BELGICA PASEO MEDIEVAL
La pequeña ciudad de Brujas, en el norte de Bélgica, es una perfecta joya medieval que pasó intacta a través de los siglos. A pie, en coche de caballos o en tranquilas embarcaciones, revela su belleza clásica y de dimensiones humanas en el corazón de un paisaje de canales rodeado de campiñas y molinos.
› Por Graciela Cutuli
Hay muchas y diversas razones para llegar a Brujas: para quienes arman alguna personal “vuelta a Europa”, está tan cerca de París que hasta se organizan visitas en el día; tiene fama de conservar uno de los cascos medievales más hermosos del Viejo Continente; sus canales y puentes abren la puerta a museos de ricas colecciones de arte; sus pasadizos secretos ofrecen la mejor escenografía para las fotos románticas de los tiempos de antaño. La llaman la “Venecia del Norte”, un apodo compartido con San Petersburgo, Amsterdam y Estocolmo (¿y quién no querría asociarse al romántico spleen de la ciudad de las góndolas?). Sin embargo, una identidad bien propia pronto se despliega sin timidez ante los ojos fascinados de los viajeros que se convierten, paso a paso, en sus incondicionales amantes.
PUENTE A PUENTE Brujas tiene hechizo, pero no viene de las pérfidas viejitas de nariz ganchuda que nada tienen que ver con el nombre de la ciudad. Brugge en neerlandés, Bruges en francés, es una derivación de “Bryggia”, una antigua palabra nórdica que significa “muelle” o “puente” (muy cerca del inglés bridge). Y puentes precisamente no faltan en Brujas, ya que la ciudad está atravesada por canales que desde tiempos remotos había que navegar y cruzar para transportar mercaderías y habitantes de un lugar a otro. Estos tranquilos cursos de agua, que reflejan impasibles las siluetas de las casas levantadas sobre sus orillas, son utilizados hoy día sobre todo por embarcaciones turísticas: uno tras otro, los canales se suceden para adentrar a los visitantes en un paisaje sugestivo que se diría, en las últimas horas de las tardes estivales, pintado por un artista flamenco experto en expresivos contraluces.
Es más fácil llevarse en la memoria una imagen visual de Brujas que el recuerdo de sus topónimos, en un neerlandés poco familiar. Pero si se quiere tomar alguna embarcación para emprender una visita panorámica por los canales, hay que recordar los cinco puntos de partida que ofrece la ciudad: Meulemeester, Wollestraat Gruuthuse, Nieuwstraat Georges Stael, Katelujnestraat Michielssens y Huidenvettersplein Coudenys. En menos de una hora se habrá pasado por los más bellos puntos panorámicos, como el canal Dijver, a la sombra de los tilos; la pintoresca Groenerei u “orilla verde”; el puente de Gruuthuse; las Casas de Caridad; la Plaza de los Curtidores. Justamente porque es pequeña y llena de pequeños secretos, Brujas se puede recorrer no sólo a pie o en embarcación, sino también en coches de caballos –son paseos de alrededor de media hora a un cadencioso ritmo de otros tiempos– y, en el otro extremo, en modernos Segway. ¡Raro contraste el de la ciudad medieval con el silencioso y futurista vehículo eléctrico!
Cualquiera sea la forma elegida, si es invierno el paisaje urbano se disfruta bajo una blanca capa de nieve: mejor entonces estar prevenido, y sobre todo bien abrigado, porque el clima puede ser inclemente hasta un punto desconocido para el viajero de regiones más templadas. Los meses más fríos son los ideales para ver Brujas desde adentro de un café, acompañado por el famoso chocolate belga. En verano, será la hora de la cerveza, sobre todo la que aún se fabrica artesanalmente en pleno centro antiguo. Es entonces cuando los bienvenidos rayos de sol invitan a detenerse al borde de los canales para una merienda improvisada al aire libre, rodeados de edificios que tientan a las fotos y de turistas que llegan desde toda Europa para apreciar el casco medieval de la ciudad. Es cierto que está en gran parte reconstruido, como en tantas otras localidades antiguas, pero con tanta maestría que la ilusión de haber viajado varios siglos hacia atrás es asombrosamente perfecta.
PAGINAS DE HISTORIA Se cree que Brujas nació en torno de un castillo a orillas del Zwyn, y logró con el tiempo su auge comercial gracias a la industria de la lana. Como parte de la Liga Hanseática, que integró junto a las principales ciudades del norte de Europa, la ciudad conoció tiempos prósperos y se convirtió en un puerto de tráfico intenso. Y junto con el dinero llegaron también los artistas que sentaron las bases de la escuela de pintura flamenca. Pero no siempre lo bueno dura: la creciente importancia de Amberes, sumada al descubrimiento de América y los problemas de navegabilidad del Zwyn por la creciente sedimentación, terminaron por opacar el brillo de Brujas, relegándola a un segundo plano en los mapas de las rutas comerciales. Sería el turismo, siglos más tarde, el encargado de revivirla.
Tarde o temprano, al visitar la ciudad el viajero escuchará una vieja historia: se cuenta que a principios del siglo XIV el pueblo de Brujas se rebeló contra el ejército francés que por entonces la ocupaba, y se lanzó a asesinar enemigos sin miramientos. Fueron los llamados “Maitines de Brujas”. ¿Pero cómo identificar a los franceses? Las diferencias lingüísticas hicieron su aporte a la guerra: bastaba hacerles pronunciar a los enemigos las palabras “schild ende vriend” (escudo y amigo), que los franceses jamás podían reproducir con fidelidad, para que la frase traicionera los inculpara hasta la muerte. El visitante moderno no corre, en cambio, riesgo alguno: Brujas da la bienvenida a todos por igual, no se preocupa por la pronunciación y en general se vale tanto del neerlandés –está en la región flamenca de Bélgica– como del francés y el inglés.
La otra historia que siempre se cuenta es el origen local de la Bolsa de Valores. Se debe a una familia noble, los Van den Beurse, que descollaban en el comercio y tenían en su escudo de armas tres bolsitas de cuero como las usadas para guardar monedas (beurs es precisamente “bolsa” en flamenco). Igual que hoy, los comerciantes que se congregaban en Brujas siempre estaban necesitados de dinero para sus transacciones: así, Van den Beurse se convirtió en intermediario y empezó a emitir papeles que son los ancestros de los actuales medios de pago. Además, la casa familiar era un auténtico centro comercial y de intercambio: de ahí a la creación y difusión de la Bolsa no haría falta mucho.
VISTAS DE BRUJAS La Plaza Burg es una de las más lindas y antiguas, rodeada de edificios históricos que son la carta de presentación de Brujas en postales y fotografías. Del gótico al barroco, se diría que todos los estilos están representados en el casco antiguo, pero todos en una versión particular que los hace inconfundibles. Sobre la Plaza Burg se asoma el edificio del Ayuntamiento, que data del siglo XIV y resume en sí mismo toda la riqueza y el poderío que alguna vez tuvo Brujas. La otra plaza imperdible es la Grote Markt, con el famoso Campanario de 83 metros de altura desde donde se hacían repicar las campanas en caso de peligro de incendio, y el Mercado Cubierto, sede del comercio de lanas y paños.
Desde allí sólo hay que dejarse llevar, para ir recorriendo muchas otras plazas, edificios y monumentos civiles y religiosos. Entre ellos el Poortersloge, sobre la plaza Jan van Eyck, donde solían reunirse los ciudadanos de Brujas y funcionó, en el siglo XVIII, la Academia de Bellas Artes. Sus líneas orgullosas albergan actualmente el Archivo de Estado.
Otra logia, la de los Genoveses, nació en la Edad Media cuando se instalaron aquí numerosos comerciantes extranjeros, entre ellos los del norte de Italia. A mediados del siglo XV, la logia era un complejo que reunía un almacén, una sala de reuniones y un lugar de ventas: toda una síntesis de la vida cotidiana de la atareada Brujas. Más tarde fue la sede de un grupo de tejedores, y se la conoció con el nombre de Saaihalle (por el nombre de un tipo de lana).
Aquí y allá, no dejan de llamar la atención en el centro antiguo una serie de casitas pequeñas y encaladas, reunidas alrededor de un patio o jardín. Prolijas y regulares, se las conoce como Godshuizen o Casas de la Caridad, y fueron construidas por los gremios de Brujas y sus burgueses más ricos a fines de la Edad Media para alojar a sus miembros enfermos o incapacitados. Además de sus fines nobles, precursores de la moderna previsión social, tenían la doble intención de mostrar el poder y prestigio de las familias que las habían encargado, y que naturalmente no olvidaban poner su nombre en la fachada. También servían de alojamiento a mujeres solteras, que a cambio se comprometían a rezar por sus benefactores y contribuir a la salvación de sus almas. Varios siglos después muchas de estas casitas siguen cumpliendo su función original, esta vez como residencias para ancianos.
Finalmente, Brujas es ciudad de arte: el museo de Groeninge, el Arents o el Gruuthuse lo prueban con impresionantes colecciones de arte flamenco y europeo. Pero para terminar la visita en museos realmente originales, se pueden visitar el dedicado al chocolate, todo un arte belga, y el consagrado a las papas fritas, otro invento de gran orgullo nacional. Curioso y completo, el museo conserva más de 400 objetos antiguos que solían utilizarse para manipular y preparar las papas, e incluye una sección dedicada a las papas fritas en el arte. Naturalmente, la visita no puede sino concluir con una tentadora degustación en una bodega que, como todo Brujas, atrae por su cálido ambiente medievalz
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