Dom 20.07.2008
turismo

SUIZA > TURISMO OLíMPICO

Lausana también quiere jugar

A orillas del lago Leman, Lausana es la sede del Comité Olímpico Internacional. Tiene un museo especialmente dedicado a los Juegos, entre muchas sorpresas que se conocen durante una visita.

› Por Graciela Cutuli

Lausana es una ciudad de relieves. No serán siete colinas, como en Roma, pero con las tres que tiene alcanza para adquirir unas piernas esculturales si uno camina cada día por sus calles. Desde el nivel del lago Leman hasta los barrios más altos de la ciudad, hay más de 500 metros de desnivel: como subir cada día una montaña, en el sentido más literal de la palabra. ¿Será que un relieve así predispone a los deportes? Pero no fue por este motivo que Lausana es la Capital Olímpica Mundial y sede del Comité Olímpico Internacional: este privilegio se debe más bien a que Pierre de Coubertin, el creador de los Juegos modernos en 1894, desplazó la sede de su Comité de París a Suiza, buscando más libertad e independencia, en 1915. El título de Capital Olímpica le llegó sin embargo recién en 1994, en el marco de las celebraciones por el centenario de los Juegos. Hasta entonces Lausana se consolaba con el título de Capital del Cantón de Vaud, el más grande y poblado de los cantones de habla francesa en Suiza.

MAS CERCA QUE CHINA A pocos días de iniciarse los Juegos 2008, en China, muchos turistas en Europa pasarán por Lausana para impregnarse un poco de olimpismo, más cerca y con menos costos que un viaje al Lejano Oriente. Para recibirlos, Lausana hizo algunas concesiones y canjeó su rojo suizo por un rojo chino, especialmente en el barrio de Ouchy, donde está el Museo Olímpico.

Ouchy es una especie de La Boca, salvando todas las distancias. Es el barrio portuario de Lausana, a orillas del lago Leman, donde se encuentran los embarcaderos para navegar hasta los demás puertos (sobre todo para ir a la opulenta y sofisticada Montreux o, en la otra orilla, a la no menos próspera Evian, en Francia). En Ouchy se vive en una atmósfera bohemia, y es un destino de caminatas espléndidas a orillas del agua. Frente al puerto, una vieja mansión agrega folklore al barrio: es la sede de la autoproclamada Comuna Libre de Ouchy, una suerte de “país” dentro del barrio. Que autonomistas los hay también, hasta en la confederada Suiza...

Ouchy también se conoce por su castillo, que en estos días está siendo remodelado para albergar un hotel de lujo. Sus flamantes tejas barnizadas relucen al sol y le dan un toque de castillo de Disneylandia, dividiendo las opiniones de los vecinos entre quienes aprecian la remodelación y quienes la hubiesen preferido más discreta. Siguiendo la orilla del lago y a poca distancia del castillo, se llega hasta el Museo Olímpico.

MUSEO OLIMPICO Como todo en Suiza, impacta a primera vista por su prolijidad y por sus detalles, que rebosan de sorpresas. Se accede desde la calle por un jardín tan prolijo que se diría que el césped se corta –y hasta se peina– cada día. Aquí se rinde homenaje al olimpismo y a los ideales de paz y fraternidad de Coubertin y de los Juegos, con varias esculturas. Una de las más famosas es Non Violence: se trata de una imagen muy conocida, una pistola con el caño anudado, realizada en bronce y de más de un metro de altura. A pocos pasos se evoca a un atleta convertido en leyenda: el maratonista finlandés Parvo Nurmi (en otra parte del museo también hay una estatua de Zapotek, otra leyenda de la carrera a pie). En realidad, todo el jardín está ocupado con obras de arte y homenajes a distintos deportes. Y a medida que los años pasan, se van agregando nuevas obras. Del otro lado de la calle, a orillas del lago, también se instaló una obra de arte, que esta vez retoma la figura de los simbólicos anillos del olimpismo.

Claro que no podía faltar una antorcha, que aquí en Lausana brilla todo el tiempo, y no sólo durante los años olímpicos. Detrás de la gruesa estructura de metal y piedra de donde brota la llama, una estela indica que “le feu olympique éclaire le monde” (“el fuego olímpico alumbra al mundo”). Dentro del museo, una de las mejores y más emotivas colecciones es justamente la de antorchas. Desde aquéllas de las primeras Olimpíadas, algo toscas en comparación con las últimas, de diseño y tecnología muy moderna, cada juego está representado por su antorcha. Pero no es lo único que muestra el museo, que actualmente fue puesto a la hora china, con pagodas en las terrazas e inscripciones en ideogramas por doquier. En las salas del museo hay una muestra permanente de fotos, objetos y recuerdos de cada Juego y cada disciplina deportiva. Las colecciones del establecimiento, inaugurado en 1993, están destinadas a crecer: es que se van completando luego de cada edición de los Juegos de Verano o de Invierno, cada cuatro años. Sin duda es el motivo de muchas visitas a Lausana y su mayor atractivo, pero también es una suerte de meca de la peregrinación que realiza por lo menos una vez en su vida cada deportista profesional. Y con un poco de suerte, es posible cruzarse con alguno de ellos y agregar a la visita el gusto de llevarse un autógrafo... Si no alcanza como recuerdo, la boutique del museo provee a los coleccionistas pins de todos los Juegos y muchos otros recuerdos olímpicos.

DEPORTE EN LAS CALLES Subiendo por la calle del Petit Chêne (“Pequeño roble”) para llegar a la Plaza Saint François, se ven los toldos rojos que enmarcan cada ventana de un imponente edificio. Se trata del Lausanne Palace & Spa, uno de los dos palacios cinco estrellas de la ciudad. Pero sobre todo es la oficina oficiosa del Comité Olímpico Internacional. Los guías aseguran en tono de confidencia que allí tenía una habitación permanente el ex presidente Samaranch, tal como su sucesor, Jacques Rogge. La sede física del Comité, por su parte, se encuentra en el Castillo de Vidy, a orillas del lago, al oeste de Ouchy. El COI se instaló en este castillo en 1968: antes de él, la historia recuerda que Vidy recibió la visita de Napoleón en 1800 y albergó un tiempo breve el Centro para la Investigación europea.

Pero, en realidad, el cariz más inmediato del deporte que le toca vivir al turista en Lausana es la continua subida y bajada de sus calles. Una vez llegado a la Plaza Saint François, se puede tomar un respiro para visitar el templo reformado que domina este barrio. Buena parte de las calles de esta zona y del centro histórico de Lausana son peatonales, pero hay que compartirlas con los monopatines, los rollers y las bicis, que son otras tantas maneras de vivir la ciudad de manera deportiva, aun yendo al colegio o haciendo compras. Desde Saint François a la Catedral y el corazón de la ciudad, hay que bajar y volver a subir, o bien utilizar uno de esos grandes puentes que en Lausana sirven como de pasadizos entre una colina y otra. La Catedral de Lausana presenta dos particularidades notables. La principal de ellas es que alberga en sus torres uno de los últimos vigías de Europa, que sigue, como en la Edad Media, vigilando la ciudad: aunque ya no avisa sobre el peligro de incendios, como cuando Lausana estaba construida en madera, sigue tocando las campanas con puntualidad suiza, cada hora. La otra particularidad es su puerta pintada. Ahora protegidas, parte de las estatuas y las columnas de una de sus puertas conserva las pinturas que tenían en el Medioevo y recuerda que las grises catedrales de hoy brillaban con colores y dorados hace unos cuantos siglos. Un poco más lejos, el otro edificio histórico del centro es el Castillo, actualmente sede del gobierno cantonal.

Por otra parte, no hay que perderse sobre la Plaza de la Palud (además desde la Catedral la calle va bajando...) la Fuente de la Justicia. Se trata de una estatua policromática de colores vivos y de estilo naïf. Los vecinos cuentan que si tiene la falda subida sobre las rodillas es porque la Justicia no puede ni debe esconder nada... Entretanto, en una de las paredes de la plaza, un reloj animado hace salir cada hora muñecos de metal que representan soldados y a los habitantes de Vaud en trajes tradicionales.

Hay mucho más para ver en el centro de Lausana, que a pesar de su tamaño modesto es una verdadera capital económica, cultural y universitaria, la de la Suiza de habla francesa. Entre el Grand Pont y el Puente de Chauderon, por ejemplo, se acaba de terminar de reciclar un nuevo barrio, en una especie de valle entre dos de las colinas de la ciudad. Entre sus grandes edificios, hay centros culturales y salas de cine. Pero sobre todo, para llegar –pasando por la calle de Genève– se camina frente a la Sala Métropole, el emblema por todos los aficionados a la danza, ya que allí trabajó durante muchos años el coreógrafo Maurice Béjart.

Si un par de bajadas más no asustan, no hay que dejar Lausana sin probar los chocolates de Dürig, el más famoso chocolatero de la ciudad, donde se pueden probar sus bombones con más de 90 por ciento de cacao: un gusto exquisito y fuerte que hace honor al chocolate suizo. El negocio se encuentra en la Avenida de Ouchy, bajando nuevamente hacia el embarcadero y el Museo Olímpico. Al menos, el chocolate habrá permitido reponer algo de fuerzas y estar listo, nuevamente, para los vaivenes que ofrecen las caminatas olímpicas por Lausana.

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