CORDOBA > TRAVESIA POR LAS SIERRAS GRANDES
Crónica del cruce de las Sierras Grandes por el camino de las Altas Cumbres rumbo a Traslasierra. Del otro lado, Mina Clavero, Nono y una sucesión de pequeños pueblos esperan a la vuelta de cada curva, invitando a la recreación y el descanso en los arroyos y los senderos de montaña.
› Por Graciela Cutuli
Una partida bien temprana y un largo viaje atravesando las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba precedieron al momento más esperado de unas vacaciones en busca de la frescura que sólo pueden brindar los paisajes serranos. Después de varias horas y algunos altos, al promediar la tarde y cuando finalmente los relieves de las Sierras Grandes se perfilan en el horizonte, nos encontramos al pie de las Altas Cumbres dispuestos a emprender el camino que lleva del otro lado de la barrera montañosa.
A simple vista se adivina que este cordón serrano es el más alto de Córdoba, casi mil metros por arriba de las Sierras Chicas y su “cumbre estrella”, el Uritorco. Aquí el que manda es el Champaquí, que casi roza los 2800 metros, y aunque según las vueltas del camino se hace más o menos visible, domina siempre este paisaje que en la luz de la tarde combina varios matices de ocre y verde. Interrumpidas sólo por el serpenteante trazado gris del asfalto, y surcadas por los valles de Punilla, Paravachasca y Calamuchita, del otro lado de las Sierras Chicas espera el plácido valle de Traslasierra.
ALTAS CUMBRES El camino de las Altas Cumbres se abrió a fines de los años ‘50, cuando se hizo necesario modernizar y volver más seguro el camino de los Puentes Colgantes, la ruta antigua de conexión entre los valles de Punilla y Traslasierra trazada a principios del siglo XX. Ese viejo camino abierto sobre huellas de caballos y mulas, cuya construcción se recuerda como una auténtica hazaña, es tan espectacular como clásico para el automovilismo: nada hay de casual en que Córdoba sea la cuna de grandes pilotos de rally, teniendo en cuenta la sucesión de curvas cerradas, los precipicios, los arroyos y los puentes que desafían el vacío kilómetro a kilómetro. Para el viajero común, sin embargo, promete más dolores de cabeza que placeres en el cruce de esa curiosa frontera natural que forman las Sierras Grandes.
El deseo del Cura Brochero, conocido pionero de los caminos de Traslasierra, que insistía ya a fines del siglo XIX en la necesidad de rutas mejores, se hizo realidad finalmente cuando se decidió abrir el nuevo camino de las Altas Cumbres, otra tarea titánica por lo accidentado de los relieves de esta parte de Córdoba, las numerosas quebradas y los arroyos que las cruzan. Exactamente los detalles que hacen de la ruta, totalmente asfaltada desde los años ‘90, un recorrido tan interesante como atractivo por las vistas que se extienden sobre las pampas de altura y los valles que sobrevuelan los cóndores.
Curva tras curva, van quedando atrás el Observatorio, con su cúpula semiesférica blanca sobresaliendo entre una espesa mata de vegetación bien verde; la Estación Terrena Bosque Alegre; el cruce del río La Suela; el paraje La Pampilla con el acceso al Parque Nacional Quebrada del Condorito; la Pampa de Achala; la estatua homenaje al Cura Brochero y su fiel burro; las nacientes del río Mina Clavero. Aquí y allá aparecen cascadas, senderos abiertos que parecen ir hacia la nada entre las piedras, rocas brillantes de mica y otros minerales que no sabemos identificar pero atraen con sus formas y vetas. Aunque el camino no es muy largo, podría llevar un día entero recorrerlo con detenimiento y parando en todos los miradores naturales, además de los sucesivos paradores que tientan con productos regionales y artesanías. Uno tras otro exhiben las tradicionales piezas en cerámica negra de la región de Traslasierra, tallas en madera, quesos saborizados, aceite de oliva y el menos conocido –pero exquisitamente aromático– aceite de maní tostado, un producto típico de la zona.
DEL OTRO LADO Ya anochece cuando finalmente bajamos de las Altas Cumbres a las puertas mismas de Mina Clavero. Atrás quedaron las curvas, y la frescura que ofrecía la altura, bien notable cuando el sensor del auto iba marcando menos grados a medida que alcanzábamos los puntos más altos de la ruta.
A la mañana siguiente nos esperan los ríos y arroyos de Nono, uno de los pueblos más plácidos y tranquilos de Traslasierra, aunque en los últimos años cada vez más visitantes pueblan sus calles sin asfalto y las orillas de sus cursos de agua inquietos. A casi mil metros sobre el nivel del mar, Nono respira y transmite un aire apacible. Desde lejos se ve la torre de la iglesia, lo único alto en este puñado de manzanas de casas bajas, con revoques que a veces dejan adivinar los ladrillos de adobe. Pequeño y organizado en torno de la plaza de la iglesia, por las noches el centro del pueblo se anima con una feria artesanal y gracias a los restaurantes que ofrecen empanadas caseras, pizzas en horno de barro, chivito y picadas, entre otras especialidades.
De día, la plaza y el centro están desiertos. Es la hora del agua, ese maná que fluye generosamente alrededor de Nono. El pueblo está enmarcado por el Río de los Sauces, un curso tranquilo, con playas extensas y aguas cálidas que corren al pie de las dos montañitas casi idénticas que dan nombre al lugar. La analogía es ineludible: tienen forma de pechos femeninos, y ése es el significado de la palabra “ñu-ñu”, en el origen de Nono. Llegamos a orillas del Río de los Sauces, después de recorrer pocos cientos de metros, de ripio bien consolidado, desde la ruta principal del pueblo. A ambos lados surgen casitas casi ocultas en los pastizales y complejos de cabañas, cada vez más numerosos. Y es frecuente ver, a las orillas del río, jinetes principiantes recorriendo los alrededores en cabalgatas guiadas, o paseantes silenciosos que eligen la bicicleta para meterse en el paisaje como quien recorre un cuadro.
A ORILLAS DEL RIO CHICO Del otro lado, el río Chico tiene un curso distinto, más encajonado y sobre un lecho al que sucesivos desniveles le dan el encanto de otras tantas cascadas y remansos. Casi desierto en algunos sectores, donde las aguas se acumulan mansas y devuelven en las últimas horas de la tarde el calor del sol, en otros es el punto de reunión preferido de jóvenes y familias para zambullirse o tomar mate en las orillas. Varios de los complejos de cabañas, además, ofrecen salidas directamente a distintos tramos del río Chico, y permiten aprovechar mejor una de las mejores horas del día: el atardecer, cuando poco a poco las orillas se van despoblando, las aguas quedan más solitarias y sólo pequeños grupos y veraneantes solitarios quedan sobre las rocas. El otro balneario para no perderse en Nono es Paso de las Tropas: se llega por un camino de ripio algo sinuoso, pero ofrece lindos paisajes a un lado y otro de la ruta, que pasa por arriba del agua levantando olas cada vez que transita algún auto. Sobre uno de los lados, chicos y grandes se entretienen zambulléndose y ocupando los lugares más privilegiados junto al “hidromasaje natural” que forma una pequeña cascada.
PASEOS EN CUATRICICLO No sólo en la costa se pusieron de moda estos vehículos patones que permiten recorrer los terrenos más irregulares. También los senderos de Traslasierra, agrestes y solitarios, ofrecen un panorama ideal para hacer las primeras pruebas. Después de un día disfrutando del agua, decidimos emprender una travesía que tiene punto de partida en una estancia de Las Calles, minúscula comunidad rural prácticamente pegada a Nono. Llamarlo pueblo tal vez sea muy ambicioso: es un puñado de manzanas dispersas, pero encantador, con sus casitas rodeadas de mariposas y las flores silvestres repartidas por doquier. Son las siete de la tarde, una de las mejores horas para escapar a un sol que puede ser ardiente, y el cielo está despejado después de un rato de llovizna. La otra opción es por la mañana temprano, cuando Nono recién se está desperezando con horarios de vacaciones.
Nada más llegar, nos reciben los perros y nuestros anfitriones, encargados de dar una breve instrucción de manejo de los cuatriciclos y probarnos los cascos. Una vez que cada uno estuvo instalado en el suyo, fue la hora de partir: así, de pronto el silencio se interrumpió con el ruido de los motores y empezamos nuestras primeras prácticas en algunos desniveles suaves. Los vehículos se van abriendo paso entre caminos de tierra que bordean algunos pastizales para vacas, y donde de vez en cuando se adivina un par de orejas inquietas: son las liebres, huidizas, que escapan a nuestro paso. Antes de lo que esperábamos, estamos llegando al fin del recorrido, y es la hora de dejar los cuatriciclos para volver rumbo a Las Calles, donde nos espera una degustación en Eben Ezer, una tradicional fábrica de licores artesanales que reúne los sabores más exquisitos e insólitos. Pero el cielo del atardecer nos depara un último regalo: es un arcoiris suspendido en el cielo, como flotante, formado por el juego del sol con las últimas e invisibles gotas de llovizna.
RUTA DE TRASLASIERRA El plan para el otro día era recorrer hacia el sur un tramo de la RP 14 que sigue el valle de Traslasierra y desemboca en Merlo, en la vecina San Luis. A diferencia de otras veces, ponemos el límite cerca, no más allá de Villa Las Rosas y el dique La Viña. El paisaje encadena pueblos donde siempre hay un motivo para detenerse y explorar. Así pasamos por Las Rabonas, sobre el dique La Viña, punto de concentración de numerosos pescadores, y más allá por Los Hornillos, la localidad más alta del valle, a 1100 metros snm. Desde aquí se proponen varias actividades de aventura y ascensos a los cerros La Ventana, La Totora y La Repetidora, que esta vez dejamos para otra oportunidad: tienta la idea de seguir avanzando en auto por la ruta tranquila, simplemente parando para tomar algo y ver artesanías al borde del camino. El siguiente pueblo, Los Pozos, también permite acceder al dique, y poco más allá Villa Las Rosas nos llama la atención por un emprendimiento dedicado al aceite de oliva extra virgen: es Olium, fundado hace una década por la familia Geier.
Las aceitunas son cultivadas en forma orgánica sobre una finca de más de 20 hectáreas, cuyo suelo muestra las virtudes que luego revela el sabor de los frutos y el aceite, su producto final. Aquí se lleva a cabo todo el proceso: la cosecha a mano, cuando la madurez alcanzó su punto justo; la recepción y el lavado de las aceitunas; la molienda y batido en frío que empieza a liberar el primer aceite. Finalmente se realiza el último paso, la extracción, separando el aceite del resto de la fruta con métodos mecánicos. Muy poco tiempo después, el líquido de un brillante color oliváceo está listo para ser embotellado, con la textura y el aroma totalmente intactos. Llevando con nosotros este perfume, emprendemos el regreso a Nono, para refrescarnos nuevamente en los ríos serranos y planificar, para los siguientes días de nuestra estadía, una recorrida esta vez más hacia el norte. El objetivo es pasar por la vecinísima Mina Clavero, villa Cura Brochero y, más allá, una de las estancias jesuíticas que forman parte del patrimonio de la humanidad: La Candelaria, de elegante perfil colonial. La misma que será también punto de partida de otro viaje, a futuro, por los más bellos rincones de las rutas cordobesas.
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