de rua”, fue perdiendo terreno. Sin embargo, en los últimos tiempos está siendo revalorizado por una gran parte de los cariocas.
Los antiguos blocos, que perduran desde principios de siglo, comparten la fiesta con los contemporáneos, creados por quienes intentan rescatar las raíces y tradiciones carnavalescas más antiguas y simples, y despegarse así del mercantilismo que el sambódromo significa. Están formados por amigos y vecinos del barrio que se juntan en los bares a tocar en ruedas de samba regadas de cerveza. Así nacen muchas de las nuevas canciones que luego compartirán cartel con las tradicionales, y que se tocan con orgullo y alegría durante los días de fiesta. Los ensayos, que son abiertos, comienzan con más de un mes de anticipación y la sangre carnavalesca comienza a correr por los cuerpos cariocas a partir de ese momento.
Con estandarte y colorido propios, los blocos toman por asalto las calles de Río durante la semana de carnaval, arrastrando a fieles y ocasionales seguidores a lo largo de su intenso recorrido, que seguramente interrumpirá la circulación del tránsito en algún punto neurálgico de una ciudad que no duerme; pero no interesa: es carnaval.
La “Banda de Ipanema” es uno de los blocos más conocidos y extravagantes. Fue creado en 1965 por un grupo de intelectuales de la contracultura carioca como una forma de respuesta a la dictadura militar de la época, que se había encargado de censurar todas las manifestaciones de carácter popular. La concentración, con mucha concurrencia de la comunidad travesti, se realiza actualmente en la plaza General Osorio, en el corazón de Ipanema y, desde allí, se desplaza en dirección de la playa con miles de almas detrás. Debido a su recorrido centrado en el barrio de Ipanema, muchos turistas acuden a este desenfrenado desfile.
“Escravos de Mauá” y “Cordao de Bola Preta” son dos agrupaciones centenarias que llevan multitudes por el mismísimo centro de Río de Janeiro, emulando viejos buenos tiempos. Los Escravos se presentan el jueves por la noche, abriendo así los desfiles callejeros, y Bola Preta el sábado por la mañana en las avenidas céntricas. Ambos arrastran verdaderas multitudes a su paso y, año tras año, dejan su sello inolvidable. Hay un gran predominio de público local entre sus seguidores.
El bloco “Carmelitas”, del bohemio barrio de Santa Teresa, le debe su vida a una monja que según la leyenda se escapaba del convento del barrio para salir a gozar del carnaval. Convoca multitudes el martes, y desde los antiguos vecinos hasta el turista más aventurero se dan cita vistiendo una cofia de monja en la cabeza, su rasgo distintivo.
“Cordao de Boitatá” está formado por jóvenes artistas que le ponen más color aún a esta fiesta, enfundados en vistosos y coloridos atuendos. La agrupación desfila el domingo a la mañana por las callejuelas del centro histórico de Río. “Ceu na terra” es otra agrupación de jóvenes provenientes de la música y la danza, que rescata las tradiciones folklóricas brasileñas. Recorren Santa Teresa montados en el “Bondinho” –un tranvía que circula por las calles del barrio– al son de viejas y clásicas melodías. “Suvaco de Cristo” nació en 1983 al pie del morro del Corcovado y bajo el brazo derecho del Cristo Redentor, en el barrio de Botafogo, donde se concentra.
El Bip-Bip es un bar de Copacabana, reducto de sambistas bohemios que se encuentran casi a diario en el pequeño local a escuchar y tocar. Así nació este bloco, que lleva el mismo nombre del bar y se pasea al ritmo de viejas marchinhas carnavalescas. Y la lista es larga y llena de nombres peculiares, como Bafafá, Imprensa que eu gamo (un bloco de periodistas) y Que merda e essa; tradicionales como Bohemios da Lapa, circenses como Gigantes da Lira, infantiles como el Cordón Umbilical o la reciente formación para niños de la Banda de Ipanema.
Son tantos los blocos que si uno no se arma una buena hoja de ruta, es posible que termine perdiéndose entre la marea humana. Existen algunas guías que ayudan a seguir su ruta y horarios, y hasta indican los colores que identifican a cada uno. Eso sí, los cambios de programación no están sujetos a previo aviso.
Tal vez dejarse llevar por la fiebre callejera sea una buena opción, sorpresas no faltarán.
Los desfiles callejeros, los disfraces y las antiguas marchinhas –melodías típicas que contribuyeron en gran parte al crecimiento del carnaval– son las expresiones más acabadas de lo que fue en otros tiempos y que nuevamente va queriendo ser: una fiesta de todos y para todos, en la que no hay que pagar precios exorbitantes, ni permanecer sentado en una banca durante horas mirando la gente pasar. Todo lo contrario, una fiesta en la que se puede ir de un lado a otro de la ciudad, saltando y bailando, latita de cerveza en mano. Una fiesta en la que besar a un extraño y adorable desconocido es casi una obligación, y enamorarse, una consecuencia.
Las malas lenguas dicen en Río que el carnaval nació en las calles y murió en el Sambódromo. Y que el carnaval de los turistas es en el Sapucaí; y el carnaval carioca, en los blocos. Dicen. Ver para creer.
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