Dom 07.02.2010
turismo

CHUBUT > CAMARONES, UN PUERTO CON HISTORIA

Fruto de mar

Una visita a Camarones, un pueblo desconocido pero lleno de atractivos históricos y naturales en el sur de Chubut. Sobre la costa del Golfo San Jorge, un mundo de fauna, de algas y también de historia.

› Por Graciela Cutuli

Camarones se puede sintetizar en tres “P”: pioneros, pingüinos y Perón. Tres veces la misma letra para recordar otras tantas facetas de este puerto perdido en las inmensidades de la geografía patagónica. Pioneros, como los primeros españoles que llegaron hasta aquí en un intento de crear el primer asentamiento en territorio argentino, pero también como los yugoslavos y otros inmigrantes que se establecieron en el siglo XIX para desarrollar la pesca y la ganadería en la región. Pingüinos, como los que pueblan la segunda colonia más importante de Chubut, después de la de Punta Tombo, el emblema de la muy rica y diversificada fauna de la costa y sus islas. Y finalmente, Perón: porque el ex presidente fue criado en Camarones, cuando su padre trabajaba como juez de paz en este pueblo sureño por entonces recién constituido. Y como los tres mosqueteros eran cuatro, las tres P de Camarones también lo son: porque muy recientemente se votó la norma que crea oficialmente el primer Parque Nacional marítimo del país, el Parque Patagonia Austral, que protege la costa y las islas, pero sobre todo el mar de la región.

UN PUERTO PARA LA FOTO Camarones conserva todavía el aspecto que tenía en sus primeros tiempos. Sobre las calles escasamente construidas quedan varias de las casas levantadas durante los años fundacionales del pueblo, con paredes de madera y techos de chapa. Como el almacén de ramos generales Casa Rabal, una suerte de símbolo de Camarones, inaugurado en 1901. Un año que ostenta con orgullo en la fachada y que, como el techo de chapas rojas desteñidas por el tiempo, se ve desde toda la costa y el muelle del diminuto puerto.

Cormoranes reales en las Islas Blancas, un conjunto de islotes frente a Camarones.

El dueño del almacén, Antonio Rabal, no vacila en hacer visitar el legado de sus abuelos a quien muestra algún interés en remontarse hasta aquellos tiempos. Entre otras cosas, Rabal conservó numerosas cajas y envases de productos de gran consumo de otras épocas. Mostrando una caja de galletitas Lola, explica que “de estas galletas viene la expresión ‘no querer más lola’, cuando uno se deja morir, porque era la galletita que se daba a los enfermos y quien no podía comerlas más estaba ya muy grave”. Es una de las tantas anécdotas que cuenta mientras encabeza las visitas a los recovecos de su gran alacena, o bajo las vigas de madera del techo del primer piso. Como en una especie de museo, en las góndolas de madera de Casa Rabal se comercializan los productos de hoy con el recuerdo de los de antaño, pero parte de la vida social de Camarones sigue girando en torno de las compras que allí se efectúan y de los encuentros entre vecinos que propicia el lugar. Mientras tanto, afuera, el sol que brilla en el cielo la mayor parte del año reemplaza las manos de pintura que le faltan a este galpón y sus vecinos para poner una nota más de color en el paisaje.

Los primeros colonos de Camarones fueron alemanes, españoles, holandeses y suizos, pioneros de un poblado que prosperó a partir de 1890 junto al puerto desde donde se despachaba la lana de las estancias de la región (vale recordar que la lana de Camarones tiene una tipificación diferente y es sinónimo de calidad en todo el mundo entre los profesionales del sector). En octubre de 1900, una ordenanza le dio su partida de nacimiento oficial, y en los años siguientes llegaron los primeros servicios y la escuela. Sin embargo, pese al paso de todo un siglo, Camarones no abandonó del todo su condición de pueblo de pioneros: se ve en sus construcciones históricas, pero también en el espíritu de sus pobladores, tanto los antiguos como los nuevos que siguen llegando en busca de oportunidades y de sueños por cumplir. Héctor Juanto es uno de ellos. Hace poco creó una empresa de servicios de turismo especializada en el mar y ofrece avistajes de aves, lobos marinos y toninas alrededor de las cercanas Islas Blancas, además de paseos en gomón, salidas de pesca embarcada y buceo. Para él, “Camarones tiene un gran potencial turístico para desarrollar en torno del mar. Por ejemplo para buceo, ya que está aquí cerca el naufragio del “Villarino”, el buque que trajo los restos de San Martín a la Argentina desde Francia y se hundió tras chocar contra arrecifes en las Islas Blancas. La pesca es otro gran tema, y por ahora el que hace vivir nuestra empresa”. Es que Camarones es la Capital Nacional del Salmón, un título que promueve cada año mediante una fiesta que convoca a pescadores de lugares tan distantes como Buenos Aires o Chile. En la zona más céntrica del pueblo hay incluso una plazoleta dedicada al salmón, con un monumento entre kitsch y naïf. Una foto para el recuerdo o para el catálogo de curiosidades, como la panadería “tropical”, que propone recetas exclusivas de su dueño, un inmigrante cubano que dejó el sol caribeño por el viento patagónico.

Guanacos en Cabo Dos Bahías, sobre la ribera que forma parte del nuevo Parque Nacional costero.

CINCO SIGLOS DE HISTORIA Camarones fue también la primera fundación española en territorio argentino, para decirlo en forma muy sintética. En 1535, Simón de Alcazaba y Sotomayor llegó a Caleta Hornos, en el Cabo Dos Bahías, al sur del actual pueblo: había sido enviado por la corona española para explorar las costas de la Patagonia y sentó las bases ese año, uno antes de la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, de un esbozo de ciudad que bautizó “Nueva León”. Se construyeron algunas chozas y una capilla, que no prosperaron: apenas los buques se fueron para terminar con su misión de exploración, el poblado empezó a desaparecer. Camarones hizo, a la medida de sus medios, una plaza en su costanera para recordar este episodio. Se dibujaron las siluetas de España y Chubut en la plaza, y se levantó un torreón con reminiscencias mozárabes que da lugar a simpáticas fotos, con el azul límpido del mar y el ocre de los barcos de pesca como fondo.

Si la plaza es de aspiraciones modestas, el museo dedicado a Perón es todo lo opuesto. Moderno y muy bien armado, es digno de los museos de las grandes ciudades. La familia del presidente llegó en el año 1903, cuando su padre fue designado juez de paz y trabajaba en Camarones para toda esta región del sur de Chubut. Juan Domingo Perón vivió parte de su niñez en el pueblo y volvió durante varios años para pasar las vacaciones cuando estudiaba en el Colegio Militar. El museo, que muestra una reconstrucción de la fachada de la casa de la familia Perón, con paredes de zinc y aberturas de madera, está dividido en dos grandes orientaciones: por un lado, se hace eco de la vida política y la obra social realizada por Perón; por otro, rescata su vida cotidiana de niño en este pueblito rural de Patagonia. Sin duda, es la parte más emotiva y menos conocida de su vida, reconstruida a través de habitaciones con mobiliario, objetos, herramientas y vajilla de una típica casa patagónica en los años ‘20. Se muestran además muchas fotos no muy vistas de la juventud de Perón, de su padre y de sus primeros años como militar. En la sala dedicada a su vida política se decidió rescatar sobre todo su obra a nivel social, con juguetes, fotos y recuerdos de los años ‘50. El museo, inaugurado en 2008, es también un centro cultural que cuenta con todos los servicios y la tecnología casi recién llegada a este rincón del mundo.

En Camarones hay una plazoleta donde el salmón también tiene su monumento.

ESCOLTADOS POR TONINAS Fuera del tejido urbano de Camarones, quedan por conocer las otras dos “P”. Primero se llega a la Reserva Provincial Cabo Dos Bahías, que cubre buena parte de la avanzada de tierra que delimita la margen norte del Golfo San Jorge.

La entrada al área protegida, donde está la casa del guardia, se encuentra a unos 30 kilómetros de Camarones. Hay que recorrer un par de kilómetros más, por caminos de ripio, para llegar hasta la pingüinera, que es el atractivo principal de la reserva. Un sendero interpretativo va desde el estacionamiento hasta la playa, donde los pingüinos bajan al mar desde sus nidos, en un campo rocoso que se cruza por medio de una pasarela. Literalmente, se camina en medio de la pingüinera y se los puede ver y fotografiar muy de cerca, tanto cuando anidan o descansan en el umbral de sus nidos como cuando van y vienen del mar. Se estima que hay unos 25 mil pingüinos en la colonia, la segunda en importancia luego de Punta Tombo: y aunque el número de ejemplares es mucho menor, se encuentra en un marco mucho menos transformado por el turismo masivo, con condiciones de avistaje más tranquilas y naturales, sobre todo en pleno verano.

El lugar tiene estatuto de reserva desde 1973 y abarca 14 mil kilómetros cuadrados. A lo largo del paseo, por su red de caminos de ripio se pueden ver muchos animales, incluyendo varias manadas de guanacos, que no se alejan cuando el vehículo se detiene para sacarles fotos.

Menos confiados, los choiques se avistan desde una distancia mayor. La reserva es además uno de los pocos lugares de la Patagonia donde es casi seguro ver maras: hay varias parejas, y con un poco de atención se las puede ver al costado del camino, descansando o en busca de comida entre los espinillos.

Un barco pesquero, listo para zarpar desde el muelle del puerto de Camarones.

Hay varios miradores naturales en la reserva, que permiten tener hermosas vistas sobre la costa y las islas que la bordean. En algunas de ellas hay colonias de lobos marinos, pero no se ven sin binoculares o una buena lente en la cámara de fotos. En medio del camino de ripio se pasa también por una restinga, y no es raro ver una colonia de flamencos pescando durante la marea baja. Dentro de la reserva, no hay que perderse la oportunidad de conocer Caleta Sara, un puerto natural, donde veleros de todo el mundo hacen escala para gozar de la belleza del lugar. De paso, por qué no probar la comida del restaurante en el pequeño complejo de turismo, una especie de club náutico alejado de todo, cuyo cocinero prepara exquisitos platos a base de pescados y mariscos. Hay incluso un par de trailers acondicionados como dormis para quien no quiere perderse la oportunidad de conocer este lugar al anochecer o al amanecer. Porque, debido a la posición de Camarones y su costa, es uno de los pocos lugares del país donde se puede ver tanto la salida como la puesta del sol sobre el mar.

La reserva se completó recientemente con el flamante Parque Nacional Marino Patagonia Austral, que protege un centenar de kilómetros de la costa desde el cabo y hacia el sur, abarcando dentro de sus límites 500 kilómetros cuadrados de mar y unas 40 islas e islotes. Es uno de los ambientes marinos más importantes a nivel biológico en todo el Mar Argentino, donde se alimentan, se reproducen y conviven 38 especies de peces, 40 de aves y 10 de mamíferos. Es además una región marina donde se encuentran muchas especies de algas. Tanto, que dentro del parque se encuentra un pueblo alguero, fundado a mediados del siglo pasado con el nombre de Bahía Bustamante. La explotación de algas mermó mucho en los últimos años y, a tono con la creación del parque, el pueblo fue reconvertido al turismo. Se ofrecen paseos a caballo, en lancha, salidas de avistaje y safaris fotográficos, entre muchas otras actividades en un lugar muy singular, donde la impronta de la familia fundadora de la empresa y del pueblo está por todos los rincones.

Fuera del parque hay otro lugar imperdible para quien vaya a Camarones en busca de naturaleza. Es el pequeño archipiélago que se conoce como Islas Blancas, el lugar donde se hundió el “Villarino” y donde se hace buceo. Se llega en gomones para rodear la isla y ver grandes colonias de lobos y de aves marinas, entre ellas patos vapor, cormoranes imperiales, gaviotas y skúas. Las salidas están condicionadas a la fuerza del viento, que sopla crudamente muchas veces al año... y muchas veces al día. Si se hace la salida al atardecer, el espectáculo es doble. Luego de observar las aves y los lobos, se puede disfrutar de la caída del sol sobre el cabo, y navegar en un mar que poco a poco se fue coloreando de rojo. No falta nada más que una escolta de toninas para acompañar el bote y jugar con la huella que deja en la superficie del agua...

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