SAN JUAN > LA ERMITA DE LA DIFUNTA CORREA
Es la sede del culto pagano más difundido del país, en la localidad de Vallecitos. Un santuario con millares de insólitas ofrendas que van desde un pingüino embalsamado hasta un Ford T, los guantes de Nicolino Locche y el disco de oro de Adrián y los Dados Negros.
› Por Julián Varsavsky
Al arquero Danielle Tazza le costó mucho llegar a jugar en el equipo Termana de Italia –acaso el momento cumbre de su carrera–, y por eso le ofrendó una camiseta a la Difunta Correa. Por razones similares, Nicolino Locche dejó allí su par de guantes y Monzón unos pantalones cortos. El cantante de Adrián y los Dados Negros alcanzó su mayor gloria personal con un disco de oro –gracias a la finada Correa, aparentemente–, así que en el santuario está su disco dorado. Y un señor que no hizo público su nombre parece haber alcanzado la cumbre de su felicidad en un viaje a Egipto y por eso trajo una cartelera de papel donde pegó sus fotos abrazado a su mujer en Abu Simbel y las pirámides de Gizeh. Así funciona la lógica de los pedidos en el santuario de la Difunta Correa, ubicado a la vera de la Ruta 141 en la localidad de Vallecitos, 60 kilómetros al este de la capital de San Juan.
Los que piden una casa y la obtienen no dejan fotos o una puerta sino una réplica en miniatura, una casita. Por eso, mientras uno asciende por la larga escalinata techada que conduce a la ermita levantada en el lugar del milagro –entre gente que sube los escalones de rodillas– vemos a los costados centenares de casitas colocadas sobre la roca de la montaña, una de ellas construida con palitos de helado.
Los camioneros hacen lo mismo con camioncitos de juguete cuando obtienen su primer camión, y por lo visto una tradición ya abandonada es la de las personas que, al obtener un auto muy deseado, esperaban a que éste quedara en desuso y lo traían completo a morir al santuario, donde todavía se pueden ver un Mercedes-Benz del ’53, un Ford T, un Ford A con un karting que alguien dejó sobre su techo, un BMW de los ochenta y varias motos muy antiguas.
RAMOS GENERALES Al pie del santuario de la Difunta Correa hay trece capillas que fueron surgiendo como donación, que es donde se deja la mayoría de las ofrendas a esta santa no reconocida por la Iglesia Católica. Las paredes exteriores de las capillas están cubiertas hasta el último centímetro con chapitas agradeciendo milagros. Y en el interior rebozan de ofrendas hasta el techo.
Las capillas están divididas, con relativa coherencia, por ramo. Por ejemplo, una de las capillas está dedicada claramente –aunque no de manera exclusiva– al deporte. Su interior es una profusión barroca de trofeos de campeón –uno de tres pisos dice “Washington 2007”–, medallas de natación, banderas de clubes de barrio, botines de goleador.
En la capilla del transporte están, además de los camioncitos, numerosos autitos, licencias de conducir e incluso fotos de autos recortadas de un folleto que son evidentemente un pedido por cumplir.
Conseguir un novio para casarse no es tarea sencilla de lograr en los tiempos que corren. Por eso unas 5000 afortunadas donaron sus vestidos blancos que cuelgan de perchas hasta abarrotar la capilla de las novias.
Entre las capillas hay varias que son verdaderos cambalaches donde, por ejemplo, en una especie de rincón musical está el disco de oro de Adrián y los Dados Negros compartiendo repisas con contrabajos cubiertos de polvo, mandolinas, arpas, guitarras apiladas con las cuerdas retorcidas, quenas andinas, violines y también una bomba de agua. A unos metros, en la misma capilla, hubo quien dejó a su caniche blanco embalsamado y a un costado hay una estatuilla de San Ceferino –futuro santo– y al otro una foto de El Potro Rodrigo, ¿futuro santo? En esta capilla el lugar dedicado al deporte es un rincón donde se apilan botas de esquí, raquetas de tenis sin encordado, paletas, bochas, bolas de bowling y bastones de hockey, esquí y golf. Y más allá, una máquina Polaroid y un par de boleadoras.
La capilla asignada a las Fuerzas de Seguridad está llena de gorras de policía y de marinos apiladas al tun tun, avioncitos, chaquetas blancas e insignias de cabo y sargento. Una capilla menor está dedicada a Jesucristo, cuya imagen se reproduce hasta el infinito en todas las formas, tamaños y soportes posibles.
Afuera del santuario prolifera el inevitable merchandising de llaveros, cruces, bombos, mates, imágenes de Ceferino Namuncurá y el Gauchito Gil, pelotas de Boca, Difuntas para colgar en el espejito del auto y estar protegidos, piedras con poderes. A un costado de ese mercado se estacionan autos y caballos.
EL MILAGRO El lugar donde Deolinda Correa habría muerto de sed perdida en la montaña a mediados del siglo XIX, está en lo alto de un cerrito al que se sube por las escalinatas. En ese lugar se dice que la encontraron muerta, amamantando a su bebé todavía con vida. La historia completa cuenta que había partido desesperada por el desierto en busca de su marido reclutado a la fuerza por los Unitarios para pelear contra los Federales en La Rioja.
Sobre el cerro hay una especie de ermita con una imagen de la Difunta vestida de rojo, con un pecho al aire y su bebé tomando leche envuelto en una túnica azul. A un costado hay una estatuilla de la neoyorquina La Libertad que alguien colocó al lado de una Virgen María de similar tamaño, acaso una asociación libre entre los dos iconos. Y a la derecha del lugar milagroso hay centenares de botellas de plástico llenas de agua porque, según la tradición, hay que llevárselas a la moribunda para que cumpla los deseos, además de prenderle velas.
La Difunta Correa tiene también su sitio web oficial (www.visitedifuntacorrea.com.ar) donde se le dejan mensajes y pedidos. Susana le pide “que me traigas a mi amor Martín”. Patricia le dice “ayudame en cituación esonómica y centimental” (sic). Paulo promete que “cuando esté conmigo te iré a ver”. Ansioso, Paulo posteó un segundo mensaje diciéndole “por favor te lo ruego, no me lo demores más tiempo, que regrese a mí rápido”. Doña Lucy, por su parte, desea “que mi hijo estudie y que esa chica que lo acosa lo deje en paz”.
En el sitio web se pueden ver también videos de los promesantes: una madre que sube reptando de espaldas por los rugosos escalones, con una nena de tres años acostada encima –¿recién curada?–, lloriqueando ante semejante situación. En otro video un hombre se pela las rodillas subiendo con su bicicleta cargada en la espalda, arrodillado, naturalmente. Y en otro se ven las largas caravanas de gauchos a caballo que llegan por la ruta para la Semana Santa.
En el blog de noticias del sitio web un argentino que vive en la provincia española de Málaga cuenta que “en la localidad de Nerja, a orillas del Mediterráneo y a 15 mil kilómetros de Vallecitos, un sanjuanino trajo la imagen de la Difunta Correa y levantó un santuario que es lugar de peregrinación constante para muchos argentinos radicados aquí en España”.
Por último, la web de la Difunta Correa tiene un sector para hacer donaciones por Internet donde se aceptan las tarjetas Visa, American Express y MasterCard, o se puede optar por los sistemas de Pago Fácil, Rapipago o Bapropagos.
HISTORIAS MILAGROSAS En las capillas de la Difunta Correa uno podría pasarse horas imaginándose la historia perdida que hay detrás de cada objeto. ¿Un piano eléctrico donde se tocó jazz, cumbia, bolero o Chopin? ¿Un traje de Nélida Lobato que usó el día de su despedida de las tablas? ¿Un trofeo ganado por un penal mal cobrado? ¿Cuántas muertes estarán debiendo las decenas de facones, revólveres, escopetas y espadas que aguardan en los armarios para volver a la acción?
Solamente en Semana Santa, pasan cada día por este santuario unas 30.000 personas con otras tantas historias detrás, de pedidos y agradecimientos. Recopilarlas sería una tarea infinita, tanto como la de ponerle un orden y un límite a este desopilante santuario pagano en homenaje a la Difunta Correa, una santa fuera del panteón.
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