Dom 03.05.2009
turismo

PERU > POR EL VALLE SAGRADO, DE PISAC A OLLANTAYTAMBO

Con linaje inca

Un viaje por los pueblos de origen incaico del Valle Sagrado, recorriendo coloridos mercados, monumentales fortalezas y templos del sol, entre andenes de cultivo y viejas necrópolis. De Pisac a Ollantaytambo, la Cordillera de los Andes en su máximo esplendor.

› Por Julián Varsavsky

Casi toda cultura, a lo largo de la historia, sacraliza el lugar que remite a su origen, donde por obra de un profeta, un dios o un fundador, comenzó todo. Por eso el Valle Sagrado de los Incas es tal, evocando un mito de origen generado 25 kilómetros al sudeste de la ciudad de Cusco, en lo alto de la montaña Tampu Toco. Allí, cerca del pueblo de Ollantaytambo –según los relatos recopilados por los cronistas de la conquista– estaba el Paccari-tambo, la morada de piedra del dios Wiracocha, de la cual brotaron las primeras generaciones del que sería el imperio más grande que tuvo América. Por la puerta central de esa morada salieron los jefes máximos –cuatro hermanos casados con sus cuatro hermanas– y por las dos laterales los diez clanes originarios o ayllus que fundarían el Cusco, futura sede del Imperio Inca.

El Valle Sagrado de los Incas va desde el pueblo de Pisac hasta otro llamado Ollantaytambo, siguiendo los caracoleos del río Vilcanota. En el camino se visitan coloridos mercados y otros pueblitos levantados al pie de construcciones incas en la montaña, que certifican la existencia de esos pueblos desde antes de la conquista. En Pisac, Chincheros, Urubamba, Ollantaytambo... todavía hay casas con los cimientos de piedra de una casa inca, habitadas por familias quechuas y por los fantasmas de acaso varias decenas de generaciones. Y entre pueblo y pueblo se ven los paisajes de los Andes peruanos en su máximo esplendor, andenes de cultivo a veces milenarios que trepan los abismos como jardines colgantes, fértiles plantaciones con el mejor maíz que se produce en el mundo y montañas nevadas cuyas alturas eran –en la cultura inca– el lugar por excelencia de los dioses.

HACIA PISAC El viaje hacia el Valle Sagrado de los Incas se puede comenzar con rumbo norte desde la plaza de Armas del Cusco –o Huacaypata en tiempos incas–, por uno de los cuatro caminos troncales que daban origen desde sus esquinas al Cápac Ñan, esa red vial de 23 mil kilómetros por donde fluía el poder del imperio, abarcando las actuales repúblicas de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia y Perú. En este caso partimos por el camino que conducía al Chinchaysuyu, la región norte de las cuatro en que se dividía políticamente el imperio.

En las afueras de Cusco, junto a la ruta, se suceden casas de adobe rodeadas por cuadrículas de cultivo muy verdes. Y aparecen las primeras “mamitas” de pollera larga y sombrero negro, sentadas en el piso vendiendo flores y verduras, friendo comida a la sartén o simplemente conversando entre ellas. Recién a los 31 kilómetros de viaje, en el pueblo de Pisac, se ingresa en el Valle Sagrado, que continúa con rumbo oeste.

El pueblo de Pisac es famoso por su mercado y por sus ruinas incas. El mercado ocupa la totalidad de la Plaza de Armas colonial, abarrotada de puestos sostenidos con palos y lonas blancas como techo. Tiene los pros y los contras de haber sido creado para el turismo, y ofrece tapices y piezas de cerámica de muy buena calidad, quenas y charangos, tableros de ajedrez que enfrentan a incas contra españoles, chombas de alpaca, llamitas de madera y mil artesanías más.

El perfil más interesante de Pisac son sus ruinas en lo alto de un cerro, a las que se puede llegar caminando en una hora y media o en taxi, para después bajar a pie por un camino inca que atraviesa los restos arqueológicos de un barrio llamado Quanchisraquay, la gigantesca necrópolis de Hanan Pisac y un Intihuatana o calendario solar. Y en todo su alrededor se despliega una sofisticada red de cultivos en terrazas, la solución que los agrónomos incas idearon para plantar en pendientes con 45 grados de inclinación.

FORTALEZA INCA Camino a Ollantaytambo se puede almorzar en alguna picantería o una pollería del pueblo de Urubamba, también de origen incaico y con una iglesia colonial, estrechas callecitas y viviendas de adobe con tejas rojas. Quienes exploran un poco más a fondo el Valle Sagrado suelen dormir aquí aprovechando la variedad de hoteles de diversas categorías que hay en Urubamba, y al día siguiente siguen camino hacia Ollantaytambo.

El pueblo más occidental del Valle Sagrado es Ollantaytambo, acaso el más interesante de todos por ser el único que se conservó habitado de manera interrumpida desde tiempos del incanato, respetando rigurosamente el plano inca de las calles, así como algunos muros y los cimientos prehispánicos en las casas coloniales. A algunas de esas casas se accede por un portal inca dintelado que conduce a patios internos de gran belleza. Y en los bloques laterales de esos dinteles todavía se pueden ver las cavidades por donde se accionaban, con un sistema de cuerdas y palos, las pesadas puertas de piedra de las casas. En las calles se conserva también la acequia originaria para llevar agua al pueblo.

La construcción más impactante de Ollantaytambo es una fortaleza que domina todo el valle desde lo alto de una escarpada montaña, considerada una obra cumbre de la ingeniería incaica. Se trata de un tambo –“el tambo de Ollantay”, un guerrero que conquistó la provincia del Chinchaysuyo para el imperio–, que era en verdad una ciudad con capacidad para albergar a miles de personas en un lugar seguro.

A la fortaleza se ingresa desde el pie de un escarpado cerro por la puerta Punku-Punku, subiendo por una empinada escalinata tallada en la piedra con factura perfecta y doble jamba imperial. Al llegar a lo alto de Ollantaytambo se descubre un templo principal dedicado al sol, con enormes bloques de granito rosado que pesan 50 toneladas, perfectamente ensamblados con otras piedras.

Este tambo sirvió para albergar a la nobleza inca, mientras que los andenes de alrededor eran trabajados por los yanaconas, sirvientes del emperador. Cuando Pizarro conquistó el Cusco, el líder de la resistencia Manco Inca Yupanqui se hizo fuerte en Ollantaytambo. Y en el vecino llano de Mascabamba ese inca derrotó a una avanzada española. De todas formas, el rebelde consideró inviable permanecer en una fortaleza tan cercana al Cusco y se retiró a los bosques de Vilcabamba. Entonces, los pobladores de Ollantaytambo fueron asignados en encomienda a Hernando Pizarro y el pueblo comenzó a adquirir su configuración actual, que ha cambiado muy poco desde la Colonia.

CHINCHEROS Camino de regreso al Cusco, la última parada importante en el valle es el pueblo de Chincheros. El aspecto más interesante de este pueblo –también de origen incaico–, es su mercado dominical, que a diferencia del de Pisac no es –por ahora–, exclusivo para el turismo. Aquí muchos integrantes de las comunidades aborígenes comercian entre sí recurriendo a veces al método de intercambio inca: el trueque. No es lo normal, desde ya, pero todavía se puede cambiar una bolsa de hojas de coca por un bloque de sal o por unos kilos de habas o maíz. El mercado está en la plaza principal, en cuyo extremo hay un muro inca con nichos trapezoidales que se cree albergaron momias de nobles gobernantes. Y justo enfrente hay una iglesia terminada en 1607 sobre los cimientos de un gran palacio inca.

La zona de Chincheros fue hasta la conquista una hacienda real del Inca Tupac Yupanqui. Más adelante el pueblo fue incendiado por Manco Inca Yupanqui en su huida a Ollantaytambo, para evitar dejarles a sus perseguidores hospedaje y comida.

Frente a la plaza de Chincheros hay un busto en memoria de Mateo García Pumakawa Chiwant’ito, un personaje cuya historia representa una de las tantas tragedias ocasionadas por la conquista española. Pumakawa, quien nació en la casa con arcos de medio punto que está frente a su busto, fue un cacique local que se integró como brigadier al ejército español y luchó contra la rebelión de Túpac Amaru II en 1781. Y para celebrar la victoria sobre los rebeldes –en la cual tuvo un papel destacado–, Pumakawa hizo pintar unos frescos alusivos que todavía se pueden ver sobre la puerta de la iglesia de Chincheros. En los dibujos el cacique tiene la forma de un puma en actitud de lucha, y Túpac Amaru II la de una serpiente-dragón que simboliza “el caos y el desorden”. Pero en su vejez Pumakawa parece haber tenido cargos de conciencia y se unió a la lucha de varios líderes indígenas y criollos liberales contra la corona, quienes terminaron derrotados. Como consecuencia, Pumakawa fue decapitado bajo un arco de medio punto similar a los de su casa natal, en el pueblo de Sicuani en 1814.

CULTURA VIVA Al visitar Perú muchas veces predomina la idea de que básicamente se viaja para visitar ruinas muy antiguas, es decir, los restos de una cultura remota que ya no existe. Lo cual es una verdad a medias –para ser exactos–, porque los habitantes de esos pueblitos del Valle Sagrado son descendientes directos de aquellos incas. Ahora tienen otra religión –impuesta por la fuerza–, costumbres diferentes, otras tecnologías y nuevas relaciones de producción.

En el Valle Sagrado de los Incas se ven los restos pero al mismo tiempo la prolongación de esa antigua cultura, tan fuerte y arraigada que más de 500 años de conquista no la terminaron de doblegar. En el valle muchos campesinos todavía mantienen la práctica del trueque y técnicas de cultivo milenarias para producir, por ejemplo, más de un centenar de variedades de maíz. Sus habitantes, casi todos los días, recorren exactamente los mismos caminos del Cápac Ñan, los que vienen pisando sus antepasados desde hace siglos. Algunos de esos caminos están asfaltados y otros, increíblemente, aun con sus lajas originales. Y alcanza con mirar a esas personas a los ojos para ver que son los mismos de siempre, viviendo en las mismas casas, con otra ropa, en otro tiempo. Pero son ellos –casi sin mestizaje–, los incas.

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