MENDOZA > CABALGATA EN EL VALLE DE LAS LEñAS
Tres días en las entrañas de la cordillera andina con el sorprendente servicio de un “hotel” a cielo abierto. El Lodge de Alta Montaña propone una cabalgata que atraviesa espectaculares paisajes donde la naturaleza, la aventura y el confort se unen a la perfección.
› Por Pablo Donadio
A veces cuesta creerlo, pero es real. Ese paisaje con picos de nieves eternas, sus lagos y ríos, y esos verdes que se encienden en verano y son alimento de cabritos y vacas equilibristas en las laderas, están ahí de veras. Y es una suerte poder disfrutarlo así, en vivo. Las Leñas y su complejo han sabido sacarle el jugo a un espacio que durante años sólo se usaba para esos meses donde el glamour de la nieve era el que mandaba. Hoy ya no es así, y en los meses de enero y febrero, bajo ese sol característico del verano mendocino, su valle se transforma en un paraíso estival, con algunas actividades que desafían la vida que uno lleva en otro sitio.
Esa postal irrepetible de la Cordillera de los Andes se presenta de manera inigualable en una expedición a caballo con muchos condimentos naturales y donde no falta el confort: el Lodge de Alta Montaña.
AHI MISMO Un puntito ínfimo ante tamaño escenario. Eso siente ser cada participante al ver el tamaño de montañas, rocas, cortaderas, mallines o precipicios, ni bien se arranca el camino. Porque la experiencia de una travesía a caballo con mucha aventura y emoción se realiza a más de 2400 metros sobre el nivel del mar y está a la altura de propuestas turísticas únicas de todo el mundo, como el Hôtel de Glace, una construcción de hielo ubicada cerca de Québec, Canadá; el hotel de piedra de la reserva Kagga–Kamma en el Kalahari sudafricano, o el hotel de bloques de sal en el desierto del salar de Uyuni, en Bolivia. Hoy, la excursión-travesía se ha transformado en un clásico de la temporada estival y sólo se suspende cuando las condiciones climáticas de la alta montaña, y los sitios inhóspitos a los que se llega, así lo demandan. A este encanto de los quiebres andinos se le suman actividades múltiples guiadas por baqueanos de la zona, y cada parada es una verdadera invitación de sabores: chivo, cordero, trucha y otros platos preparados por las manos de los mejores cocineros, se degustan en una mesa con vajilla, a los pies de la espléndida laguna, actual escenario del buceo de altura.
SURCANDO MONTAÑAS La cabalgata arranca en la base del complejo invernal (ahora devenido en un completo club de montaña), camino a Valle Hermoso y sectores bordeantes. Es el inicio de un recorrido al que sólo unos pocos privilegiados acceden y que muchos verán nada más que en fotografías. Tres días con la mejor atención, un excelente itinerario de viaje y todo el tiempo del mundo para hacer las paces con el espíritu aventurero: ésa es la propuesta.
Hechas las reservas y llegados al valle, los guías dan la bienvenida y algunas recomendaciones para que jinetes, baqueanos y anfitriones se alcen con alforjas, equipaje y demás víveres al mando de los caballos. Allí se parte, con algunas sonrisas que esconden un poco el nerviosismo, mientras las cámaras de fotos y los chistes entre amigos van soltando de a poco la ansiedad. La primera emoción llega a la hora de cruzar el río Grande, un curso de agua de poco más de un metro de profundidad y casi 30 de ancho, una prueba frecuente para muchos habitantes de la zona. Para los inexpertos, en cambio, ésta es la primera sensación de que la cosa va en serio. Allí se guardan las pertenencias, se endurecen los rostros y se toman fuerte las riendas, hasta que los caballos se afirman en el lecho rocoso del río y un respiro deja atrás las dudas y suelta el ansiado alivio. Una vez que se está del otro lado, la cordillera se ha vuelto aún más hermosa. A partir de aquí, el paisaje no deja de llamar la atención con sus picos, ríos y arroyos, caminos de cornisa, colores y horizontes blancos, que hablan de un pasado geológico, arqueológico y natural presente en cada rincón. Camino arriba, y tras un mallín sobre el arroyo Las Cargas, la increíble mesa con sillas, servida con manteles, servilletas de algodón, platos de loza y copas de cristal, deja atónitos a todos. Es el primer reducto donde el chef aguarda con un delicioso chivo malargüino, con trucha o brochettes a la parrilla (depende de cada viaje) además de ensaladas, panes caseros y el infaltable y exquisito malbec, cultivado en tierras cercanas. Se detiene el reloj y entonces es momento para disfrutar, descansar y cargar las pilas.
TELON DE ESTRELLAS Cuando concluye el almuerzo, los protagonistas brindan por el primer tramo y preguntan qué es lo que vendrá. Los guías no sueltan prenda y en cambio dan la señal para que el viaje siga. Un par de horas más en la montaña darán la pauta de los pasos a seguir, de cómo tomar las bajadas (pese a que cada caballo es muy dócil y conoce en gran parte el recorrido), subidas y cuándo frenar. Lo que vendrá es no menos deslumbrante: la llegada a Valle Hermoso implica encontrarse con el campamento base plagado de carpas de siete metros de largo por cuatro de ancho, que aguardan a los pasajeros con camas con sábanas, frazadas, mullidas almohadas, un sillón de ratán, alfombra y una mesita de luz... ¡con luz! Una suerte de hogar perdido en un museo a cielo abierto. A partir de ese momento todas las miradas van hacia la laguna, donde el baño es una invitación más que tentadora. Al salir, unas batas y reposeras esperan “afuera”, junto con algún pancito de campo, mate y té, servidos a escasos metros de la orilla. El tiempo y la lectura pasan rápido, y ya es momento del fogón, donde al sonido de la guitarra se anticipan las tareas para otro día pleno de sorpresas. La noche cae y el día se acaba, ante un manto de estrellas que son las protagonistas hasta que el sueño venza al cuerpo: miles y millones de puntos iluminan el cielo como en ningún otro sitio. Cuando el sueño es irremediable, un baño con agua caliente (que nace de los tanques llevados especialmente hasta allí, como el resto de las provisiones y la infraestructura) se volverá reparador y dará paso a la carpa individual, con calefacción y un súper colchón.
Al alumbrar el día, la emoción hace que hasta el más vago ponga primera y se sume a la mateada mañanera. El resto de la jornada es otra invitación a descubrir un mundo distinto, donde las zonas inexploradas y el relato de los guías explican cómo fue esa tierra cuando estuvo debajo del océano. Momentos de asombro y alegría llegan con el paso de los minutos e invaden a los participantes hasta la noche siguiente y el irremediable aviso de dar la vuelta. Es tiempo de vivir con un poco más de soltura aquellos tramos de riesgo del principio, así como algún camino alternativo que se prepara especialmente para el regreso. Después, los techos colorados del complejo se dejan ver y un extraño sentimiento de alegría y nostalgia da la pauta del regreso: la sensación de haber vivido una experiencia que se querrá repetir.
En avión, Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com.ar) vuela cuatro veces a la semana a San Rafael, con un precio promedio de $ 950 ida y vuelta.
En ómnibus, varias compañías salen desde la Terminal de Retiro (www.tebasa.com.ar, 011-4310-0700), y sus conexiones en Zona Sur, Norte y Oeste, para un viaje que dura 13 horas y unos $ 200 promedio. En ambos casos se toman desde San Rafael combis hasta el valle (tres horas más, y unos $ 50).
En auto son 12 horas, y se parte de Buenos Aires para un trayecto de 1200 kilómetros por la Ruta 7 hasta Junín, luego la 188 hasta Alvear, la 143 hasta San Rafael, la 144 hasta El Sosneado y finalmente la 222 hasta Malargüe, donde se toma la ruta ascendente a Las Leñas.
Recomendaciones: Llevar ropa para frío y calor, buen calzado, protección y anteojos para el sol. No olvidar la cámara de fotos.
Más información: Valle de las Leñas, reservas al (011) 4819-6060, [email protected]
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