Dom 18.04.2010
turismo

URUGUAY MONTEVIDEO, LA OTRA ORILLA

Botija del Plata

La otra capital rioplatense, donde el mar y el Río de la Plata se funden y confunden, vibra al ritmo del candombe y se alimenta de la poesía tanguera. Paseos por la rambla, los parques, la feria Tristán Narvaja y el tentador Mercado del Puerto.

› Por Texto y fotos Guido Piotrkowski

El Río de la Plata, casi un mar, frente a una Montevideo antigua y moderna.

“Cuando el viajero llega de Europa en una de esas naves que los primeros habitantes del país tomaron por casas volantes, lo primero que divisa, una vez que el vigía ha gritado ¡tierra!, son dos montañas: una de ladrillos, que es la catedral, la iglesia madre, ¿la matriz? como allá se dice; y otra de piedra, salpicada de algunas manchas de verdura, y culminada por un faro: esta montaña se llama el Cerro (...). Fue Juan Díaz de Solís quien, hacia comienzos de 1516, descubrió la costa y el Río de la Plata. Lo primero que vio el vigía fue el cerro. Lleno de alegría, gritó en lengua latina, ¡Monte videu!”.

(Alejandro Dumas, fragmentos de Montevideo o una nueva Troya)

Si Buenos Aires es la Reina del Plata, ¿qué adjetivos le pueden caber a Montevideo, su hermana menor, su vecina, su alma gemela? Podría ser, quizá, la Princesa del Plata, pequeña, radiante y protegida por un centinela, el cerro, que desde sus 130 metros de alto custodia la entrada al puerto.

Montevideo es una urbe familiar, amena y amigable. Si hay algo que no debe envidiarles a muchas de sus pares latinoamericanas es el frenesí con que conviven. La capital uruguaya, que respira tango y transpira candombe, es simplemente una ciudad con toques pueblerinos, de vecinos que ceban mate con asombrosa destreza al andar y hasta dentro del ómnibus; una capital para caminar lentamente por la rambla luego de la jornada laboral y contemplar las mismas aguas por donde entraron los conquistadores en busca de las riquezas del nuevo continente.

LA CIUDAD VIEJA La Puerta de la Ciudadela es señorial, y aunque hoy es meramente decorativa, fue parte de la muralla que en los viejos tiempos tuvo la función de proteger Montevideo de posibles invasiones. Ubicada frente a la Plaza Independencia, separa el casco antiguo de la ciudad vieja de la efímera y modesta modernidad que se abre hacia fuera.

Sus calles empedradas, su arquitectura colonial y la movida de bares y restós que se instalaron en la trasnochada peatonal Sarandí invitan al paseo por un barrio con historias de conquistadores y un presente de noctámbulos, arte y artesanos. Locales y visitantes se entremezclan generando un mosaico de nacionalidades, una suerte de Babel sin pérdida de identidad propia.

La Catedral Metropolitana, el Cabildo, el Museo Torres García y el teatro Solís –cita obligada con la música y la danza clásica– son algunas de las más hermosas construcciones que alberga el casco histórico de Montevideo, fundada entre los años 1724 y 1726 por Bruno Mauricio de Zabala.

Un tanto más alejado de esta zona –aun dentro de los límites de la ciudad vieja– se encuentra el famoso Mercado del Puerto. El sábado es el día para darse una vuelta por aquí, donde pintores, músicos y artistas callejeros dan color a un entorno rodeado de tiendas de ropa de cuero.

El gran portón de acceso frente al río es la entrada al delicioso mundo del asado uruguayo. Las gigantescas y humeantes parrillas no dan tregua al parrillero, que suda a mares, controlando el punto exacto de las carnes y achuras que se cocinan a las brasas.

Hay que probar las pamplonas rellenas de queso, jamón y morrón, o el clásico sandwich de chivito, platos típicos e irresistibles de estos pagos. Como aperitivo, animársele al “medio y medio”, una tradicional bebida uruguaya, mezcla de espumante y cava, que se toma bien frío. Quienes conocen la historia aseguran que fue un invento de la casa Roldós, muchos años atrás, dentro del mismísimo mercado.

En el ambiente hay murmullo y también música. Un viejo bandoneonista se pasea dentro del predio ofreciendo tangos al pasar, y los grupos de candombe redoblan sus tambores sobre la calzada como en tiempos de Carnaval.

LA FERIA, LA PLAYA, LOS PARQUES, La Tristán Narvaja, la feria más atractiva de Uruguay, sorprende cada domingo en el barrio El Cordón, a lo largo de siete cuadras. ¿Qué podrá encontrar el viajero curioso, el coleccionista inagotable, el regateador incansable? De todo, simplemente. Porque aquí las pipas conviven con las biblias, las postales de un Montevideo que ya no es con antiguos muebles señoriales, los discos de pasta con cueritos de canilla, viejos libros e incunables con nuevas ropas, antiguos juguetes con platos y botellas, fonógrafos con gallos, gallinas y tarántulas. La feria abre de 9 a 16, y si al terminar el recorrido llama el apetito, nada como un buen pescado frito. El que hacen sobre la calle La Paz es famoso. Desde allí, derecho a la rambla, a tomar un baño de aire marino.

El clima uruguayo no invita a ir a la playa todo el año, pero a partir de la primavera las arenas montevideanas comienzan a subir su temperatura y las entreveradas aguas del río y el mar refrescan el aire urbano, hasta los primeros días del otoño.

Pocitos, Buceo, Malvin o Carrasco son algunas opciones a la hora del windsurf, fútbol, pelota paleta, y largas rondas de amargos hasta el atardecer. Pocitos, plena de bares y restaurantes muy recomendables, está a unos diez minutos del centro. Hacia el este le sigue Buceo, enclavada en un barrio más tranquilo, con un puerto deportivo y la isla de las Flores al frente, ideal para un día de pesca. Poco después Malvin, una extensa bahía con una atractiva panorámica de la ciudad. Finalmente, Carrasco, está ubicada en el coqueto y residencial barrio homónimo, de grandes caserones y calles arboladas.

El Paseo del Prado y el Parque Rodó son los pulmones de la ciudad. Mucho verde, árboles, y aire fresco. En el Prado hay un jardín botánico y un rosedal con una bellísima pérgola, además de varias estatuas con motivos gauchescos e indígenas. Y el Parque Rodó es conocido como tradicional paseo de fin de semana; allí, las parejas se acurrucan en el pasto o pasean en bote por el lago, y los niños tienen su propio espacio de juegos. Además, los domingos hay una feria donde se puede conseguir de todo.

El Mercado del Puerto, la entrada al delicioso mundo del asado uruguayo.

TANGO Y CANDOMBE Hasta aquí llegaron los tambores africanos con toda su fuerza, con el sufrimiento de aquellos esclavos que fueron arrancados de sus tierras y arrastrados hacia el nuevo continente. El candombe, la música típica por excelencia, seduce a todos. Tres tamboriles hechos en madera con una lonja de cuero en su boca superior, de tamaños y sonidos diferentes, del agudo al grave, le dan color y textura a este ritmo cuyos repiques se oyen en cada esquina, donde las lonjas se calientan a fuego lento.

Nacido en los barrios negros y gestado en sus conventillos, se afianzó emblemáticamente a lo largo del siglo XX. Es parte esencial del Carnaval uruguayo, autoproclamado el más largo del mundo, que comienza en enero y no finaliza hasta marzo, invadiendo las calles de esta pequeña gran ciudad de una carga energética pocas veces vista.

El otro ritmo que marca a fuego Montevideo es el tango. Hay quienes sostienen que el tango es uruguayo, y que Carlos Gardel lo es también: habría nacido en la localidad de Tacuarembó, vieja disputa entre charrúas y porteños. Uno de los argumentos de aquellos que sostienen esta teoría pro uruguaya para el 2x4 es que la industria fonográfica se instaló en la capital argentina a comienzos del siglo XX, y llegó a Uruguay recién por los años ‘40. “La Cumparsita”, emblema tanguero en todo el mundo, fue compuesto en Montevideo en 1915, pero grabado en la capital argentina.

Orígenes aparte, son muchos los extranjeros que llegan hasta las costas del Río de la Plata cautivados por el 2x4. La oferta de enseñanza y los tango tours crecen en proporción al turismo, y Montevideo cuenta hoy en día con un abanico amplio de opciones interesantes.

Así es Montevideo, cultora del tango y cultivo del candombe, de hablar lento y pausado. Una capital que no lo parece, una bocanada de aire urbano con toques de pueblo.

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