Dom 28.02.2010
turismo

ESPAÑA JEREZ DE LA FRONTERA

Cante, toque y baile

Como muchas otras ciudades españolas, Jerez hace gala de su historia en monumentos y fachadas de siglos pasados que mezclan libremente lo sagrado y lo profano. Pero como pocas, atesora mucho más: el flamenco que vibra en las calles, la tradición de su mítico vino y la fama de sus notables equinos.

› Por Astor Ballada

El monasterio de la Cartuja, palacio que nació gótico y sumó detalles renacentistas y barrocos.

Si Andalucía es la tierra del flamenco, Jerez bien podría ser considerada su capital. Esta ciudad de 200.000 habitantes, perteneciente a la provincia de Cádiz, es la tercera en importancia en la Comunidad Autónoma de Andalucía. Situada entre la sierra y el mar, goza del buen clima del sur de España, que asegura durante todo el año temperaturas agradables y días soleados. Pero es por las noches cuando se nota el sentir jondo que la caracteriza; así, bajo la Luna, desandando sus calles no será extraño percibir el rasgueo tenaz de guitarras y el inconfundible sonido del taconeo y las palmas. Peñas, tascas, bares de tapas, casas particulares, son muchos los lugares que irradian este sentir gitano.

Por supuesto, la historia del flamenco se relaciona directamente con las raíces de Jerez. Se cuenta que allá por el siglo IX llegó a Andalucía una oleada de extranjeros errantes, gitanos, provenientes de un lejano lugar de la India. Anduvieron hasta que en el sur de España encontraron un lugar donde arraigar el inquieto caminar. Tal vez los atrajo el clima, tal vez la armonía del sentir con los moros e ibéricos ya establecidos en la región. Todo confluyó para que comenzara a cobrar forma lo que recién en los siglos XIX y XX comenzó a ser aceptado y reconocido más allá de las celebraciones gitanas. Hoy todo es bien distinto: Jerez respira cante y espíritu flamenco en cada rincón. Con orgullo, lo demuestra cada año durante el Festival Flamenco de Jerez, cuya 14ª edición empezó el 26 de febrero y terminará el 13 de marzo.

El Festival de Flamenco de Jerez reúne a los mejores representantes del arte jondo.

Los mejores exponentes locales, herederos de un linaje que se extiende de generación en generación, se congregan cada año en el festival junto con los cultores del arte jondo de todo el mundo. El escenario principal es el céntrico teatro Villamarta, en el antiguo solar del convento de la Vera Cruz, hoy plaza de Romero Martínez. Allí cantaores, bailaores y guitarristas del género ofrecen alrededor de medio centenar de espectáculos imposibles de reunir en otro sitio. Durante dos semanas se suceden sobre las tablas nombres ilustres como el Ballet Flamenco de Andalucía, Joaquín Grilo, Rafael Estévez, Rafaela Carrasco, Nani Paños o el maestro jerezano Fernando Belmonte, además de artistas que visten inmejorables apodos gitanos: Farruquito, La Truco, La Torta, Terremoto o La Macanita. Se trata de espectáculos donde no faltan las colaboraciones artísticas, los ciclos (Los Novísimos, Solos en Compañía, Con Nombre Propio) y las presentaciones de discos. El festival es una posibilidad única de degustar el flamenco en todas sus formas, desde los más tradicionales compases hasta la vanguardia y la fusión sin fronteras como propone María Bermúdez en “Chicana Gipsy Project”. No falta tampoco el espacio aprendizaje, mediante clínicas y cursos intensivos; ni el académico, en la forma de coloquios y tertulias.

DEAMBULANDO El escenario del festival es la ciudad toda. Por eso, convendrá no pasar por alto los numerosos atractivos que la urbe atesora desde hace siglos. Siglos que hasta moldearon el nombre “Jerez” al ritmo de los pueblos que fueron confluyendo con los íberos: fenicios (Serit), romanos (Xeritium), árabes (Sherish), hasta la denominación actual consolidada por la conquista cristiana en 1264, de la mano de la espada de Alfonso X el Sabio. Por cierto, “de la Frontera” alude a la cercanía con Granada.

Si la intención es recorrer las calles de Jerez, una buena opción es tomar como eje el centro histórico alrededor del cual se lleva a cabo el festival. La pátina del tiempo presente en la mayoría de las edificaciones de origen medieval no le quita dinamismo; y si es de noche el tapeo, la marcha y el flamenco callejero sumarán su atractivo. Aquí, en la plaza Belén, se está construyendo un ambicioso complejo cultural llamado la Ciudad del Flamenco, que incluirá el Auditorio Nacional del Flamenco y Museo del Flamenco. Cuando se toma por la calle principal, Alameda Cristina, se puede apreciar cómo entre personas y autos se abren paso palmeras y fuentes. Por donde se camine, aparece la posibilidad de descubrir edificaciones con algo de barrocas o algo de góticas, como el Convento Santo Domingo o el Palacio Domeq. Entretanto, la calle Lealas brinda acceso a dos museos para curiosos: el del vino de Jerez y el de los relojes.

El Teatro de Villamarta, sede del Festival de Flamenco, en la céntrica plaza de Romero Martínez.

Andando y andando se llega a la calle Ancha, vaso comunicante con la muy gótica Iglesia de Santiago, que da nombre a un barrio típicamente gitano. Por eso, si de pureza flamenca se habla, será una buena idea animarse y entrar a una peña o tasca. Esencia gitana en estado puro, de la que se nutre Centro Andaluz del Flamenco, en el lindante y dieciochesco Palacio Pemartín.

No muy lejos, la Plaza del Mercado ofrece otro paseo singular dentro de, como su nombre lo indica, un compendio de negocios de alimentos frescos. En este sitio, según cuentan, a fines del siglo XIX fueron fusilados siete miembros de Mano Negra, una agrupación anarquista andaluza que por entonces hacía estragos en la burguesía viñatera. Asimismo, la Plaza del Mercado es vecina del Museo Arqueológico, donde pueden apreciarse los rastros del ADN de la ciudad.

Las callejuelas medievales también llevan a uno de los templos más antiguos de Jerez, la iglesia de San Dionisio (¡imposible mejor regente espiritual para una ciudad cuyo nombre refiere a un vino de fama mundial!). Construida a mediados del siglo XV, es un buen ejemplo estilo gótico-mudéjar, aunque alterado por transformaciones barrocas en el siglo XVIII. La zona también se presta para saborear lo mejor de la cocina andaluza, con tentaciones como ajo caliente, caldos y gazpacho, cola de toro, jamones, mariscos, carnes de caza; preparaciones siempre aptas para maridar con las distintas variantes del vino local como el amontillado.

Preguntando se dará, nuevamente en el centro histórico, con la cercana Cuesta de la Encarnación y la Alameda Vieja, arteria comunicante con el Alcázar, erigido entre los siglos XI y XII sobre lo que fue el castillo monárquico. Este Alcázar de cuatro kilómetros de perímetro reúne varios edificios y jardines custodiados por murallas que se adentran en la urbe. Entre los edificios se destacan la Mezquita, los baños árabes o hamman y el Palacio de Villavicencio, en cuya torre está la cámara oscura (una suerte de panóptico para ver la ciudad, estructurado por los árabes a partir de lentes y espejos). Antes de partir vale la pena darse una vuelta por otro barrio gitano, San Miguel, que debe su nombre a la homónima iglesia del siglo XV y donde, una vez más, la carga de estilos va del barroco e isabelino al gótico. ¿Credenciales flamencas de San Miguel?: en esta zona nacieron las Bulerías, que es como se llama a la versión más enjundiosa e histriónica del flamenco; también fue cuna de La Faraona, Lola Flores. Y otra vez la paradoja: la fama marchosa y rebelde de los gitanos evidenciada en tascas, tabernas y peñas, alternando espacio con numerosas y antiquísimas iglesias.

ELIXIR Y GALOPE El perfil urbano de la actual Jerez no sólo es consecuencia de la historia y el flamenco; justo es decir que también es producto de la prosperidad de la industria vitivinícola, cuando a partir del siglo XIX las bodegas comenzaron a proliferar y extenderse más allá del casco antiguo. Los cercanos puertos de Sevilla y Cádiz fueron esenciales para extender la fama del vino Jerez por el mundo. Entre las bodegas desperdigadas a lo largo y ancho de la ciudad sobresalen (y pueden visitarse) Domecq, Gonzales Byass, Osborne y Sandeman. Cada una, un verdadero santuario neoclásico, con toneles de hasta 600 litros que atesoran el vino, brandy y vinagre bajo una estricta denominación de origen. La ascendencia sajona de algunas de ellas no es casual: los ingleses supieron apreciar como pocos estos vinos, tanto que muchos se asentaron desde el siglo XVI en Jerez con su propio proyecto vitivinícola. Junto con el flamenco y el vino Jerez, el caballo cartujano es el tercer icono de la ciudad. De aspecto robusto y andar noble (la antítesis de Rocinante), esta raza equina debe su nombre a la paciente cruza que realizaran hace siglos los abades de La Cartuja de Santa María de la Defensión, una iglesia del siglo XV situada a cinco kilómetros de Jerez. En mayo, en torno a este animal se lleva a cabo la Fiesta del Caballo de Jerez, en el Parque González Hontoria. Y durante todo el año, la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, en la céntrica avenida Duque de Abrantes, invita a conocer el Museo del Arte Ecuestre (con lo mejor en carruajes, enganches y aperos), así como un ballet ecuestre llamado “Sinfonía a Caballo” que, como debe ser, pareciera obrar en verdadero compás flamencoz

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