MINITURISMO
VISITA A LA RESERVA ECOLóGICA RIBERA NORTE
Entre las garzas de San Isidro
En el partido bonaerense de San Isidro existe una Reserva Ecológica Municipal que protege el último relicto de la original costa rioplatense. En un ecosistema de 10 hectáreas conviven 200 especies de reptiles, anfibios y aves. Y de octubre a abril, unas 600 garzas eligen este lugar para pasar el verano.
Por Julian Varsavsky
Salvo aquellas personas compenetradas a fondo con los temas ecológicos, pocos conocen que en el partido de San Isidro existe desde 1988 una Reserva Ecológica Municipal con un sendero de interpretación autoguiado de 1200 metros, en cuyo recorrido se pueden ver unas 200 especies de aves, reptiles y mamíferos.
A lo largo de los últimos 4 siglos, la mano del hombre fue modificando toda la costa rioplatense en un proceso gradual que destruyó la armonía de sus ecosistemas. Por mero azar –como ocurrió con la Reserva de Costanera Sur–, al lado del Club Náutico de San Isidro quedó un “baldío costero” que permaneció intacto desde siempre. Y por fortuna, un decreto municipal de 1988 convirtió el “baldío” en reserva, resguardando el último relicto de lo que fue alguna vez la franja costera del Río de la Plata. Pero lo más asombroso es la diversidad biológica que habita este sector de apenas 10 hectáreas, pegado a la ciudad. Entre las distintas especies que viven allí, quizá lo más sorprendente es la gran cantidad de garzas que llegan en primavera desde Entre Ríos y Corrientes para instalar sus nidos y pasar el verano, hasta que en otoño emprenden otra vez su vuelo migratorio.
El recorrido de la reserva se realiza por un angosto senderito con pantanos y una tupida vegetación a cada costado. Para descubrir la fauna se requiere de mucha paciencia y silencio, técnicas que por lo general no fallan. El canto aflautado del federal delata la presencia de este pájaro negro con la cabeza de color rojo fosforescente, uno de los más hermosos de todo el país. Luego de un buen rato de búsqueda, lo encontramos jugando a las escondidas entre las ramas más altas de un sauce.
Pajonal y pajaritos A lo largo del trayecto se va pasando por los diversos ambientes naturales bonaerenses: el pajonal –con sus totoras y cortaderas–, la laguna de 1800 metros cuadrados, el matorral ribereño y sus sarandíes, el bosque de sauces y el de alisos, los bañados, la costa y el último ceibal que queda en toda la ribera norte del Río de la Plata.
El área de la laguna está totalmente cubierta por repollitos de agua y camalotes, a tal punto que prácticamente no ve el agua. Allí habitan 10 clases de ranas y sapos, coipos –o falsa nutria– y tortugas de agua que suelen asolearse en la orilla a toda hora del día. Por el camino se cruza cada tanto un lagarto overo y las mariposas aletean por doquier, incluso “llevándose” a los turistas por delante.
Una “joya alada” que aparece de repente es el refinado colibrí garganta blanca. Además hay otro picaflor –el “bronceado y verde”– que deslumbra cada tanto con su galante vuelo para libar el néctar de las flores.
Entre las aves esquivas se cuenta al ñacurutú, el búho más grande de América. Pero también hay patos barcinos, un pajarito llamado celestino -de color azul–, rapaces como el carancho, gallinetas y horneros. La gran mayoría de las 168 especies de aves que hay en la Reserva son autóctonas del ambiente ribereño, al igual que el 80 % de las especies vegetales. Así se conforma un ecosistema muy equilibrado que los dos guardaparques de la Reserva y el equipo de voluntarios tratan de preservar eliminando las especies vegetales exóticas como el ligustro, que avanza sobre las demás.
La visita nocturna Una vez por mes, en noches de luna llena, se realiza una sugestiva visita nocturna. A diferencia de la excursión tradicional, en este paseo se aprovecha la semioscuridad y el silencio que reina en la Reserva para aguzar los sentidos y percibir sus sonidos, olores y microclimas, ya que en verdad prácticamente no se ve nada.
La recorrida comienza 40 minutos después que oscurece, cuando ya no hay mosquitos. Al pasar junto a la laguna se escucha un concierto de ranas e insectos ocultos entre el follaje. Al avanzar vamos percibiendo los distintos microclimas que, increíblemente, posee una reserva tan pequeña. Cuando transitamos el matorral ribereño –que almacena mucho rocío– se advierte una temperatura más baja, y al bordear el pantano se descubre queel clima es más templado. Además, en ciertos lugares se distinguen corrientes de aire que forman una herradura.
El guía nos muestra ciertas flores que sólo se abren de noche y poseen su polinizador nocturno, como corresponde a un ecosistema perfectamente entrelazado. En las noches templadas el espectáculo mayor se da en la laguna, cuando la sobrevuelan millares de luciérnagas.
Uno de los fenómenos más sorprendentes que nos explica el guía es el gas metano que producen las hojas en descomposición debajo del barro de la costa. Sólo cuando el río está alto se puede llevar a cabo el experimento para detectar el gas, que consiste en pinchar el borde del pantano y encender un fósforo: una llama azul, muy pura, surge del barro y se extingue enseguida.
A veces es posible observar a los murciélagos cazando insectos en vuelo, y casi siempre escuchar el sonido de las garzas, una especie de “glu glu glu” que más que canto parece una gárgara constante. Por el oído se puede distinguir entre estas aves a la garza bruja, cuyo grito es comparable a un ladrido seco, o a la garza mora, por su chillido. La reserva también tiene pájaros que sólo cantan de noche, como el zorzal colorado –dueño de un canto melodioso– y el chingolo, que pronostica viento sur con su silbido. Si de mirar se trata, la mayor sorpresa la deparan los tucu-tucu, unos insectos de ojos redondos con una luz constante, sin la intermitencia de la luciérnaga.
La visita nocturna varía mucho entre noche y noche, y hay quienes la realizan repetidas veces. El cupo está limitado a 22 personas, y se debe reservar con antelación. La próxima será el martes 15 de febrero.