LAOS > LAS TRIBUS DE LAS MONTAñAS
Una travesía por el río Mekong hacia poblados perdidos en las montañas donde habita una increíble diversidad de etnias. Cada una posee rasgos propios y diferenciados en lo que respecta a lengua, ritos, vestidos, arquitectura y costumbres sociales. Crónica de un viaje a la “Tierra del millón de elefantes”.
› Por Maribel Herruzo
Acodada en la baranda del balcón de la pensión tailandesa, podía observar el contraste entre las orillas separadas por el Mekong. El río marca la frontera oficial entre Tailandia y la República Popular Democrática de Laos. Y hasta no hace mucho, la única manera de cruzarla era atravesando esa lengua de agua marrón en una pequeña barca, tal y como hice en una mañana lluviosa. Huay Xai es la entrada más septentrional a Laos, y para llegar al pueblo de Luam Nam Tha –mi siguiente destino–, casi en la frontera con Birmania, sólo tenía dos alternativas. La vía terrestre implicaba más de diez horas por una tortuosa carretera, y si llovía el tiempo era el doble. La otra posibilidad era navegar dos días a bordo de una angosta canoa de cinco metros de largo por el río Nam Tha, uno de los afluentes del Mekong. La barca no tenía techo, pero la sonrisa del barquero auspició mi decisión.
El Mekong es la serpiente de agua que recorre gran parte del sudeste de Asia, cambiando de nombre y paisaje según el país. En el trayecto por el Nam Tha crucé aldeas de caña y paja, casas sobre palafitos que desafían las crecidas del río, canoas que sirven de transporte público, niños que juegan y saludan, y mujeres lavando ropa en la ribera. La primera noche en la “Tierra del millón de elefantes” transcurrió en el porche de la casa del lanchero sonriente, en una hamaca bajo una mosquitera.
LA LLAMADA DEL OPIO Tras un día más de navegación llego a Luam Nam Tha, una población con apenas tres calles y evidente influencia china. En sus alrededores hay pequeñas comunidades de diferentes etnias donde los cerdos, patos, pollos y gallinas se pasean despreocupados por las poco transitadas calles. En Luam Nam Tha se vive y trabaja al ritmo pausado que impone la tierra. Unos 60 kilómetros al sur está el poblado de Muang Sing, el verdadero punto de encuentro de las distintas etnias que pueblan este espacio de montañas y brumas: akha, hmong, yao, lolo, thai lü, khamu y otras suman 39 tribus. Aquí las mujeres intercambian todo tipo de productos agrícolas, manufacturas y artesanías, y algunas se topan con la mirada del turista, al que no dudan en ofrecer sus productos estrella, la marihuana y el opio. El Norte y el Este del país son las zonas donde se cultiva aún la adormidera, y este pequeño pueblo de apenas una calle y muchos caminos verdes y serpenteantes rodeando su perímetro fue, durante muchos años, el auténtico centro del mercado del opio en el Triángulo de Oro formado por Laos, Myanmar y Tailandia, oficialmente autorizado por los franceses durante el tiempo que Laos formó parte de Indochina. Para las tribus de las montañas, esta planta forma parte de su tradición, pero desde hace algún tiempo lo que fue un signo de identidad cultural se está transformando en un problema. La adicción y el ingreso en el circuito comercial de una droga ilegal están alterando las relaciones comerciales y sociales de estas comunidades. Por todo Laos hay carteles gubernamentales advirtiendo a los extranjeros la prohibición de comprar un producto ilegal que antes de la revolución comunista podía consumirse legalmente en cualquiera de los fumaderos del país, sobre todo en la capital Vientiane.
En Muang Sing una anciana insiste en venderme abalorios para colgarme del cuello o las orejas, pero cuando se percata de que no va a conseguir venderme nada cambia de táctica y me ofrece otros productos. Se lleva la mano a la boca, ahuecando la palma como para imitar una pipa de la que parece inspirar y expirar humo. Me está ofreciendo el producto estrella de estas montañas, el opio. Y también marihuana, mostrándome una sonrisa a la que le faltan muchos, muchos dientes. La mujer pertenece a la tribu de los akha, mayoritaria entre las muchas que se dan cita en este pequeño pueblo del norte de Laos, a escasos kilómetros de la frontera birmana y china.
Desde Luam Nam Tha parten la mayoría de excursiones para acceder a los poblados que circundan su núcleo urbano. Pero incluso sin moverse de esta pequeña ciudad de pocas calles se puede ver a las mujeres de los distintos poblados que bajan de las montañas a vender, comprar o intercambiar productos. En el baratillo de Luam Nam Tha abundan las manufacturas chinas que inundan los mercados del norte de Laos a la par que cada vez más ciudadanos chinos procedentes de Yunnan se instalan en el territorio y copan el comercio y la hostelería. Pero los Lao Sung y Lao Theung siguen acudiendo a la ciudad, a veces tras varios días de caminata, para abastecerse de los productos varios. Tímidas y algo indiferentes, aunque casi siempre sonrientes, las mujeres apenas se relacionan con quienes no pertenecen a su etnia. La barrera del lenguaje y sus diferencias culturales llevan a esas tribus a practicar una endogamia casi total, que rompen en muy contadas ocasiones.
EL ANIMISMO La mayoría de etnias que habitan en esta zona provienen originalmente de Tíbet o de China, y son animistas. Algunas han introducido aspectos del budismo therevada, la religión mayoritaria en Laos. Es muy complicado hablar de las costumbres de estos pueblos en general, pues más allá de una común creencia animista, una economía basada en la subsistencia y que habiten en las tierras altas, no hay muchas más características comunes. Cada etnia posee rasgos propios y diferenciados en lo que respecta a lengua, ritos, vestidos, arquitectura y costumbres sociales. Seguramente los une también su enorme independencia respecto del gobierno, ya que viven prácticamente al margen, con una autarquía casi total.
Muang Sing despierta la mayoría de las mañanas bajo la bruma. Y entre la niebla las mujeres hmong acuden a vender sus artesanías en improvisados puestos a lo largo de la calle principal, frente al mercado de frutas y verduras. Las akha son las únicas que abordan directamente al turista, algo desaliñadas pero casi siempre sonrientes, buscando colocar un collar en el cuello de cada mujer y una bolsa de marihuana en el bolsillo de cada viajero. Todas ellas pasean orgullosas sus ropas, que ellas mismas cosen y bordan y que las distinguen claramente a las unas de las otras. Sorprende, por ejemplo, la elegancia natural de las mujeres yao, con una larga casaca negra y turbante. Las hmong usan vestidos oscuros, cuyos puños y solapas tienen bordados de vivos colores. Aunque la etnia que más se distingue por su apariencia es la akha, mayoritaria en los alrededores de Muang Sing, cuyas mujeres van siempre adornadas con un elaborado tocado de piastras, las antiguas monedas de plata francesas usadas en Indochina.
Los hmong cargan con la leyenda –por cierto bien fundada– de haber luchado junto con los norteamericanos durante la guerra secreta que la CIA llevó a cabo entre los años 1963 y 1975 en este país. Este ejército clandestino se enfrentó al Pathet Lao, el Partido Comunista que aún gobierna el país. Por esta razón, muchos hmogs, temerosos de la marginación por parte de los otros grupos, emigraron a otros países como Estados Unidos, donde hay unos 50.000. Y se cuenta que hace algunos años muchos de ellos comenzaron a morir sin causa aparente, simplemente de tristeza, porque no se acostumbraron a caminar entre rascacielos.
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