CORDOBA > A LA SOMBRA DEL CHAMPAQUí
El otoño viste con una romántica paleta de colores las sierras cordobesas. Del “otro lado” de la Sierra Grande, el rosario de pueblos que se extiende entre Yacanto y Villa Cura Brochero invita a un recorrido teñido de sabores y tradiciones.
› Por Graciela Cutuli
Cuando termina el verano, sobre este lado de las sierras parece que ha vuelto el silencio. Aquí, “donde da la vuelta el aire”, el verde estival dio paso a un tono ocre con pinceladas de rojizo y dorado: es el color del otoño, que se anuncia en el viento fresco que baja de las altas cumbres y los días cortos que preceden al invierno. Tan inmutables como siempre, como indiferentes a la nieve que pronto terminará de pintar el cuadro, las sierras dominan el paisaje: y sobre ellas el Champaquí, el pico más alto de Córdoba, con sus casi 2800 metros. Aunque el verano cordobés es delicioso, gracias a la frescura de los arroyos y el sombreado verdor de los montes, esta estación tiene el encanto de la naturaleza que empieza a guardarse hasta la próxima primavera, y de ese tiempo que parece pasar despacio como para no perderse ninguno de los rincones de la ruta de Traslasierra.
PRIMERA ETAPA, DE SAN JAVIER A LA VIÑA Antiguamente, esta ruta era parte del Camino Real al Alto Perú, y San Javier y Yacanto el corazón de las viejas estancias fundadas por los primeros pobladores. Eran los pioneros de un estilo “slow” que hoy se hizo moda, pero que aquí impera desde siempre porque es la naturaleza la que impone su ritmo, a paso de burro e inundada de aroma a hierbas. Aquí y allá, San Javier se declina en casas de reminiscencias inglesas y casonas con paredes de adobe, aún intactas; para los turistas, los servicios esenciales se encuentran unos a pasos de otros, junto a la plaza y la iglesia, que se pierden luego en una trama de arboladas calles de tierra.
En la localidad vecina, fueron los ingleses –enamorados del lugar, que elegían para descansar durante los años de la construcción del ferrocarril– quienes impulsaron la construcción del Hotel Yacanto sobre lo que era un molino harinero: este hotel, con su golf y sus jardines, es hoy uno de los más clásicos de una región proclive a la discreción y a la elegancia agreste. Aunque desde aquí se puede intentar la subida al Champaquí, un esforzado trekking de varias horas es una actividad mejor para el verano: en esta época, Traslasierra invita a las caminatas en busca de hierbas, al ambiente templado de las casas de té que tientan con picadas artesanales, y a la búsqueda de recuerdos de alfarería y tejidos para abrigar el próximo invierno. Sin olvidar que este valle privilegiado es terreno fértil para los nogales y los olivares: aquí se producen aceites de oliva extra virgen que brillan como oro vegetal, como si encerraran en sus botellones todo el sol de las sierras.
Avanzando en la ruta hacia Nono, uno de los más hermosos parajes es el camino sinuoso que se interna hacia el dique La Viña, una obra impresionante con un lago de más de mil hectáreas y un paredón de 317 metros de largo, que requirió no menos de tres millones de metros cúbicos de hormigón para hacerle frente a la fuerza del agua. Las descripciones se quedan cortas ante la imponencia del lugar, que sorprende por lo escondido y por las dimensiones: esta obra, y el camino de las Altas Cumbres para atravesar la Sierra Grande, son las dos principales de la ingeniería cordobesa durante todo el siglo pasado. Ajenos a las hazañas, los turistas lo aprecian para pescar pejerreyes o embarcarse sobre ligeros kayaks que cruzan la superficie del lago casi sin dejar rastro.
LOS RELIEVES DE NONO Pasando Las Rabonas, se divisan a la izquierda del camino dos conos de forma inconfundible: son “los nonos”, dos montañas con silueta de pecho femenino que inspiraron el nombre del pueblo. Entre los numerosos complejos de cabañas, que crecen día a día, un caminito de tierra lleva hasta Eben Ezer, un local de elaboración y venta de licores artesanales. Sabores tradicionales –frambuesa, naranjas, limón– se suman a curiosas pero exquisitas combinaciones como el licor de apio, nuez y almendras. En los estantes repletos de botellas de colores misteriosos se suceden los frascos de dulces, los alfajores de fruta, los jarabes de frutilla y de arándanos... felizmente, está prevista una degustación que siempre termina con un par de licores sumados a la mochila.
Algo más adelante, vale doblar e internarse en los caminos bordeados de espinillos para llegar hasta las orillas del río de los Sauces, al pie de los nonos, que parecen casi al alcance de la mano. Los sauces en cuestión susurran despacito sobre el agua, y de vez en cuando se deja oír el único rumor que interrumpe el silencio: el canto de algunos pájaros. Es como un lugar encantado, no por lo extraordinario, sino por la tranquilidad con que la naturaleza se adueña del horizonte. A un lado, el río; del otro, la Sierra Grande, que a cada hora del día va tomando un tono distinto. Este río es el mismo que se vuelca en el dique La Viña; más arriba, sus aguas nacen donde se unieron el Panaholma y el Mina Clavero, entre paredes encajonadas que apresan al río y lo convierten, rebelde, en una sucesión de remolinos y rápidos.
En Nono, la plaza tranquila con su iglesia al frente es un buen lugar para la hora de un café. Luego, hay que seguir viaje hacia Cura Brochero, en las afueras de Mina Clavero. Esta ciudad –que originariamente fue bautizada como Villa del Tránsito– es una de las más antiguas de Traslasierra: hoy lleva el nombre del “cura gaucho” pionero de la región, que a fines del siglo XIX se hizo paso entre las montañas para llevar agua, evangelización y ayudas a los aislados pobladores del oeste cordobés. Desde hace varios años, se le rinde homenaje con la Cabalgata Brocheriana, que une Traslasierra con Córdoba a través del mismo camino que el cura ayudó a abrir, transitándolo pacientemente a lomo de mula: el camino de las Altas Cumbres. Ese camino, que se toma a partir de Mina Clavero, atraviesa las Sierras Grandes por bellísimos paisajes que van desde las primeras estribaciones de la sierra hasta el acceso al Parque Nacional Quebrada del Condorito y la Pampa de Achala. Kilómetro a kilómetro, se suceden los miradores sobre paisajes que permiten perder la vista entre los vericuetos de las montañas y las rocas: y seguramente allá a lo lejos, en la inmensidad del cielo, se podrá distinguir el vuelo majestuoso de algún cóndor que da la bienvenida a su inmenso territorio.
Al concluir el recorrido, se habrán dejado atrás los 2200 metros de altura de la ruta, su clima cambiante, sus piedras matizadas de brillante mica: aquí, de este lado, están la capital provincial y las grandes ciudades turísticas surcadas de ríos, arroyos y embalses. Un capítulo más en el largo libro del turismo cordobés.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux