Dom 02.03.2008
turismo

URUGUAY > BARRA DE SAN JUAN Y PARQUE ANCHORENA

Pequeños paraísos

A sólo 30 km de Colonia del Sacramento, en la Barra de San Juan, hay buenas playas de arenas blancas y un encantador lugar que bien vale la pena conocer. En el ángulo que forman el Río de la Plata y la desembocadura del río San Juan se encuentra el Parque Anchorena, un inmenso jardín con una magnífica mansión que perteneció al terrateniente argentino Aarón de Anchorena y fue legada al gobierno uruguayo como residencia presidencial de verano.

› Por Mariana Lafont

Una excelente manera de conocer el Parque Anchorena, otro de los singulares reductos uruguayos, es navegar por el Río de la Plata rumbo a la otra orilla y amarrar en la Barra de San Juan. Desde el agua es muy fácil identificar la barra –un banco de arena formado en la desembocadura de un río– ya que a lo lejos se divisa una llamativa torre de 75 metros de altura y 105 escalones en cuya base se encuentran los restos de quien la construyó y dio su nombre: Aarón de Anchorena. La torre es un homenaje al veneciano Sebastián Gaboto, uno de los tantos navegantes que pasaron por allí. De hecho, al extraer piedras para la construcción se hallaron restos de los españoles que ocuparon la zona así como trozos de utensilios que actualmente pueden verse en un pequeño museo.

Si el día es despejado, desde la Barra de San Juan se pueden ver los rascacielos de la vecina Buenos Aires y al atardecer, cuando el cielo se tiñe de rojo, las siluetas de ceibos y sauces criollos se dibujan en el horizonte. Para aquellos que suelen surcar el “mar marrón” este paseo es un clásico y su privilegiada ubicación entre Colonia y Carmelo lo hace una parada obligada. Lo ideal es quedarse a dormir en la barra, donde reina el más absoluto silencio, y al día siguiente visitar la pintoresca Colonia del Sacramento. O hacer el viaje a la inversa: tomar la ruta 21 que parte de Colonia y doblar a la altura del kilómetro 200 para llegar así a la barra.

La torre de 75 metros de altura del Parque Anchorena. Fotos: Mariana Lafont

Navegantes e intrepidos voladores

El primer viajero que llegó a la zona fue Juan Díaz de Solís en 1516. Cuatro años más tarde lo haría Fernando de Magallanes, que continuó hacia el sur y descubrió el estrecho que hoy lleva su nombre. Gaboto arribó a estas costas en 1527 buscando las riquezas de un fabuloso Rey Blanco y un lugar llamado Sierra de Plata, de los que había oído hablar por relatos de náufragos de Solís. Sin embargo nada encontró y recién en 1542 los españoles se asentaron en la zona aunque no definitivamente: la población sólo duró unos meses. Finalmente, en 1681, fundaron la Guardia del San Juan para marcar la presencia española frente a la reciente fundación portuguesa de la Colonia del Sacramento.

Siglos más tarde, en 1907, Aarón Félix Martín de Anchorena, miembro de la familia que desde fines del siglo XVIII simbolizó el poder y la riqueza terrateniente en Argentina, realizó junto con el intrépido Jorge Newbery el primer cruce aéreo del Río de la Plata a bordo de su globo Pampero. El histórico vuelo –aventura pionera de la aeronáutica argentina–, unió la Sociedad Sportiva Argentina (actual Campo Argentino de Polo en Palermo) y la Estancia de Tomás Bell a unas 7 leguas de la costa en Conchillas, Uruguay. La aeronave remontó vuelo hacia el este, se internó en el río y luego de algunas dificultades aterrizó en el vecino país. Ese sería el primer contacto de Anchorena con su futuro paraíso, al que le dedicó años de su vida para embellecerlo y convertirlo en el parque que hoy lleva su nombre.

Atardecer sobre el agua en calma de la desembocadura del río San Juan en el Río de la Plata.

Campiña rioplatense

Este inmenso jardín, que tanto recuerda a la campiña inglesa, alberga además de diversa flora autóctona, 150 variedades de especies exóticas entre las que se destacan robles, alcornoques, arces japoneses y distintos tipos de eucaliptos (traídos personalmente por Anchorena de Australia). Pero más insólito puede resultar avistar, en plena caminata, decenas de ciervos Axis, originarios de la India y descendientes de los que Anchorena había traído en la década del ‘20. El parque culmina y cae a las aguas del Río de la Plata en unas hermosas barrancas de roca calcárea donde hay huellas de moluscos de la Era Terciaria.

La residencia es una de las mansiones más hermosas de Sudamérica y merece una mención aparte dada la exquisitez de su arquitectura. La fachada es de estilo normando y la entrada de la casa principal mira hacia un gran parque con un lago artificial mientras que el lado oeste, de estilo Tudor, está orientado hacia el Río de la Plata. El interior es sobrio y confortable, y semeja el ambiente de una finca rural inglesa. Además cuenta con un pequeño museo en su interior que conserva muchas piezas paleontológicas halladas en la zona.

Luego del fallecimiento de Anchorena, el 24 de febrero de 1965, 1370 hectáreas de parque, edificaciones y valiosas colecciones de arte fueron legados al gobierno uruguayo. El testamento disponía que el parque fuera usado con fines educativos para la población (hoy es una reserva protegida) y que la residencia pasara a ser lugar de descanso de los jefes de estado uruguayos. Otras 800 hectáreas fueron heredadas por su compañera, “La Negra”, una hermosa mujer que lo acompañó los últimos 17 años y cuyo nombre hasta el día de hoy es un misterio.

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