ITALIA > DEL MEDIOEVO AL RENACIMIENTO
Olivares, viñedos, cipreses y colinas modelan el paisaje de la Toscana, donde los colores inspiran el arte y donde nació la lengua italiana. Partiendo de Laticastelli, un antiguo castillo del siglo XIII y su borgo, se pueden recorrer hoy Florencia, Siena y San Gimignano.
› Por Graciela Cutuli
La luz y el sol de la Toscana son sin duda especiales. Una atmósfera única envuelve los paisajes ondulados de esta región del centro de Italia, como si los pasara a través de un tamiz que hace más difusos los contornos y más suaves las tonalidades: las colinas se funden poco a poco con el cielo, coronadas de cipreses y, en la cima de las más altas, pequeños pueblos fortificados dominan un horizonte entre verdoso y dorado. Algo mágico, intangible, se desprende de las viejas piedras y contagia a los visitantes. Y desde lejos, parecen llegar las musicales tonalidades de la lengua de Dante, que alguna vez recorrió estos caminos inspiradores de su largo viaje desde el Infierno al Paraíso.
En el corazón de esta región, se puede emprender un viaje encantado hacia Florencia, Siena y San Gimignano, entre otras ciudades cercanas, partiendo de Laticastelli, a 22 kilómetros de Siena. Antiguo castillo fortificado del siglo XIII, cuando Italia estaba fragmentada en decenas de repúblicas, ducados y ciudades independientes, Laticastelli fue destruido por los florentinos y luego reconstruido, bajo la forma de una extensa propiedad con bodegas: a esta reconstrucción siguieron años de bonanza económica, que transformaron al antiguo castillo en un borgo, un pueblo pequeño con su propio gobierno. Siglos después, el lugar fue transformado en una suerte de pueblo-hotel que conserva toda la atmósfera medieval y está rodeado de espléndidos viñedos y olivares, donde es posible internarse para una caminata tranquila en busca de los colores de la Toscana. La vista desde Laticastelli se despliega hacia un horizonte idílico y recuerda las palabras de Saramago: “Miro el paisaje de la Toscana, ese campo que no puede ser puesto en palabras, porque de nada serviría escribir: ‘colinas, color azul y verde, setos, cipreses, paz, horizontes difusos’”.
Laticastelli está situado en un lugar estratégico: muy cerca, la autopista que va de Siena a Perugia permite ir recorriendo algunas de las más tradicionales y bellas ciudades de la Toscana y de Umbria. Entre ellas San Gimignano, con sus catorce torres de piedra erizadas sobre una colina, es una reliquia medieval totalmente amurallada de donde salían en tiempos antiguos las peregrinaciones que iban hacia Roma, en busca de indulgencias y perdón papal: como entonces, hoy también sólo cinco puertas permiten penetrar los muros para descubrirla. Siglos atrás, el secreto del tinte del azafrán y la producción agrícola hicieron rica a la ciudad y sobre todo al puñado de familias que, rivalizando en poder y ostentación, competían entre sí para construir la torre más alta: eran los tiempos en que pasaba por aquí Dante Alighieri, como embajador güelfo en Toscana, y también aquellos en que la peste negra destruía a Europa. Desde entonces, sometida a Florencia, San Gimignano pasó a segundo plano: fueron el Romanticismo del siglo XIX y los viajeros que acudían a Italia desde el norte de Europa quienes la rescataron del olvido y la pusieron nuevamente en el mapa de las más bellas ciudades medievales.
Antes de reanudar la ruta, bien vale un alto para gozar de la buena mesa a la italiana. Esta tierra generosa es famosa por las bruschettas (rústicas tostadas de pan de campo con tomate), por los antipasti con jamón crudo, las pastas caseras y la bistecca alla florentina: buenas opciones para completar un primo, secondo e terzo piatto, según manda la tradición regional. La bodega de Laticastelli además es famosa por sus vinos: los viñedos de la zona, madurados para un sol de excepcional dulzura, se transforman en el transparente Vernaccia di san Gimignano, el Nobile de Montepulciano, el Chianti clásico y el Brunello di Montalcino. Se los puede degustar y descubrir los secretos de su elaboración en las numerosas pequeñas bodegas que rodean Laticastelli y Rapolano Terme, otro pueblo cercano, al que se acude por los baños termales y los servicios de spa.
La ciudad junto al Arno fue la cuna del Renacimiento, en Italia y en Europa. La fuerza creadora de aquellos siglos extraordinarios la convirtieron en una verdadera joya de la arquitectura y el arte: premonitoriamente, los romanos la habían bautizado “Florentia”, la que florece. A pesar del movimiento constante, de la marca inevitable que pone la modernidad, en el centro histórico florentino es posible abstraerse y remontarse hacia los siglos en que los Medici gobernaban los destinos de la ciudad, mientras Leonardo rivalizaba con Miguel Angel y pintaba la sonrisa tenue de la Mona Lisa.
El paseo iniciático por Florencia debe recorrer la catedral, Santa Maria del Fiore, famosa por la gigantesca cúpula de 45 metros de diámetro diseñada por Brunelleschi y sus pisos de mármol policromo. Los mismos colores revisten el campanil de Giotto, ubicado a algunos metros del cuerpo principal de la iglesia, y separado también del baptisterio (de la misma forma, en la cercana Pisa están separadas la catedral, el baptisterio y el campanario, que es la famosa torre inclinada). En la Piazza della Signoria, la principal de la ciudad, se encuentra el Palazzo Vecchio –sede del municipio– y una réplica del David de Miguel Angel: la escultura original se conserva, protegida de la intemperie, en el interior de la Galería de la Academia. Pero sobre todo la Galeria degli Uffizi concentra una increíble colección de arte que va desde el Gótico hasta el siglo XVIII: como si se pasaran las páginas de un libro con las obras más famosas del Renacimiento, una a una aparecen sobre las paredes, iluminándolas con su belleza, la Primavera de Botticelli, el Nacimiento de Venus, la Sagrada Familia de Miguel Angel, los duques de Urbino de Piero della Francesca o el perfil angelical de la Virgen y el Niño, de Filippo Lippi. La escultura puede descubrirse, en cambio, en el Bargello, un museo establecido cerca de lo que fue una antigua prisión, no muy lejos de la Piazza della Signoria: aquí se puede conocer, por ejemplo, el David de Donatello, la escultura elegida como emblema de los premios principales del cine italiano.
Finalmente, no hay visita a Florencia sin el Ponte Vecchio. Siempre rodeado de turistas –y junto a ellos de una estela de vendedores ambulantes que proponen los recuerdos más variados y hasta bizarros–, es el puente más antiguo de la ciudad y estuvo tradicionalmente ocupado por tiendas de joyeros. Debajo pasan las aguas del Arno, que hizo la prosperidad de Florencia y aún hoy regala sus más hermosas y románticas vistas, sobre todo cuando las cúpulas, las plazas y el puente quedan envueltos en la luz dorada del atardecer toscano.
Tierra de Siena, tierra de Siena natural, tierra de Siena tostada... los pintores saben declinar en sus paletas los tonos que la naturaleza puso en Siena y sus alrededores con la maestría de un pincel divino: ocres, amarillos, marrones y naranjas forman un paisaje como salido de la imaginación de un artista y cautivan desde tiempos inmemoriales a todos los que tienen alguna sensibilidad por el color y el arte. Se cuenta que Siena fue establecida por los hijos de Remo, el mellizo de Rómulo, fundador de Roma: no es un azar que en toda la ciudad se puedan ver réplicas de la famosa loba que amamantó a los hermanos, según los orígenes míticos de la Ciudad Eterna. Su prosperidad, sin embargo, no llegó hasta fines de la Edad Media, de la mano del comercio de la lana, como la vecina Florencia, y de los préstamos de dinero (también como su vecina, donde se dice que de las transacciones realizadas en un simple banco público nacieron los actuales bancos). Los sieneses están orgullosos de tener el Monte dei Paschi, fundado en el siglo XV, que es el banco más antiguo del mundo aún en funcionamiento.
La Piazza del Campo y la catedral son testimonios de la riqueza de aquellos tiempos en que Siena rivalizaba con Florencia en riqueza y en arte, pero también en los conflictos güelfo-gibelinos que reflejó La Divina Comedia de Dante. El centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad, es de una armonía y belleza que sólo se puede ver en la Toscana: todos los años, se viste de gala para una fiesta especial y única, el Palio, que se realiza el 2 de julio (Palio di Provenzano) y el 16 de agosto (Palio dell’Assunta). El palio es en verdad una suerte de torneo o justa al estilo medieval, donde compiten los caballos representantes de cada uno de los distritos o contrade de la ciudad. Colorido, animado y brillante, el torneo es una de las grandes citas masivas del verano italiano, un pequeño viaje en el tiempo que permite sentirse exactamente en la Siena medieval. Si no se tiene la suerte de estar para la fecha, hay que intentar al menos visitar Siena un día de mercado, para disfrutar los aromas, colores y sabores de los frutos de la tierra toscana: una fiesta para los sentidos, como en todos los pequeños mercados que se realizan en otros pueblos de la región. Y otra forma, también, de acercarse a la Toscana cotidiana, más lejos de los monumentos y más cerca del acento regional, siempre bajo el mismo sol que ilumina desde Laticastelli a Florencia, San Gimignano y Siena con los colores de la naturaleza, la historia y el arte.
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