SAN LUIS > SIERRAS DE LAS QUIJADAS
El Parque Nacional Sierras de las Quijadas es un extraordinario escenario natural. Ubicado a una hora de la ciudad de San Luis, su ancestral grieta sedimentaria se extiende a lo largo de 35 kilómetros. Desde el imponente Potrero de la Aguada, excursiones y sorpresas por los pliegues montañosos que se levantaron hace 25 millones de años.
› Por Pablo Donadio
La primera impresión es que todo es inmenso allí abajo. Y lo extraño tal vez es que esa enormidad no se contempla por encima, ni siquiera a nivel del piso, como suele ocurrir con las montañas, los lagos o el mismo mar: aquí el asombro llega desde las propias entrañas de la tierra. Los pliegues montañosos, sus ríos internos, los paisajes de llanuras y las extensas mesetas que atesoran vestigios del pasado, son una experiencia inolvidable en el Parque Nacional Sierra de los Quijadas. Allí se conservan ambientes representativos “del Chaco Arido y del Monte, además de yacimientos arqueológicos y paleontológicos”, según explican técnicos de la Administración de Parques Nacionales, que resaltan su riqueza natural. Ubicado al noroeste de la provincia de San Luis, en los departamentos Belgrano y Ayacucho, abarca una superficie de 150.000 hectáreas. En cuanto a su formación, muchos expertos aseguran que se asemeja (aunque en mucho menor tamaño) a las famosas Rocallosas, ese imponente sistema montañoso del sector occidental de América del Norte.
LA GRIETA ROJA La Sierra de las Quijadas se encuentra en el Bolsón de las Salinas, un área donde nacen rocas sedimentarias, ígneas y metamórficas de edades muy variadas. Ese conjunto de pliegues rojizos que se ven no bien se llega se elevó hace 25 millones de años, y aunque de manera imperceptible para el hombre, este avance aún continúa. En el pasado, una vez que el plegamiento originó la formación, la erosión del agua y el viento hicieron lo suyo, generando las quebradas y valles de cortes sedimentarios que hoy se aprecian. Cuenta la historia más reciente que la primera idea conservacionista de la zona vino de parte de un lugareño de San Luis, don Román Guiñazú, naturalista que investigó los recursos naturales de la zona en la década del 30. Así nació el Proyecto de Parque Nacional de Sierra de las Quijadas, que se transformaría en el primer antecedente técnico para la conservación de la diversidad ambiental, su utilización como refugio de especies amenazadas y la protección de yacimientos paleontológicos y arqueológicos.
ANTIGUOS POBLADORES Hablar de sus habitantes originarios implica hacer hincapié en los restos de la antigua población de huarpes cuyanos. Y casualmente del grupo puntano es del que menos información se tiene. Se sabe sin embargo que estaban divididos en tres grandes grupos lingüísticos que eran muy afines entre sí, y que llevaban una vida sedentaria y aferrada a su tierra: cultivaban el suelo con maíz y quinoa, y cosechaban algarroba con la que elaboraban patay y chicha, costumbres que aún se mantienen en el altiplano boliviano. Se alimentaban de peces y eran buenos para la caza de animales como el venado. Sus viviendas no se diferenciaban del resto de los primeros habitantes de nuestro suelo, recurriendo a la piedra de montaña para cada edificación. Eran prácticos para contener el agua en cerámicas que ellos mismos fabricaban, y adoraban a una divinidad conocida como Hunuc-Huar, invocada para satisfacer sus necesidades. Como etnia ocuparon la parte central de los territorios que hoy corresponden no sólo a San Luis sino también a las provincias de San Juan (huarpes Allentiac del norte) y Mendoza (huarpes Millcayac del sur).
El Parque Nacional Sierra de las Quijadas preserva numerosas evidencias de las poblaciones originarias, especialmente en el sector pedemontano de las sierras. Cerca de la entrada se encuentra un sector donde se agrupa una docena de “hornillos”, correspondientes a un gran asentamiento de huarpes. Algunos estudios explican que esos hornos (uno de ellos se encuentra a la vista del turista) habrían funcionado para la producción de piezas cerámicas, aunque otros sostienen que se usaban para cocinar alimentos.
LA LLEGADA AL PARQUE Saliendo de la ciudad de San Luis, se deben recorrer 120 kilómetros hasta el paraje de Hualtarán, una zona donde se concentra la principal infraestructura, con varias casas y una escuela rural. Allí se toma un camino de tierra que se interna unos ocho kilómetros hasta el Potrero de la Aguada, donde empieza la experiencia. El enorme anfiteatro natural de intrincados laberintos rocosos, rodeado de paredes de areniscas y aglomerados rojizos, ha sido labrado por la erosión de miles y miles de años. Alcanza con hacer silencio un rato y escuchar el sonido del viento correr en esos pasajes de roca.
En la entrada está ubicada la Oficina de Censo y Control de la Administración de Parques Nacionales, donde puede planificarse la excursión (aunque se recomienda hacerlo antes) con los guardaparques, y se debe avisar si se va a acampar. De allí en más se puede salir con algún guía por los muchos caminos permitidos y por un bono de alrededor de $10. Otra opción es tomar nota de dos senderos peatonales de miradores, ideales para los visitantes que decidan la aventura propia. Un poco más adelante se encuentra el sector para acampar, exactamente donde funciona una proveeduría que, como el resto de los servicios, no siempre se encuentran abiertos, por lo cual es recomendable averiguar todas estas cuestiones en el ingreso. Si la proveeduría está cerrada, hay que hacer lo que hacen muchos lugareños: ir al pueblo de San Antonio, ubicado a 20 kilómetros al sur.
De paseo Buen calzado, ropa liviana y protección solar alcanzan para salir a disfrutar de las profundidades. Las excursiones de medio día a Las Huellas del Pasado y Los Guanacos, son una perfecta muestra de lo que el lugar puede ofrecer. Las salidas se realizan bajo la supervisión de guías, aunque no es obligatoria su contratación. Miradores, cuya llegada ocupa algo más de una hora, el Circuito Huellas de los Dinosaurios (dos horas) y Los Farallones (cinco horas), completan las alternativas junto a una serie de excursiones guiadas desde la Ciudad de San Luis y Merlo, muy requeridas en época de vacaciones. Es cierto que la atención corresponde a todo lo que pasa en las descendentes laderas, en los ríos y fallas que se encuentran metros abajo, pero en medio de las sierras está el cerro Portillo –1250 metros sobre el nivel del mar–, ubicado en el punto más elevado de los farallones al sur del Potrero de la Aguada. Llegar a sus pies y mirar hacia arriba genera una impresión mucho más desafiante que la que se obtiene desde lejos.
Seco pero no tanto De fauna similar a la que existe en la estepa patagónica, las Quijadas goza de un clima subtropical, con frecuente vegetación “norteña” donde brillan los cardonales, algarrobos, quebrachos blancos y chicas, un pequeño árbol de madera dura y crecimiento lento, que se levanta retorcido junto a los paredones de piedra. Sus nutritivas semillas fueron utilizadas por los aborígenes, y aún hoy los habitantes cercanos las utilizan y tuestan para hacer café.
Otras especies de arbustos como la jarilla, el garabato, la brea, tunas, puquis y haguares, combinan su atractivo con los siempre bellos claveles del aire. Pero no todo es piso árido y madera dura: al oeste de la sierras el río Desaguadero ha creado una gran llanura de inundación en la que se encuentran bosquecillos de chañar y plantas más verdosas. Este ambiente ha posibilitado la presencia de anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Se piensa que el Desaguadero fue originalmente parte del sector sudoriental de 25 lagunas Guanacache o Huanacache, unos bañados intercomunicados y con abundantes islas, que estaban rodeados de tierra fértil y que abarcaban un área de unos 2500 kilómetros. Desde 1999 estos sitios pertenecen al sistema Ramsar, cuyo objetivo es la recuperación de este tipo de espacios. El avistamiento de fauna no es tarea fácil, ya que su presencia se ha reducido por la caza y el crecimiento del turismo. Pero escogiendo los senderos adecuados y haciendo silencio, es posible ver guanacos, pecaríes de collar, conejos de los palos o maras (las liebres patagónicas). Incluso algunas especies como la tortuga de tierra (en extinción), el halcón peregrino, el águila coronada y el cardenal amarillo, que están especialmente protegidos.
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