AUSTRALIA > VIAJE A SYDNEY
› Por Graciela Cutuli
En Sydney es primavera, la primavera espléndida del Hemisferio Sur, que se viste de lila en las ramas de los jacarandaes y se perfuma con el aroma del eucalipto, el árbol de los koalas. En las afueras de la ciudad, Bondi Beach empieza a tomar aires de verano, a medida que ellas se ponen las mallas, y ellos preparan sus tablas de surf. Esta ciudad, eterna rival de Melbourne, es una de las más multiculturales del mundo y también una de las más atractivas para vivir: la llaman “Harbour City” porque, como Buenos Aires, tiene “un puerto en la puerta”. Y su imagen más conocida, la de su Opera House, diseñada como una nave al borde del agua, es su mejor embajadora en todo el mundo.
PASEO EN SYDNEY Lo primero, claro, es acostumbrar el oído al acento de los “sydneysiders”, los habitantes, con esa tonada de inglés australiano que al principio desconcierta un poco y después se vuelve familiar. De todos modos, hasta el más iletrado en inglés se podrá desenvolver sin problemas: en parte porque la ciudad está acostumbrada a los extranjeros, sean inmigrantes o turistas, y en parte porque la industria de la hospitalidad está tan desarrollada que todo ha sido pensado para pasear y conocer sin perderse. Bastará con tener en cuenta que aquí manda la herencia británica, y aún se conduce con el volante a la izquierda, una curiosidad “retro” en la modernísima Australia.
El corazón de la Sydney turística late en torno de The Rocks y Circular Quay, en cuyas callecitas estrechas y pasajes sin salida abundan restaurantes, pubs y negocios que dejan muy atrás los tiempos en que este sector de la ciudad era el hogar de los trabajadores de los docks y los estibadores. Naturalmente, es el lugar ideal para organizar durante la noche el Rocks Ghost Tour, con historias macabras, de terror y fantasmas, pero durante el día todo es encanto, incluyendo el de los pubs más antiguos de Sydney (Fortune of War, Lord Nelson, Hero of Waterloo, Orient) y el mercado –variopinto y concurrido– que funciona aquí durante los fines de semana.
Basta caminar unos minutos para encontrarse en el centro comercial de Sydney, muy cerca de Circular Quay, donde se concentran los sitios históricos, los museos, y todo lo que crea el aire cosmopolita de la “capital turística” australiana. Y desde Circular Quay también hay pocos pasos hasta las grandes atracciones de Sydney: el Harbour Bridge, inaugurado en 1932, y la Opera House, inaugurada en 1973.
El Harbour Bridge, con su espectacular arco de acero sobre el puerto, es conocido en todo el mundo porque allí se arrojan los fuegos artificiales con que Sydney festeja la llegada del Año Nuevo (mientras en los pilares se refleja la cuenta regresiva hasta la medianoche). Con sus 134 metros de altura sobre el nivel del agua, sólo los más valientes se animan a escalarlo, en una de las excursiones “de aventura” que se pueden hacer sin salir de la ciudad... Esta original escalada, que dura en total tres horas y media (y no permite llevar siquiera una cámara de fotos, por cuestiones de equilibrio y seguridad) se puede hacer también de noche: más allá del vértigo, la espectacular vista sobre Sydney iluminada vale todo el esfuerzo.
LA OPERA DE SYDNEY El otro icono es la Opera House, una de las obras de arquitectura más audaces y emblemáticas del siglo XX, nacida en medio de polémicas pero consagrada para siempre como símbolo de la ciudad y de Australia toda. Las discusiones eternas que provocaron su diseño, su financiación y la lenta construcción se conservan en los archivos pero se perdieron en las memorias: lo que queda es su espléndida silueta blanca, como las velas desplegadas de una nave, sobre la Bahía de Sydney. “El sol no sabía qué hermosa era su luz hasta que fue reflejada por este edificio”, se cuenta que dijo el arquitecto Louis Kahn. Otro arquitecto, el danés Jorn Utzon, fue el responsable del proyecto, concebido a partir de los años ’50, cuando Australia todavía era un país esencialmente de cultura campesina, renovado con la sangre de millones de inmigrantes y dispuesto a emplear la energía suficiente para convertirse en una de las primeras naciones del globo. Fue el entonces premier Cahill quien anunció el proyecto de construcción de la Opera y el emplazamiento elegido: Bennelong Point, sobre la bahía de Sydney. El gobierno decidió no escatimar en el llamado: el edificio destinado a ganar el concurso internacional debía tener dos salas, una de gran capacidad para ópera, ballet y conciertos, y otra más pequeña para música de cámara, además de todas las instalaciones complementarias necesarias, salas de ensayo, foyer y restaurante. El anuncio del ganador fue en 1957: con sorprendente visión, el jurado declaró que “los dibujos de Utzon son simples hasta el punto de ser esquemáticos. Sin embargo, después de volver una y otra vez sobre ellos, estamos convencidos de que presentan el concepto de una Opera que puede convertirse en uno de los grandes edificios del mundo. Consideramos que este esquema es el más original y creativo de los presentados. Por su propia originalidad es, claramente, un diseño controvertido. Pero de todos modos estamos absolutamente convencidos de sus méritos”. El jurado no se equivocó: ni en la originalidad del diseño, ni en las controversias que provocaría. La construcción duró mucho más de lo previsto, las críticas arreciaron y Utzon, que había concebido la Opera como un regalo a Australia, terminó obligado a dejar el país cuando el edificio aún no estaba terminado. Ese edificio que había soñado inspirándose en la silueta de Elsinor, el castillo de la costa danesa donde se dice que vivió Hamlet, y que completó inspirándose también en las finas líneas de las obras del finlandés Alvar Aalto. Por entonces, los “sydnesiders” tenían a la Opera en el ojo de una tormenta política, entre acusaciones políticas cruzadas, y estaban lejos de imaginar que la Opera se convertiría en su embajadora en el mundo. Acorralado por el gobierno conservador de Robert Askin, que había sucedido a 24 años de laborismo y convirtió al proyecto en el gran blanco de sus ataques, Utzon tuvo que irse y dejar la obra en manos del australiano Peter Hall. Los cortes de presupuesto obligaron a modificar el proyecto interior, pero al menos la espléndida cúpula de techos abovedados, planos esféricos derivados de una esfera única como los gajos de una naranja, quedó tal como el arquitecto danés lo había soñado. Hoy no se concibe Sydney sin su Opera House, con su luz fascinante desde el amanecer hasta la noche, como un barco que recién parte hacia el descubrimiento de nuevos mundos en la geografía y en el arte.
DARLING HARBOUR El recorrido costero de Sydney no está completo sin Darling Harbour, la zona más comercial, donde las boutiques se codean con los restaurantes y los turistas y locales se reúnen para toda clase de eventos y actividades culturales (además de tomar desde aquí los cruceros por el puerto que permiten divisar el Harbour Bridge y la Opera House desde el agua, algo que no hay que perderse en una visita). En esta época, la Navidad empieza a invadir Darling Harbour tanto como los demás rincones de Sydney: para quien viene del Hemisferio Sur, no será nada desconcertante vivirla con intenso calor, pero para los turistas del Hemisferio Norte este detalle sin duda añade curiosidad al exotismo de Sydney. Muy pronto, en los primeros días de diciembre, se hará la ceremonia de encendido de un gigantesco árbol navideño, con más de 56.000 luces, confirmando la vocación australiana de hacer todo como su geografía: a lo grande.
En Darling Harbour también hay lugar para conocer uno de los grandes motivos de la visita a Australia: la fauna. Por un lado está el Aquarium, que recrea la vida en la Gran Barrera de Coral, sobre la costa tropical del noreste, y por otro el Sydney Wildlife World, que permite conocer más de nueve hábitats y cien especies de animales diferentes, desde los canguros hasta los koalas, sin olvidar equidnas, demonios de Tasmania y ornitorrincos, entre otras curiosidades de la isla-continente. Luego habrá tiempo para conocer alguna reserva fuera de la ciudad, pero entretanto ésta es una excelente primera aproximación a la magnífica fauna australiana, con la posibilidad incluso de participar a la hora de alimentar a los animales.
Finalmente, la bahía de Sydney se puede conocer de una manera original a través de los Cruceros en el Bounty que parten de The Rocks: en un auténtico viaje en el tiempo, es posible subirse a una perfecta réplica de la célebre embarcación para cenar y disfrutar la vista, atendido por personajes que recrean el ambiente y las situaciones que se conocieron en el barco original. Sin motines, afortunadamente, ya que el barco llega a buen puerto después de un par de horas de navegación, dejando para el recuerdo bellísimas vistas nocturnas del Harbour Bridge y la Opera.
La isla-continente está dando que hablar: esta semana fue en Sydney el estreno mundial de Australia, una película épica que pone en pantalla a las máximas estrellas del cine local –Nicole Kidman y Hugh Jackman– en una historia destinada a potenciar y difundir en todo el mundo la belleza de sus escenarios naturales en el norte y el este del país. Además se anunció la reanudación de los vuelos directos non-stop entre Buenos Aires y Sydney a través de Qantas, la aerolínea del canguro, a partir del 24 de noviembre.
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