ESPAÑA > EN ANDALUCíA
Nacida del mestizaje del reino moro con la España católica, Granada es una ciudad multicultural que convoca a turistas y estudiantes por la belleza de sus monumentos, con la Alhambra a la cabeza, pero también por el dinamismo de su vida social. Calor andaluz y frescura en las alturas de la Sierra Nevada.
› Por Diego González
“Dale limosna mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser ciego en Granada”
Inscripción en cerámicos frente a la Catedral de la Anunciación
El mito, obviamente incomprobable, narra que cuando Colón y los suyos llegaron a América ese 12 de octubre de 1492, desde el carajo de su barco un marinero gritó: “No hay moros en la costa”. Luego, ya tranquila, la tripulación desembarcó y sucedió la historia. La advertencia del humilde navegante no fue antojadiza. El dicho, que se sigue utilizando, remite a la amenazante presencia musulmana que por más de nueve siglos pobló el sur de lo que hoy se conoce como España. Lo paradójico (o no tanto) fue que justamente el 2 de enero de ese mismo año el reino de Castilla habría coronado su expansión al vencer militarmente a los nazaríes, genéricamente llamados moros. Y la batalla final fue aquí, en Granada.
Hoy en esta ciudad andaluza sobrevuela el espíritu de aquel tiempo. No sólo por la imperial Alhambra, otrora palacio y fortaleza, que desde lo alto contempla, deslumbra y protege, sino también por la mixtura constante, producto de la actual inmigración africana, su tradición gitana, y la empecinada voluntad –del reino en aquel entonces y del franquismo luego– de hacer de Granada una ciudad lo más rigurosamente española posible. Por eso las decenas de iglesias católicas construidas sobre las ruinas de antiguas mezquitas y sinagogas, que buscan con denodado esfuerzo, aunque mesurado éxito, establecer algún contrapeso. Un ejemplo es la mismísima catedral de la Anunciación, que los Reyes Católicos mandaron levantar en 1501 como exponente de la cristiandad. Proyectada como gótica, se construyó renacentista pero su fachada es barroca. En sus cimientos perdura, invisible, la mezquita mayor del viejo reino moro.
Iberos, romanos y visigodos antecedieron a la civilización que convirtió a Granada en el referente cultural del Islam en Occidente. Antes de derrotarla, durante meses los Reyes Católicos asediaron a la que fue la última capital de Al-Andalus, y al último de los reyes moros, Boabdil el Chico. Una vez caído en desgracia, el rey debió huir acompañado de su disgustada madre, quien dejaría para la posteridad una frase célebre que vuelve a entremezclar historia y leyenda: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Una vez consolidada la invasión, Carlos V construiría su propio palacio en el corazón de la estructura nazarí. A partir de ese momento la ciudad se transformó en todo un símbolo de la unidad española, tesis fortalecida luego por la heroica resistencia del siglo XVIII a la invasión napoleónica que estuvo a punto de volarla.
CASA DE REYES La Alhambra y el Generalife, residencia de sultanes nazaríes y de altos funcionarios, se levantan sobre el cerro de la Sabika y hoy son los monumentos más visitados de España. Su mística y estética remontan al visitante a aquellas épocas de gestas épicas cuando las cosas ciertamente no eran como hoy. Desde lo alto de su arquitectura arábiga, la corona pretendía desplegar toda su jerarquía y gustos sofisticados. Y no se trata sólo del palacio o de la alcazaba: también desde los jardines del Generalife se puede contemplar ese gusto por el refinamiento y los detalles sutiles. En todo momento el agua, sus fuentes, su ruido y silencio están presentes de uno u otro modo.
El Albaicín, barrio moro por excelencia, es un punto de visita obligado, cuyos rincones y callejuelas zigzagueantes, empedradas y de imprevisible dirección, remiten constantemente a la clásica película La batalla de Argel, donde Gillo Pontecorvo cuenta cómo fue la guerra de la independencia argelina contra el invasor francés. Se diría que lo que se pisa es, precisamente, una ciudad del norte de Africa.
Ubicado exactamente frente a la Alhambra, el barrio es hoy uno de los más sofisticados de la ciudad. Sin embargo, allá atrás en la historia era zona popular. En cuevas –literalmente en cuevas– vivían los gitanos. Pero eso nunca fue símbolo de pobreza: ante un clima tan oscilante como agresivo, aquellos refugios en las entrañas de la montaña cuidaban del frío en invierno y procuraban un clima templado en verano. Atrás del Albaicín, el barrio que concentra la mayor densidad de cuevas se llama Sacromonte. Y si a San Telmo se tiene que ir a escuchar tango, a Sacromonte hay que ir a vibrar flamenco.
Sucede que fue dentro de estas cuevas, seguramente, donde el flamenco tuvo algunas de sus jornadas más gloriosas. Tierra del eterno cantaor Camarón de la Isla y del emblemático guitarrista Tomatito, el flamenco representa para los granadinos lo que el tango para cualquier porteño. Es identidad, corazón y piel erizada. Surge una guitarra, brotan esos quejidos desangrados. Espontáneamente las palmas hacen lo suyo, el zapateo sensual y esa seducción entrañable. Uno propone, todos lo siguen. Es cultura, sabiduría popular.
VIDA DE ESTUDIANTES Andalucía es hoy para España una zona económicamente marginal. La pobreza aquí no alcanza de ningún modo los cánones latinoamericanos, pero sí se ubica en los niveles de Europa central: por lo tanto, los precios son bajos. Y esto, a su vez, invita tanto al turismo como al estudiantado. Son ellos los que marcan el ritmo nocturno de una urbe que no diferencia martes de sábados. Granada es una ciudad joven, despierta, movediza. Esa vitalidad la regala a borbotones un estudiantado que viene de toda España y, programa Erasmus mediante, de toda Europa. En cualquier parte de España las “cañas” (cerveza tirada en un vaso chico) y las “tapas” (la picada que acompaña a la caña) son una institución. A la salida del trabajo, o en los umbrales de una noche de fin de semana, el punto de encuentro nunca es la casa: el ritual es en el bar amigo. Es ahí donde entran las cañas y tapas. Tapas que por cierto en Granada son muy generosas e incluyen tanto hamburguesas como pinchos de pollo, jamón crudo, rabas o chipirones.
Granada se erige así como uno de los sitios más emblemáticos, multiculturales y carismáticos de Europa. Con una personalidad nacida de la mixtura, laten aquí la tradición y la historia larga. Pero también la corta, la de ayer. Federico García Lorca, el gran poeta asesinado en la Guerra Civil por el franquismo, yace con certeza en Granada. El debate es exactamente dónde. Se trata, justamente por estos días, de una discusión nacional. Hay quienes quieren ubicarlo, hay otros que prefieren que no, que sea uno más entre los cuerpos perdidos de las fosas comunes. Es un debate que como argentinos nos convoca. Y es una discusión que, vista con ojos románticos, agrega una pizca más de misterio a esta ciudad que primero impacta y después, con un dejo de melancolía, enamora.
A poco más de 30 kilómetros de Granada, un plan B. Una alternativa para digerir todo ese mejunje de historias largas y superpuestas que implica visitar la ciudad andaluza. Se trata de la estación de esquí de la Sierra Nevada, la mismísima que se impone detrás de la fastuosa Alhambra. Con sus 3478 metros se trata de la estación más meridional de Europa y la de mayor altitud de España. Dispone de 103 pistas con diferentes grados de dificultad y una longitud total de 95 kilómetros, en los que se puede practicar tanto el esquí como el snowboard. Además brinda la posibilidad de esquiar de noche en una pista iluminada y especialmente acondicionada. Cuenta, además, con dos circuitos de 8,6 kilómetros para esquí de fondo, disciplina que también se puede practicar en la segunda estación invernal de la provincia, la de La Ragua. Según dicen los que saben, las condiciones meteorológicas son inmejorables. Y todo, enmarcado en el Parque Natural de Sierra Nevada, declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco y Reserva Nacional de Caza.
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