ESPAÑA > LAS CASAS-CUEVA DE GRANADA
› Por Julián Varsavsky
En una histórica encrucijada de caminos entre el Levante español y Andalucía está la comarca de Guadix y El Marquesado, famosa por sus recoletos pueblos blancos con restos de alcazabas moras, murallas y estrechas callejuelas. Fue en tiempos del califato de Córdoba –entre los siglos XI y XII–, cuando surgieron allí los primeros covarrones medievales cavados en la montaña. Más tarde, en el siglo XVI, esas cuevas fueron ocupadas por los moriscos –musulmanes cristianizados a la fuerza so pena de destierro–, al ser desplazados de la Medina amurallada luego de un levantamiento contra el gobierno de la Reconquista. Y cuando en el siglo XVII, Felipe III expulsó definitivamente a los moros de España, las casas-cueva pasaron a manos de españoles llegados de otras regiones de la península.
La siguiente etapa de expansión de los barrios cueva se produjo en la primera mitad del siglo XX, básicamente como casas de campesinos pobres. Los encargados de “construir” estas casas eran los maestros de pico de Andalucía que, con un equipo de dos o tres peones, se desplazaban de un pueblo a otro. Tardaban alrededor de un mes en excavar una cueva de cuatro habitaciones, a pura fuerza de un pico de punta fina.
Para conocer la cotidianidad de aquella “cultura troglodita” hay que visitar las casas-cueva reconvertidas en museo del pueblo de Guadix –a 60 kilómetros de Granada– y en el Museo Cuevas del Sacromonte en Granada.
CUEVA MUSEO DE GUADIX El recorrido comienza en una placeta donde hay un pozo para extraer el agua, que da paso a un portillón con dos hojas horizontales a modo de ventana. El primer ambiente es un portal conectado a las habitaciones que se iban cavando a medida que crecía la familia. En este caso no había puertas sino cortinas que resguardaban una cierta intimidad. Las paredes –igual que ahora– se encalaban y sólo tenían un pequeño ventanuco sin vidrio en la cocina, lo suficientemente grande como para que entrara la luz, pero no demasiado para evitar el frío. De todas formas, uno de los aspectos que han hecho tan habitables las casas-cueva es que mantienen una temperatura entre 18 y 20 grados, independientemente de la época del año.
La visita continúa por la marranera, un espacio dentro de la casa donde se guardaban los cerdos. Allí se ven una caldera de bronce para cocer butifarras, una embutidora para rellenar las tripas de morcilla y un gancho con el que sujetaban a los cerdos para desangrarlos y luego preparar jamones y embutidos. En la cuadra para los animales también había burros, gallinas y conejos.
Un cuarto pequeño cumplía la función de despensa, donde hoy se exponen una arcuza de hojalata para guardar aceite de oliva, un palo para mover la mezcla de aceite y soda cáustica con que hacían el jabón, y una tabla para lavar la ropa en el río. La alacena está directamente cavada en la pared.
En el cuarto de los aperos de labranza llaman la atención el trillo de cilindros para el trigo y un arado romano que era tirado por mulos y bueyes. Por último, se visitan los dormitorios con cama de hierro, lavabo de madera y hierro con palangana y jofaina, y un candil de latón para la luz.
POR EL BARRIO CUEVA Luego de conocer la cueva museo hay que visitar el barrio cueva, completamente excavado a pico y pala con relativa facilidad, gracias al suelo arcilloso. Muchas son a simple vista casas comunes que brotan de la montaña. A veces no parecen claramente cuevas porque tienen un cuarto exterior, aunque llaman la atención las chimeneas blancas de los respiraderos y los lucernarios que brotan directamente de la montaña. No resulta difícil entrar y recorrer la laberíntica estructura de esas casas, por lo general de gitanos, donde pueden vivir hasta diez personas, aunque a la salida es de esperar un sutil mangazo.
Sobre una población de 20.500 mil personas, unos 5 mil habitan en casas-cueva. Y en el siglo XVII, época de apogeo de la vida troglodita en la zona, se cree que la mitad de la población llegó a vivir dentro de los cerros.
Actualmente las cuevas son las casas de las familias más pobres o de ancianos que las han ido heredando y no quieren cambiar su estilo de vida de siempre. Pero tienen piso de cemento, termotanque, luz y el baño siempre afuera (todavía se usa mucho la escupidera). Y la cocina es eléctrica por los peligros del gas.
Hay casas enormes que ocupan un cerro entero, ya que no hay límites para seguir extendiéndolas, a menos que haya vecinos cerca.
Vivir en una cueva es hoy en día una tradición, pero también una elección que no siempre implica carencias económicas. Muchas parejas de otras regiones de España y del extranjero también compran estas casas como lugar de descanso, ya que además de ser tranquilas resultan muy baratas. Y para quienes deseen experimentar la vivencia por unos días, hay en Guadix varios hoteles cueva con todas las comodidades, así como restaurantes.
DETRAS DEL SACROMONTE “Dale una limosna, mujer, que no hay nada más triste que ser ciego en Granada”, rezan unos azulejos en una pared frente a la catedral de la ciudad de Granada. Y justamente desde ese lugar –elegido de manera arbitraria a decir verdad– se puede iniciar una larga caminata por las intrincadas callejuelas del barrio del Albaicín para subir al Sacromonte por la Cuesta Veredilla, a cuya vera hay cuevas de gitanos convertidas hoy en tablaos flamencos.
A extramuros de la Granada medieval recuperada por los cristianos en el siglo XV, vivían grupos sociales que estaban fuera del control administrativo y el orden eclesiástico, como era el caso de los judíos, los moriscos y también los gitanos, que según las crónicas de la época acompañaban como forjadores a las tropas de los Reyes Católicos. Aquellas cuevas han estado casi siempre habitadas.
Al comienzo de la caminata por el Sacromonte un mexicano de Guadalajara llamado Mali descubre a este cronista, libreta en mano, y lo invita a pasar a su cueva de alquiler. Mientras cuenta sus viajes místicos por la India, muestra con orgullo sus cuartos donde “los viajeros duermen horas y horas disfrutando de un silencio perfecto sin eco y a prueba de todo, por más que afuera llueva o relampaguee. La pieza del fondo, por ejemplo, está 35 metros adentro de la montaña”.
Según Mali las cuevas de Granada dejaron de ser definitivamente casas de pobres hace unos 5 o 10 años, cuando “los de dinero se dieron cuenta de la delicia que es vivir aquí”. El, por ejemplo, tiene un Porsche rojo que asegura le regalaron unos amigos. “El Sacromonte tiene ahora su lado pijo, bien vestidos unos y mal vestidos otros, pero pijos al fin.” Lo cierto es que las cuevas del Sacromonte son cada vez más sofisticadas y hay lujosos restaurantes y tablaos flamencos de buen nivel como el célebre Los Tarantos. Agrega Mali que de hecho “hay una compañía dedicada a hacer cuevas nuevas, que buscan un cerrito desocupado, lo compran y hacen cuevas lindísimas”. Y existe, por ejemplo, el oficio de “picaor”, quien cava primero con picos eléctricos y hace con las manos el trabajo más fino.
Es frecuente ahora que en vez de blanquear con cal, el interior de las cuevas se revoque con cemento o se afirme con ladrillos abovedados. Incluso existen casas donde se ha cavado un cuarto para instalar el sauna. “Pero eso sí –aclara Mali—, para ver cuevas de pobres tienes que caminar hasta el filo del Sacromonte, tomar un sendero de tierra que cruza la muralla árabe y descender hasta el Barranco del Ahogado, donde está el Barrio San Miguel El Alto.”
OKUPAS EN EL ALTO Dejando atrás la mejor vista posible de los palacios de La Alhambra, se llega entonces a uno de los sectores de cuevas más curiosos de la ciudad. Uno cae fácilmente en la tentación de decir que en San Miguel El Alto están las cuevas más auténticas de Granada, “no para turistas”. Pero la verdad es que la mayoría de las otras también son auténticas, porque viven familias trogloditas que han heredado sus casas de generación en generación, y que en algunos casos han abierto una posada o un restaurante.
En San Miguel El Alto hay algunas cuevas abandonadas y semi derrumbadas que muchos “okupas” se dedican a reacondicionar a pico y pala para instalarse a vivir. En las setenta y cuatro casas del barrio viven, sin agua y sin luz, “muchos ingleses, alemanes, peruanos, gitanos españoles, marroquíes y australianos, que conviven en absoluta armonía”, dice David Manrique, un costarricense. Y aclara que “los que no se integran tanto a la comunidad son los gitanos, quienes viven en clanes familiares muy cerrados, reacios a respetar las normas sociales de los españoles, y que usualmente ni siquiera mandan sus niños a la escuela”.
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