SANTIAGO DEL ESTERO > EL RIO DULCE
En lengua quechua, el río Dulce es el Mishki Mayu. Emblema de Santiago del Estero, su curso atraviesa tres etapas históricas de la región. Cuando sus aguas entran a la provincia no sólo forman bañados y alimentan su árida estepa; también han ido inundando las letras de coplas, vidalas y chacareras.
› Por Pablo Donadio
Por los montes de Santiago
corre una cinta plateada
y esos campos que atraviesa
parece que se adornaran.
Chacarera ribereña,
chacarera del río Dulce,
que no falte una guitarra
ni un buen criollo que te pulse.
(“Chacarera del Mishki Mayu”, Ey Paisano, Raly Barrionuevo)
“Y la luna en el lomo del río, con su espuma se pone a jugar, y una copla de antiguas vidalas, en la orilla ya se oye cantar”, cuenta una de las zambas que hace honor a su nombre. Y es que el Dulce sabe de añoranzas que acompañan su camino diario. Embravecido en su navegar, surca ciudades, pueblos y parajes, llevando mucho más que aguas desde su nacimiento montañoso en los límites de Salta y Tucumán. Pero es al entrar en Santiago del Estero, sobre todo, cuando su nombre se agiganta hasta transformarse en la insignia cultural de la provincia más antigua del país. Allí el agua es valorada como oro por la aridez que quiebra literalmente su suelo, castigado por la permanente sequedad y las altas temperaturas. Esa fértil visita al pago ha llevado a letras, ritmos y melodías que homenajean al Dulce desde tiempos remotos por ser el más importante afluente tanto a nivel económico como humano. Su recorrido da nacimiento al emblemático “grito marrón” de la chacarera, con historias de los lugareños en torno de sus bañados y esteros, que transforman al mítico Mishki Mayu en canción. Una y otra vez.
El río Dulce nace con el nombre de río Grande sobre uno de los límites de la provincia de Salta, con sus fuentes en las selváticas laderas orientales de las Cumbres Calchaquíes. Poco después toma rumbo sur e ingresa a Tucumán renombrado como Salí, y al pasar la capital San Miguel forma al norte el lago embalsado El Cadillal. Mientras, al sudeste, en la zona limítrofe con Santiago del Estero, derrama su caudal en el gran lago Hondo. Pero es una vez dentro de la ferviente provincia santiagueña donde su cinta plateada y fecundos humedales reciben el nombre por el cual es realmente conocido: Dulce. Ese término deriva de la lengua quechua Mishki Mayu (mishki: dulce; mayu, río), y lo une indefectiblemente a la historia. Allí arranca un recorrido caudaloso de 450 kilómetros, atravesando en diagonal poblados y ciudades emblemáticas como La Banda y llenando diques derivadores como Los Quiroga, una espectacular obra hídrica con capacidad para bañar 110 mil hectáreas. Hacia la región conocida como el Chaco santiagueño se realza su magnitud en numerosos esteros y bañados, algunos de ellos inundados artificialmente por represas. Al pasar la capital de la provincia, el Dulce divide un brazo hacia los lindes septentrionales de las salinas de Ambargasta, en donde las aguas se tornan saladas, por lo que ese brazo recibe el nombre de Saladillo. Tras la aventura, el ramal confluye nuevamente con el brazo principal en las cercanías de la población de Los Telares, otro emblema de las chacareras (“Camino a Telares”, del Dúo Santiagueño). Mientras tanto, su curso inferior se abre camino a Córdoba, donde recibe el nombre de Petri, tras haber mojado 13 departamentos santiagueños (Río Hondo, La Banda, Capital, Robles, Silípica, San Martín, Sarmiento, Loreto, Atamisqui, Avellaneda, Salavina, Mitre, Quebrachos y Rivadavia). Finalmente, y como indican los manuales de geografía, desembarca hacia el océano sobre la gran laguna salada de Mar Chiquita, transformado en uno de los humedales salinos más extensos de Sudamérica y el mundo, luego de 812 kilómetros de vida.
El Dulce reconoce tres etapas bien marcadas en el desarrollo poblacional de sus alrededores, que coinciden con el crecimiento de la provincia y el propio país a lo largo de la historia. La primera de ellas es la etapa indígena, donde fue un verdadero oasis para las sedientas comunidades originarias que lo coronaron como Mishki Mayu. Allí los nativos se establecieron sobre sus márgenes durante los siglos del período prehispánico. Tras la colonización, sus aguas fueron testigo de la fundación de la primera ciudad del territorio nacional: el 25 de julio de 1553, don Francisco de Aguirre estableció a orillas del Dulce la ciudad de Santiago, origen y centro de la conquista armada y religiosa en la región. El río fue un aliado estratégico de los largos viajes por caminos que bordeaban sus márgenes y unían el Alto Perú con el Río de la Plata, y desde aquellas épocas nacen cantos alusivos a su nombre. En la última de las etapas (desde la Independencia hasta hoy), el Dulce es reconocido como uno de los recursos más importantes para el desarrollo provincial, ya que junto al río Salado reparten sus caudales superficiales y subterráneos atenuando el déficit hídrico de decenas de poblaciones cercanas a sus cursos de agua. “Todas estas cuestiones hacen que el Dulce sea más que un río para el santiagueño. Es un manantial de vida y una pertenencia cultural expresada a través de la música y la danza como sentimiento e identidad”, afirma el arquitecto José Costas, de la Oficina de Cultura de la Casa de Santiago del Estero. Efectivamente, fruto de la amalgama entre los pobladores originarios y el espíritu español, ese tono vivo y pleno de talento que es el movimiento folklórico santiagueño, brilla en los estilos y danzas populares como la chacarera, el gato, la zamba o el escondido, donde el Dulce está permanentemente mencionado.
Espacio rico y natural si los hay, el río Dulce conserva una fisonomía agreste y poco alterada, con variados paisajes donde sus humedales naturales son el escenario ideal para salir a campo traviesa con caballos, vehículos 4x4 o bicicletas. A esta altura nadie discutiría la importancia del agua como recurso natural, pero fue durante la segunda mitad del siglo pasado cuando comenzó a ser apreciado por su abundante biodiversidad. Su trazado, que desemboca en el Atlántico a través de la laguna de Mar Chiquita, ha sido denominado sitio Ramsar para la ONU por la importancia de las aves migratorias transcontinentales que llegan a esas orillas. Pero, además del avistaje de aves y el safari fotográfico, el Dulce es también escenario fértil para la pesca: según las distintas zonas, pueden obtenerse excelentes ejemplares de bagres, sábalos y algún combativo dorado. Según los entendidos, cerca de la población de Villa Atamisqui la pesca con mosca congrega a decenas de amantes de este deporte. Dicen que allí el río tiene barranca alta, donde la corriente se recuesta sobre la orilla y hace profundo el lecho de tosca. “Hoy en día está repuesto el desastre que se mandaron, y si tenés un equipo número 5 y 6, algún doradillo sacás seguro. Hay que meter la mosca pegadita a la barranca, o encontrar algún islote o tronco estancado, porque ahí hay correderas y canales espectaculares para pescar”, explica en plena ciudad un chango de Mailin (pueblo a 140 kilómetros de Santiago capital) con gorro y pinta de pescador. Ese “desastre” del que habla sucedió a fines de 2003, cuando se redujo brutalmente el caudal de agua en el dique Las Termas, producto de una sequía. Los lugareños afirman que se decidió cortar el agua del río y transferir todo su caudal a los canales de riego para alimentar los campos sembrados con soja, que resintió de inmediato el dique Los Quiroga (a 70 kilómetros de la capital) lo que, sumado a la temperatura que ronda los 40 grados centígrados, aniquiló gran parte de la fauna ictícola. Miles de peces murieron panza arriba por privilegiar la siembra, sin contemplar el daño a la biodiversidad del Dulce y a los ribereños que viven diariamente de él. “Hoy hay piezas más chicas, de kilo o kilo y medio, pero por suerte se ha completado bastante el río. Si anda por acá en primavera hay que visitarlo porque no sabe lo bonito que se pone cuando el sol santiagueño está a pleno...” Y así debe ser.
Río, Dulce río, anchura marrón
descansa el sol, adentro del agua...
Río dulce duerme, nadie mira
los sunchales, que respiran.
Río Dulce noche con la espuma
luna baila, desnuda... la luna baila, desnuda.
Río, el aire quema tu ceremonia
brilla desnudo, chango a la siesta...
Dos ochovos vuelan, dos ochovos pasan
llevando el misterio, del río en sus miradas...
(“Zamba río, Dulce río”, Retiro al Norte, Dúo Coplanacu)
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