PERU > EL SEñOR DE SIPáN
En 1987 se descubrió, bajo una pirámide de adobe, la tumba del Señor de Sipán, un líder mochica enterrado con sus atavíos reales de oro y piedras preciosas hace 1700 años. Es el tesoro más fastuoso del antiguo Perú. En el museo de la ciudad de Lambayeque, se exhiben sus maravillosos collares de arañas de oro, cinturones con serpientes bicéfalas y efigies del hombre-cangrejo.
› Por Julián Varsavsky
A fines de 1986, una de las bandas de huaqueros y saqueadores de tesoros que asolaban los yacimientos arqueológicos de la costa norte peruana encontró casualmente el tesoro más fascinante del antiguo Perú: la tumba del Señor de Sipán. Pero uno de los saqueadores fue trampeado por sus compañeros y los delató. Así una comisión policial logró detener a un grupo que transportaba unas increíbles cabezas de oro. Esas piezas fueron la pista que llevó a la pirámide de ladrillos de adobe Huaca Rajada, obra de la cultura moche, construida hace unos 2000 años. Y hasta allí se dirigió el arqueólogo Walter Alva junto con su equipo. Antes de que se pudieran iniciar las investigaciones, los habitantes del vecino poblado de Sipán se lanzaron a un saqueo masivo que sólo se pudo frenar con una violenta intervención policial. Según el testimonio de aquellos científicos, los pobladores consideraban a “los intrusos” como los verdaderos saqueadores de los tesoros de sus antepasados. También se sentían con derecho a vender las piezas al mejor postor como única forma de salir de la pobreza. De hecho, muchas de las piezas pasaron al mercado internacional de tráfico arqueológico.
INDICIOS A mediados del mes de mayo de 1987, el pequeño contingente de tres arqueólogos realizó las primeras prospecciones y encontró un repositorio de ofrendas con más de 1300 vasijas, acaso el primer indicio de que se acercaban a “algo importante”.
El primer hallazgo de restos humanos en el sitio fue el de un hombre joven con los pies amputados, a cuyo lado había un escudo. Estudios posteriores revelaron que era una especie de soldado, guardián de la tumba. Cincuenta centímetros más abajo del soldado aparecieron 16 vigas de algarroba carcomida, sostén sin duda de un techo. Y justo debajo estaba la tapa de un ataúd de madera ya desintegrado. Pero faltaba poco para el momento más emotivo de toda la excavación: la aparición entre la tierra removida con pincel de una miniatura de oro puro y piedra turquesa que salía a la luz después de 1700 años. “Al fondo de un espacio vacío una diminuta efigie de oro y turquesa nos fijó su enérgica mirada. Era la probable representación del mismo Señor de Sipán en la imagen central de su principal ornamenta”, declaró tiempo después Walter Alva. “Fue el momento de un instante eterno que nunca vamos a olvidar”. Esa efigie circular –hoy una de las piezas más importantes del museo– mide apenas 6,2 cm y representa a un jefe guerrero Mochica vestido con una túnica con incrustaciones de piedra turquesa y una corona semilunar. Del cuello le cuelgan minúsculas cabezas de búho, el brazo derecho sujeta un mazo de guerra y el izquierdo un escudo.
En el sarcófago, los arqueólogos encontraron el cuerpo desintegrado de un hombre, ataviado con una corona, pectorales, una nariguera y toda clase de maravillosos adornos. Alrededor del ataúd había conchas de spondylus traídas desde aguas ecuatorianas, muy valoradas en los ritos mortuorios del antiguo Perú.
El cráneo del Señor de Sipán estaba sobre un plato de oro y tenía ojos y una nariz de oro. Miles de pequeñas cuentas cilíndricas de conchas de colores conformaban diez pectorales dispuestos uno arriba del otro sobre el pecho, donde también había un collar de oro y plata. En la mano derecha sostenía un lingote de oro y otro similar de plata en la izquierda. Asimismo se encontraron abanicos de pluma con mango de cobre y elegantes brazaletes de centenares de cuentas color turquesa de 2 mm. Una especie de cetro y un cuchillo coronado con una pirámide invertida de oro indicaban que se trataba de un jefe máximo. Y el collar con 72 esferas de oro en degradé que estaba a la altura del cuello terminó de convencer a los investigadores de que habían descubierto los restos de un personaje excepcional.
Las comparaciones con la tumba de Tutankamón eran inevitables. Los tesoros surgían uno tras otro en una continuidad que parecía no tener fin. Debajo del cuerpo astillado había una gran diadema semilunar de oro con una hoja de 62 cm de ancho, que en la iconografía mochica aparecía siempre relacionada con los personajes de más alto rango. Y también se encontraron dos sonajeros de oro con la imagen de la deidad más importante de la cultura moche, llamada Ai-apaec, un dios decapitador que porta en sus manos un cuchillo y una cabeza humana.
A la cabeza y a los pies del sarcófago estaban los restos de tres mujeres de unos 20 años que probablemente fuesen las esposas favoritas del Señor. Y flanqueando el cuerpo del monarca había dos esqueletos de hombres, uno de ellos con escudo, tocado de cobre y mazo de guerra, atavíos típicos de un jefe militar.
Los restos del jefe mochica fueron enviados a Alemania para someterlos a procesos químicos de conservación. En 1993, el Señor de Sipán fue devuelto al Perú y trasladado a la ciudad de Lambayeque –en la provincia de Ica–, donde fue recibido por el pueblo en la calle y por las autoridades locales. Finalmente fue depositado en el Museo Tumbas Reales de la ciudad.
Los tesoros del Señor de Sipán se expusieron exitosamente en países de América, Asia y Europa, y con parte de lo recaudado se construyó el novedoso museo en Lambayeque. En 1996, por otra parte, se recuperaron las piezas faltantes saqueadas por los huaqueros, como dos collares de oro y plata a punto de ser rematados en la galería So-theby’s de Nueva York.
EL NUEVO MAUSOLEO El Museo Tumbas Reales de Sipán se inauguró en 2002. El edificio es una gran pirámide trunca inspirada en los antiguos santuarios mochicas. Conceptualmente, el museo fue concebido como una crónica multimedia que relata el descubrimiento del sitio arqueológico en las distintas etapas en que fueron apareciendo los objetos, incluyendo su restauración. La muestra tiene un carácter didáctico sin la sobrecarga de objetos ni explicaciones escritas que suelen convertir a muchos museos en depósitos inabarcables e imposibles de asimilar.
Al museo se ingresa por una rampa directamente al tercer piso y se recorre desde arriba hacia abajo. En primer lugar, una animación computarizada en 3D ubica al visitante en el ambiente funerario de hace 1700 años. La visita se realiza casi en penumbras, con las doradas piezas montadas sobre un fondo oscuro que parecen flotar en la sala. Las piezas iniciales de la exhibición son aquellas que estaban en la parte superior de la tumba, o sea las primeras en aparecer: más de mil vasijas de ofrendas y comidas que servirían en el nuevo despertar del monarca después de la muerte. Luego están los atavíos del guerrero que lo custodiaba, la tapa del ataúd y el complejo ajuar de tesoros de cobre, plata y oro. De esta forma el visitante va descubriendo las distintas capas del mausoleo en el mismo orden en que lo hicieron los arqueólogos.
Desde el segundo nivel se ve al fondo de una gran abertura en el centro del edificio, la reproducción exacta de la tumba. Ya en el primer piso, desde un barandal de vidrio, es posible ver el ataúd de madera y otros pertenecientes a las tres mujeres, el jefe guerrero, un niño, el guardián, dos llamas y un perro. En las vitrinas relucen los originales de la espléndida corona de oro con forma semilunar, las sandalias de plata que calzaba el Señor y los pectorales de concha.
En el primer nivel está también la reproducción de la tumba del Viejo Señor de Sipán, que se cree sería el antecesor del rey encontrado en primer lugar. Su ajuar incluye un increíble collar con diez arañas de oro sobre una tela de alambre, así como las imágenes en cobre dorado del hombre-cangrejo y del pez-gato, y un pectoral con forma de pulpo.
Por último, se encontró en la pirámide de Huaca Rajada la tumba de un sacerdote representado en la iconografía mochica como el hombre-ave, que ocupaba el segundo nivel en las jerarquías sociales. De esta forma los arqueólogos pudieron deducir la estructura social y política de una cultura que se desarrolló entre los siglos I y III d. C. El mundo mochica estaba regido por un monarca de carácter divino a la cabeza, seguido del sacerdote principal y los jefes guerreros.
Por ser relativamente nuevo, este invalorable tesoro mochica no tiene todavía la fama que se merece. Sin embargo, ya ha sido tema de tapa de las principales revistas de divulgación científica del mundo y en los ambientes académicos es considerado uno de los hallazgos arqueológicos más fascinantes del continente americano.
Lambayeque se puede recorrer en tres o cuatro días, visitando también el interesante Museo Arqueológico Bruning y su Sala de oro, los pueblos de Saña y Ferreñafe, el complejo Huaca Rajada y las pirámides de Túcume. En este sitio está la construcción de adobe más grande encontrada hasta ahora en América: la Huaca Larga, una especie de palacio residencial de la cultura Lambayeque. Mide 700 metros de largo, 280 de ancho y 30 de alto. La cultura Lambayeque se desarrolló en la zona desde el año 700 d.C. y fue conquistada por los chimú (1375), los Incas (1470) y luego los españoles. En sus pirámides de adobe –que increíblemente se mantienen en pie y en bastante buen estado– los Señores de Túcume eran considerados semidioses y vivían en palacios. Desde lo alto de la sugerente Huaca Larga, se puede contemplar el complejo entramado de plazas, templos y casas que conformaban esa especie de ciudadela. Más información en www.museodesitiotucume.com
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