FRANCIA > PANORAMA DESDE UN GLOBO
Una postal de los antiguos libros de crónicas, un globo aerostático que sobrevuela el cielo de París, fue recuperada gracias a una iniciativa que une turismo con cuidado del ambiente en un parque de la capital francesa.
› Por Graciela Cutuli
Los planos de París muestran un recuadro verde en el sudoeste de la ciudad, casi a orillas del Sena, en un barrio más transitado por los residentes que por los turistas. Sin embargo, nada más parisino que la deliciosa atmósfera de estas casas con techo de pizarra y bohardillas que se extienden en las calles que rodean el parque André Citroën: aquí, París deja de ser la ciudad de los iconos que dibujan la Torre Eiffel, Montmartre o el Arco del Triunfo para convertirse en un puñado de calles cotidianas y transitables, en torno de un gigantesco jardín de lavandas y amapolas.
En este parque se eligió instalar un globo aerostático que restablece en la capital francesa una de sus más pintorescas tradiciones: los vuelos en globo, como aquel que hizo famosa la primera novela de Julio Verne. Claro que aquí el punto de partida no es Africa sino el corazón de París; no se sobrevuelan miles de kilómetros sino que el globo permanece anclado al suelo a 150 metros de altura; y finalmente este “viaje extraordinario” en pequeño no dura cinco semanas... sino entre cinco y diez minutos. Pero la experiencia no es menos fantástica.
COLORES Y AMBIENTE Lo primero que hay que tener en cuenta es que, tanto en los tiempos de Verne como en el siglo XXI, el globo no vuela si llueve o hay demasiado viento: por lo tanto, el día que se decida visitarlo primero hay que llamar o consultar la página web de los responsables del aerostato, que informa permanentemente sobre las condiciones climáticas. Y si brilla el sol... adelante, apenas unas estaciones de metro desde cualquiera de los lugares más turísticos de París dejarán al visitante a pocos pasos del ingreso al parque Citroën, un verdadero oasis verde que los chicos eligen para jugar y hacer deportes.
El globo existe desde hace varios años –fue instalado en 1999–, pero sólo en la primavera boreal de este año sumó a su función recreativa una tarea de concientización sobre el ambiente de la ciudad. Más de medio millón de personas tuvieron su bautismo en el “Ballon Air de Paris”, pero ahora muchas más pueden verlo desde numerosos lugares de la ciudad cuando cambia de color según la calidad del aire: si está verde, se puede respirar tranquilo, porque el aire de París está en buenas condiciones. Si está en naranja, es mediocre. Si está rojo –algo que afortunadamente nunca pasó hasta ahora– la calidad del aire es “muy mala”. Los colores revelan dos índices de calidad (el aire en general y aquel más cerca de los vehículos), y surgen de mediciones tomadas cada hora sobre seis “estaciones urbanas” y cinco “estaciones de tránsito”.
TODOS A BORDO Para comprender el funcionamiento hay que remitirse al principio de Arquímedes, según el cual un metro cúbico de helio puede levantar un kilo, de modo de 6 mil metros cúbicos pueden levantar hasta seis toneladas. El aerostato por sí solo, incluyendo la canasta, pesa unas dos toneladas: el resto es capacidad para llevar a unos 30 pasajeros (a más viento, menos pasajeros), lo que lo convierte en el globo cautivo más grande del mundo.
Cuando está en vuelo, es visible unos 20 kilómetros a la redonda, y lo ven unas 400 mil personas; pero lo más increíble es subirse dentro de la canasta y, cuando el gigantesco globo suelta amarras, sentirse flotar levemente, despegándose lentamente del piso. Poco a poco, los jardines del parque se transforman en una mancha verde, y los techos de pizarra que antes se miraban desde abajo ahora se ven desde arriba. A pocos metros, el Sena es una línea de agua que discurre tranquila, y la Torre Eiffel pone en el paisaje una silueta estilizada y familiar que queda retratada en cientos de fotos; también se divisan con nitidez la Cúpula de los Inválidos y las Torres de la Defensa. Durante el vuelo, que dura unos diez minutos y llega hasta los 150 metros de altura –treinta más que la Torre Eiffel–, es posible circular libremente por la canasta del globo para tener distintas perspectivas de la ciudad. Luego, poco a poco, el globo vuelve a bajar muy despaciosamente, desdibujando la perspectiva aérea para volver a ponerse al nivel del piso. Después de “aterrizar” se visita una pequeña exposición informativa sobre la iniciativa, que revela muchos detalles curiosos sobre la historia de los globos aerostáticos en París, y sobre todo busca crear conciencia de la importancia de conservar el aire libre de contaminación. Además es posible llevarse toda clase de recuerdos relacionados con los globos: el más romántico de ellos, sin duda, el clásico film de Lamorisse Le ballon rouge (El globo rojo), todo un homenaje a los globos, cualquiera sea su tamaño.
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