Dom 15.11.2009
turismo

MEXICO > CRóNICA DE UNA VISITA A TEPOZTLáN

La cuna de Quetzalcóatl

El pueblo de Tepoztlán está a sólo 40 minutos de la capital mexicana y tiene un microclima muy particular, pero no sólo por sus condiciones meteorológicas. Una atmósfera mágica lo envuelve: dice la leyenda que allí nació Quetzalcóatl, el dios-hombre, la serpiente emplumada. Y también cuentan que hasta los ovnis se aparecen por allí.

› Por Florencia Podestá

Sobre “Tepoz”, como dicen familiarmente los locales, se cuentan muchas leyendas: se mostró varias veces en el Discovery Channel como sitio de apariciones frecuentes de ovnis; se lo conoce también en México como un pueblo de la etnia nahuatl muy combativo, que se autoacuarteló y declaró “independiente” hacia finales del siglo pasado, tras vencer la llamada “guerra del golf”; y por último, su condición de ser, en el registro inverificable de la tradición, el lugar de nacimiento del dios-hombre Quetzalcóatl, el pájaro serpiente, hace 1200 años. Otro punto a favor de Tepoz para extranjeros y mexicanos es su proximidad a la capital del país (a sólo 40 minutos por ruta), sin que por ello haya perdido la cualidad de ser un lugar completamente aislado, autónomo, pueblerino, natural, agreste y místico.

MUNDO APARTE El autobús que sale de Ciudad de México comienza a subir la montaña hasta alcanzar casi los 3000 metros; nos movemos en un bosque de pinos semioculto por la niebla fría. Empezamos a descender del otro lado, poco a poco: abajo a la derecha, en el fondo de un valle, se ve la ciudad de Cuernavaca. Pronto nos internamos en otro valle mucho más extraño, el valle de Tepoztlán. La temperatura es cálida y el bosque de pinos se convierte en una selva. Emergiendo aquí y allá vemos montañas como fortificaciones y castillos, con torres y atalayas de muros rojizos. Tepoz, y los pueblitos aledaños de Santo Domingo y Amatlán, están en el cuenco llano de un extenso valle fértil, circundado por espectaculares murallas de piedra roja, sierras erosionadas por la lluvia hasta modelarse en paredes, gargantas y pináculos. Esta geografía es particular y única del valle de Tepoztlán, y contribuye a esa sensación de “mundo aparte”. Tepoztlán significa “lugar del cobre”, y a su abundancia se debe el color de las montañas. Lo geólogos dicen que todo el valle es el cráter gigante de un volcán que explotó hace miles de años; las sierras de formas extrañas que rodean el valle serían los muros derrumbados y fundidos del cráter.

Caminamos por la avenida Revolución, en realidad una callecita empedrada, y vamos pasando casas coloniales, tiendas y lugares para comer dentro de las antiguas casonas, el ex Convento de la Natividad, el Zócalo. Nos metemos a un cafecito simpático, donde se escuchan voces de todas partes: hablan castellano con acento chileno, francés, alemán, italiano, brasileño. Vamos confirmando lo que nos habían contado: que este pueblo reúne una comunidad de extranjeros impresionante, y en gran proporción latinoamericanos. Algunos comenzaron a llegar atraídos por la fama de lugar “centro energético”. En efecto, desde tiempos prehispánicos dicen que en este valle “los duraznos son de los duendes”. El lugar –se dice– tiene propiedades electromagnéticas que favorecen las curaciones y la meditación. Una práctica habitual entre visitantes y lugareños es la de salir a caminar descalzos por la montaña, para “cargar energía”. La explicación más científica de estas cuestiones dice que la extraordinaria cantidad de cobre del suelo crea condiciones electromagnéticas especiales.

UN TEMPLO PREHISPANICO Si al caminar por la calle alzamos la vista vamos a ver en lo alto de un risco, como un vigía de piedra a 400 metros por encima del pueblo, una pirámide: es la Pirámide del Tepozteco, un templo prehispánico. Según algunos, la pirámide era un observatorio tlahuica; según otros, un templo sacrificial en honor a Tepoztécatl, dios azteca de la fertilidad, las cosechas y el pulque (una bebida alcohólica que se obtiene de la destilación del maguey). Allí arriba se celebra “El reto del Tepozteco”, una de las dos fiestas tradicionales del pueblo, el 7 de septiembre. En esta festividad completamente pagana la gente se reúne cerca de la pirámide a beber pulque y hacer música, en honor al dios Tepoztécatl, algo así como el Dionisos azteca. La otra es una festividad católica, la “Fiesta del Templo”, que consiste en representaciones teatrales en lengua nahuatl y que, curiosamente, se celebra al día siguiente, el 8 de septiembre. Originalmente se pretendía que suplantara a la celebración pagana, pero sólo se logró que el pulque empezara a correr desde la noche anterior.

La visita a la pirámide es interesante no sólo por la ruina arqueológica sino por el camino en sí, que atraviesa durante una hora un paisaje espectacular. Cubierto de lajas por los constructores prehispánicos, el sendero se interna en la montaña y en el bosque nativo, a la sombra de peñascos y torres, en lo profundo de cañadones cavados por ríos. Por la mañana temprano una niebla desdibuja nuestro andar. Nos sorprenden las raíces aéreas, las lianas, los helechos y musgos; la vegetación es tan selvática todo el año porque las gargantas entre los altos muros de roca permiten la conservación de la humedad. Después de subir y subir, a 2100 metros sobre el nivel del mar, finalmente llegamos a la última etapa donde nos reciben un grupo de animalitos rarísimos y simpáticos, una familia de tejones o algo así, semidomesticados por los turistas que día tras día les dan de comer. La pirámide no es muy grande pero es bien proporcionada y espectacularmente situada. Trepamos los escalones del templo, y desde este balcón podemos admirar todo el valle, las montañas y el pueblo a nuestros pies. Esta vista panorámica única es otra buena razón para hacer el esfuerzo de subir.

Sin embargo, no es la única excursión posible; la zona está llena de senderos antiguos que atraviesan la sierra y llegan a otros pueblos, a pozas de agua, o a manantiales. Para los que se quieran aventurarse un poco más lejos, a pocos kilómetros de Tepoztlán existen varios centros de aguas termales conocidos en todo el país, más o menos agrestes u organizados, que valen la pena visitar; por ejemplo, Las Estacas, Las Huertitas, Palo Bolero, Las Cascaditas, Oaxtepec.

MITOS Y MEDITACIONES De nuevo en el pueblo entramos a una tienda de artesanías, cuya dueña nos cuenta algunas leyendas de la zona. A sólo diez minutos de Tepoztlán, en Amatlán –donde habría nacido el mítico Quetzalcóatl–, está la Poza de Quetzalcóatl y se dice que el dios-hombre se bañaba en sus aguas. Cerca de allí hay una especie de grieta vertical en la montaña que los lugareños llaman una puerta o “portal dimensional”; se supone que en ciertas circunstancias esa puerta se abre y nos deja pasar a la otra dimensión. Este sitio, junto con los relatos de apariciones de ovnis es una muestra más del anecdotario estilo X Files con el que cuenta Tepoztlán. Además, hay quienes dicen que “en este pueblo son todos brujos”. Y no exageran; en pocos días allí nos cruzamos con un par de brujos tepoztecos, que curan con rezos y temazcal (una especie de sauna indígena ritual), y con un par de brujas “tepostizas” que curan con hierbas, ungüentos y elixires. Esta atmósfera favoreció la creación de varias posadas tipo spa y ashram o centros de meditación. En medio del monte y al pie de las sierras del pueblo de Amatlán, por ejemplo, se puede dormir en plena naturaleza semiacampando en confortables tipis, esas amplias carpas cónicas de los indígenas de Norteamérica.

Joya colonial En el centro de Tepoztlán existe una joya de la arquitectura religiosa de la época de la conquista española, el ex Convento Dominico de la Natividad. El monasterio y la iglesia fueron construidos por los monjes de la orden entre 1560 y 1588. La iglesia todavía funciona como tal, y los chicos del pueblo juegan en su jardín que solía ser, en los tiempos de la evangelización, una capilla abierta. Las imágenes labradas en la fachada plateresca son muy interesantes: mezclados con los sellos de la orden dominica pueden verse símbolos indígenas, flores, el sol y la luna, estrellas y animales. El bellísimo monasterio hoy es un museo; adentro permanece el silencio y el olor a azahar de los patios sombreados con naranjos, los frescos en los muros con dibujos ingenuos y armónicos, y la temperatura fría de los claustros oscuros, de paredes gruesas y ventanas pequeñas. Desde el segundo piso hay una vista inolvidable de todo el valle, el pueblo y las montañas alrededor.

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