MENDOZA
RESERVA NATURAL LAGUNA DEL DIAMANTE
Al pie del volcán
Una excursión en 4x4 desde la capital mendocina hasta la Reserva Natural Laguna del Diamante, al pie del volcán Maipo. En el camino
se recorren algunos de los paisajes más espectaculares de toda la provincia, entre las extrañas formaciones de “los penitentes”.
Por Julián Varsavsky
Como no hay asfalto ni infraestructura, la Reserva Natural Laguna del Diamante es un destino poco conocido en Mendoza. Pero si tuviese esas facilidades, sería la excursión más popular de la región. Es por la belleza inabarcable de los paisajes, superior a clásicos como Puente del Inca o el Cañón del Atuel. La reserva está a 200 kilómetros al sudoeste de la capital, en el departamento de San Carlos. La excursión es cansadora, pero se puede hacer perfectamente en un día, partiendo a las 8 de la mañana para regresar a las 8 de la noche.
Tan deslumbrante como la meta es el camino. Nos dirigimos por la Ruta 40 –que va paralela a la cordillera, de Jujuy a Río Gallegos– hacia San Carlos, en el centro de la provincia. En las afueras del pueblo famoso por sus manzanas entra por la ventanilla un penetrante aroma a orégano, proveniente de las plantaciones a cada costado.
En el kilómetro 120, pasando el centro de Pareditas, un cartel indica Laguna del Diamante hacia la derecha, hacia Chile. Son 40 kilómetros de camino de tierra consolidada en buen estado, en la Ruta Provincial 101. Ahí se comienza a subir y se observan los distintos ambientes naturales mendocinos, según el nivel de altura. En primer lugar se transita el bioma de monte, originalmente compuesto por bosques de algarrobo depredados a partir de la conquista, quedando apenas las especies arbustivas como la jarilla y el matorral. A media altura se descubren algunos jotes y aguiluchos, esa suerte de hermanos menores del cóndor.
De inmediato se pasa a una zona de transición hacia el bioma patagónico y su típico coirón, esa pasto duro que forma una semicircunferencia sobresaliendo en la aridez de las estepas. Además hay molle –arbusto que a veces crece como un pequeño árbol– y la planta chirriadora, cubierta por una resina que suele arder cuando se combinan el sol y un viento sonda.
En el cruce con la Ruta Provincial 98 se dobla a la derecha, hacia el Cordón Frontal que precede a la cordillera principal. Al fondo sobresalen varios de los gigantes andinos como el cerro Tres picos (4750 m) y el Cerro El Salto (4500 m). A los costados del camino hay millares de trozos de piedra pómez, compuesta por lava enfriada rápidamente.
Antes de ingresar a las 14 mil hectáreas de la reserva se pasa por un puesto militar donde controlan que nadie quede varado en la intemperie sin regresar. El viaje sigue y de repente aparece en el filo de un cerro la silueta solitaria de un guanaco joven. Al detenernos nos responde con un relincho agudo y entrecortado, advirtiéndole a su tropilla que hay intrusos. Al bordear un poco el cerro aparece una treintena de ejemplares que levantan la cabeza al unísono para observarnos con atención, pero de inmediato siguen pastando despreocupadamente. Al estar prohibida la caza, el único enemigo del guanaco es el puma. Entonces empieza la ascensión más exigente, atravesando el Cordón Frontal y sus rocas de 230 millones de años, siempre por camino consolidado. En lo alto de este cordón recorremos la gran planicie de una meseta que se forma en la cumbre.
En la planicie se identifica claramente el bioma patagónico, pero luego comenzamos a subir otra vez, hacia el bioma andino, típico de la cordillera central. Ahora la vegetación es achaparrada y predomina el cuerno de cabra. A la vera del camino florecen verbenas y fluyen arroyos de deshielo. Poco a poco la vegetación disminuye de tamaño por el viento y la falta de oxígeno. Entre las rocas hay una variada microflora representada por minúsculas y coloridas flores sin tallo.
El camino avanza encajonado entre dos cadenas montañosas y un remolino que arrastra una pequeña nube de tierra obliga a cerrar las ventanillas. A 3000 metros de altura la vegetación desaparece. A la derecha del camino aparece de repente la postal más asombrosa del viaje: en una extensa planicie se levantan millares de penitentes, filosos montículos de hieloque no se sabe a ciencia cierta por qué se producen. La extrañeza de su forma y el brillo de su color, combinados con el tono rosado de las montañas, dan como resultado un paisaje de belleza tal, que si el viaje terminara aquí ya todo visitante se daría por hecho.
Los cerros La Paloma y el Laguna, que rondan los 5 mil metros de altura, acechan los valles y varios grupos de penitentes aparecen de manera espaciada semejando lápidas blancas de un extraño cementerio. Por lo general los penitentes comienzan a derretirse en enero, y en febrero sólo quedan unos pocos. El camino caracolea junto a vertiginosas cornisas que dan a un gran valle. No hay forma de vida aparente y rodeados de un puro pedregal se llega al Paso de los Paramillos, el punto más alto de la excursión, 3800 metros. El colorido es ahora puro ocre de piedra y tierra, azul unánime de un cielo límpido y blancura perfecta de penitentes, que en este caso alcanzan la altura de metro y medio. Entonces se desciende hacia el otro lado del Cordón Frontal y se vadea un arroyito de deshielo. En lo alto de un cerro cercano hay un glaciar de altura y más adelante una parada obligatoria para registrarse en el puesto de guardaparques. Es el único baño de todo el recorrido.
Cuando ya no se aspira a una cuota más de belleza paisajística, aparece la Laguna del Diamante al fondo de un valle y al pie del volcán Maipo (5323 m). El camino desciende hacia la laguna rodeada por extensos campos de escoria volcánica, donde hay un puesto de Gendarmería Nacional (este es el límite con Chile). Sólo resta recorrer los alrededores de la laguna y dedicarse a buscar el mejor ángulo para fotografiar el diamante, la imagen que se ve en el centro de la laguna, donde se duplica el perfil invertido del volcán. Su cima nevada brilla en la superficie temblando con el vientoz
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