CHILE > REGIóN DE LOS RíOS
Al otro lado de la Cordillera, la localidad de Panguipulli es el punto de partida para conocer pequeñas localidades donde bosques, ríos, termas y montañas son los protagonistas principales.
› Por Mariana Lafont
Panguipulli significa, en idioma mapuche, “tierra de leones”. Sin embargo, desde que miles de rosales fueron plantados en los ‘80, esta tranquila comunidad ahora es conocida como “la ciudad de las rosas”. Este bonito rincón de la Patagonia chilena está ubicado en medio de la mayor cuenca hidrográfica del país vecino, formada por los lagos Panguipulli, Calafquen, Pirihueico, Riñihue, Neltume, Pellaifa y Pullinque. Su historia es reciente y se remonta a 1890 con el arribo de los primeros pobladores. Luego, en 1903, llegaron los misioneros capuchinos, quienes levantaron la llamativa iglesia que se encuentra frente a la plaza principal. El templo fue construido en 1947 y un sacerdote de origen suizo dirigió la obra, dándole su inconfundible estilo europeo. Los caminos recién llegaron en la década del ‘30 y la fundación oficial de Panguipulli tuvo lugar en 1946.
Hasta aquí la cronología de esta villa cordillerana coincide con la de tantos otros pueblos patagónicos. Sin embargo, uno de los elementos principales de la historia de Panguipulli y la de sus poblados vecinos (en especial Liquiñe y Neltume) es su estrecha relación con la industria maderera. Al comienzo, en los años ‘40, la actividad giró en torno de la exportación de madera. A fines de los ‘60, los trabajadores tomaron los fondos madereros y a comienzos de los ‘70 lograron establecer la producción colectiva (con la participación de más de 3500 personas). Durante el esplendor de esta actividad, el lago Panguipulli se convirtió en el principal medio de transporte y mientras cientos de troncos flotaban en sus aguas gran cantidad de pasajeros se trasladaban de un lado a otro. En esos años, toda la región había recibido a miles de chilenos que buscaban trabajo y progreso. Tal fue el empuje vivido en los ‘50 que además llegaron a tener ferrocarril propio y Panguipulli se convirtió en punta de rieles del ramal proveniente de Lanco. La idea era sacar toda la producción por ese medio; sin embargo, la iniciativa no tuvo éxito y todo lo producido era sacado por vía fluvial hacia Valdivia. Finalmente el ramal cerró y no volvió a funcionar desde hace más de treinta años.
La caída llegó de la mano de la dictadura con una terrible represión militar a obreros y campesinos. Tal fue la brutalidad vivida durante esa etapa que, aún hoy, los lugareños prefieren no hablar de lo sucedido. El remate final (de lo poco que quedaba de aquella época gloriosa) sucedió en los ‘80 con la privatización de la industria maderera y el consiguiente ocaso de las poblaciones que de ella dependían. Luego de una larga depresión estas villas cordilleranas han encontrado en el turismo una vía para salir adelante, aprovechando el privilegiado entorno natural que las rodea.
EL CAMINO DE LAS TERMAS El Destino Siete Lagos propone distintos itinerarios turísticos como la llamada “Ruta de la Salud”. Este recorrido atraviesa uno de los mayores complejos termales de Chile con trece centros, abiertos todo el año, en la zona de Coñaripe y Liquiñe. Esta región termal se origina a partir del alto nivel de actividad volcánica y de la falla de Liquiñe-Ofqui, que se extiende paralela a la cordillera desde el volcán Llaima hasta el Hudson. Partiendo de Coñaripe, en tierras del Parque Nacional Villarrica, se encuentran las termas de los Vergara, que antiguamente se dedicaban a la madera y decidieron incursionar en el turismo termal. Un poco más adelante están las Termas Geométricas, un espectacular complejo (con aguas a 80) ubicado en medio de una quebrada que ha sabido combinar armónicamente arquitectura y naturaleza. Los pozones fueron tallados en la piedra de la quebrada de tal modo que los visitantes pueden bañarse en un entorno único y rodeados de la exuberante selva valdiviana. En verano vale la pena ir cuando se pone el sol, quedarse hasta la medianoche y bañarse a la luz de las velas (pero teniendo en cuenta que no hay alojamiento y hay que volver a Coñaripe).
Rumbo al sector cordillerano, a 55 km de Panguipulli, se halla Liquiñe, un pequeño pueblo campesino que alberga ocho centros termales. El pequeño y rústico complejo de Carranco ofrece aguas fosforadas y a 35 en dos piletas y un baño de vapor natural en medio de frondosa vegetación. Es una propuesta ideal para acampar, ya que cuenta con 30 parcelas para carpas. También están las termas de Manquecura, un emprendimiento familiar y de los primeros en la región.
Si el destino no son los baños termales existen varios paseos diferentes. Una alternativa muy interesante (incluso para volver a la Argentina) es salir de Panguipulli, hacer 70 km y llegar a Puerto Fuy. En el trayecto se atraviesa Neltume. Este antiguo bastión maderero (cuna de un movimiento anti-dictadura duramente reprimido en 1981) actualmente alberga asociaciones de artesanos que se dedican a tallar madera muerta (sin dañar el bosque) y vender sus artesanías. Una vez en Puerto Fuy se puede tomar el trasbordador Hua Hum y cruzar el paso internacional que conduce a San Martín de los Andes. El viaje en sí es un espectáculo, ya que son dos horas de navegación en las aguas del lago Pirihueico, rodeados de bellísimas montañas.
Otra opción es ir a Choshuenco, a sólo 44 km. Saliendo de Panguipulli se toma la ruta que bordea la costa del lago homónimo y se llega hasta la margen este donde se encuentra este diminuto poblado de pocas casas. En Choshuenco hay una hostería y varias cabañas de alquiler pero, sobre todo, hay mucho silencio que sólo se interrumpe en verano con la llegada de visitantes en busca de descanso. Su larga playa de arena volcánica contrasta con el azul del agua y en un alejado rincón de la costa descansa el viejo Enco. Este antiguo vapor construido en 1900 supo ser, años atrás (y sin la actual carretera), el único medio de transporte que llevaba a más de 300 pasajeros.
Desde Choshuenco se organizan actividades para todos los gustos. Se puede hacer pesca, rafting y kayak en las cristalinas aguas de los ríos Fuy y Enco. Y para los amantes de la montaña vale la pena ascender al impresionante Mocho-Choshuenco. Este volcán inactivo tiene dos conos que le dan su nombre. El “Choshuenco” (2415 msnm) formado a partir de un antiguo cráter colapsado (y visible desde el poblado homónimo) y “el Mocho” (2422 msnm) cuya parte superior es chata. Pero lo más sorprendente de este volcán es que al llegar a la cima, y en pleno verano, se puede ver a jóvenes haciendo snowboard en sus nieves eternas.
HUILO HUILO Y LA MONTAÑA MAGICA Las 60 mil hectáreas que forman la Reserva Biológica Huilo Huilo (creada en 1999) se encuentran en la ecorregión valdiviana y protegen el bosque húmedo templado chileno. Además de visitar el área protegida existe la posibilidad de hospedarse tanto en las inmediaciones como en la reserva misma. Si bien hay tres opciones diferentes, la más llamativa es, sin dudas, la que ofrece “La Montaña Mágica”. Este hotel (que lleva el nombre de la famosa obra de Thomas Mann) tiene forma de volcán porque así lo quiso su dueño, quien desde niño sentía adoración por los volcanes y siempre soñó con tener uno propio. Desde el “cráter” de esta singular edificación cae agua continuamente. El agua (tomada de un río cercano a través de una bomba) pasa por un gran caño que atraviesa, de punta a punta, el centro del cónico edificio y cae sus “laderas” volviendo nuevamente al río. En esta “montaña-hotel” todo el interior y cada mínimo detalle son de madera (semejando un bosque) y las habitaciones parecen cuevas que se van achicando a medida que nos elevamos. Para llegar a las mismas hay que subir una escalera caracol que rodea el gran tubo central por donde pasa el agua. Pero si no se tienen gustos tan excéntricos también es posible dormir dentro de la reserva en tradicionales cabañas que se encuentran en las inmediaciones del hotel.
Durante el día se realizan muchas actividades. Para recorrer Huilo Huilo se puede hacer trekking en gran cantidad de senderos (la mayoría con pasarelas). Una de las sendas corre paralela al río Fuy y permite apreciar interesantes rápidos para los que deseen hacer rafting. La mejor parte del trayecto está, sin dudas, al llegar al espectacular salto Huilo Huilo, una potente caída de agua turquesa en medio de un espeso bosque. También se pueden hacer salidas en cabalgata o en bicicleta. Y si la idea es sentir un poco más de adrenalina, definitivamente hay que probar el Canopo, es decir, desplazarse a través de las copas de lo árboles suspendido de un arnés y una polea. La primera vez es la más emocionante (y no apta para cardíacos), pero una vez que pasa el susto y uno logra relajarse esta actividad brinda la oportunidad de vivir el bosque desde un punto de vista totalmente fuera de lo común. ¡Anímese!
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