Dom 02.05.2010
turismo

AL SUR DE FLORIANóPOLIS

Un bar, mil historias

Pantano do Sul es una de las últimas villas de pescadores del litoral catarinense, la enorme región que alberga a Camboriú y Florianópolis entre sus principales ciudades. Pero allí la playa, bellísima y calma como pocas, cede protagonismo a un reducto de novela: el Bar do Arante.

› Por Pablo Donadio

Resulta difícil imaginar un destino brasileño que no comience por su paisaje, por el halago a sus aguas tibias y transparentes, a las finas arenas o deslumbrantes morros. Tan difícil como identificar que no es pintura blanca lo que cubre las paredes de la entrada del Bar do Arante, sino cerca de 80 mil papelitos que cuelgan, salen, se apoyan, se apilan y surgen de los sitios más curiosos. Se trata nada menos que del gran icono de este pueblo pesquero que es Pantano do Sul, pequeño, encantador, colmado de historias. “Ahora shicos van a asombrarse. Aquí hay historia, bonita historia de los que pasaron por aquí”, asegura Celia Cabezas Jaramillo, guía que conduce al grupo de visitantes en caravana, apenas la combi entra en las callecitas empedradas de una de las últimas aldeas pesqueras del extremo sur de Floripa, la gran capital regional. Y si algo le faltaba a la impronta caribeña y pacífica de estas costas, era un bar así: de tamaño considerable, madera rústica y decoración con costillas de viejas ballenas en algún tiempo encalladas ahí mismo, a escasos 30 metros de donde rompen las olas.

PIONEROS Antes de entrar, y como si todo estuviese armado para la ocasión, un vendedor nos mira y pregunta: “¿Argentinos, no?”. El también lo es. O a medias ya, desde que tiempo atrás decidió radicarse aquí y changuear (hoy lo hace con unos juegos didácticos de madera) con lo que el sol do Pantano le ofrece a diario desde hace un par de años: “Vine de visita, pero ¿por qué me quedé? El amor y estas playas son un combo atrapante, hermano”, asegura Marcelo “Marcelinho”, y ríe.

La sonrisa, precisamente, es lo primero que ofrecen también los mozos del bar, que nos reciben en la puerta y por delante de una catarata de papelitos que salen de todos lados. Sentados a las mesas y a la espera de las bondades del cercano Atlántico, el propio menú del bar-restaurante profundiza el relato de la guía, y cuenta que el viejo Arante Monteiro y Osmarina Maria, su mujer, comenzaron con el rubro en 1958, cuando el lugar era el paraje de unos pocos pescadores. “Prácticamente no había nada aquí”, dice Arante filho, el mayor de los siete hijos de la pareja, cuatro de los cuales han pasado o aún pasan sus días en relación con el bar, según dedujo este cronista del extraño portuñol del anfitrión.

Lo cierto es que un par de años después de su inauguración, aquella creciente despensa de alimentos y tabaco se trasladó a la playa donde se encuentra hoy, para servir la ardiente agua de caña conocida como cachaça, y un pescado frito que hizo estragos en la costa generosa. Poco a poco fue asentándose como un comedor diario y no ya un lugar de paso, e incluso supo ser hospedaje de algunos legendarios pescadores borrachos durante más de una noche, cuando doña Osmarina ofrecía algunas frazadas para que se acomodaran y compusieran.

Años después la playa ubicada a 30 kilómetros del centro se puso de moda, especialmente para jóvenes mochileros de San Pablo y Río Grande do Sul. Ellos fueron los verdaderos responsables de la onda de los “papelitos”, y su historia no tiene desperdicio: ya instalado Pantano do Sul como un paraíso mochilero, muchos grupos dejaban a sus amigos un “recado”, datos de acampe o noticias de la temporada en el bar, único paraje de la zona que permanecía abierto y de paso para quienes cruzaban de lado a lado esas playas. No había luz ni teléfono, y desde luego tampoco correo electrónico, lo cual hacía de los “papelitos” la única vía de contacto posible para dar señales de vida. Al principio, cuentan, se escribían mensajes en servilletas, hasta que la masividad supo implementar cintas y papeles pequeños, muchos de los cuales muestran su humedad y color amarillento, mezclados como pequeños mosaicos entre los más blancos y nuevos. Tienta leerlos, pero resulta imposible hacerlo –ni siquiera seleccionando un metro cuadrado– por la cantidad y amontonamiento.

FRUTOS DEL MAR La seqüencia de camarao, el plato estrella del bar, causa prácticamente el mismo asombro que los miles de papelitos de turistas latinoamericanos, europeos y hasta japoneses. Zona agraciada para quienes gustan de los mariscos, allí Floripa exhibe a todas luces su condición de mayor exportadora de ostras y mariscos de Brasil, que en lo de Arante se sirven con gracia y mucha pero mucha abundancia. Por unos 80 reales, los mejores frutos de mar son expuestos casi artesanalmente: camarones en tres formas de cocción (rebozados, al vapor y al ajo con aceite), cangrejos y buñuelos de pescado forman “la picadita”, completada por dos grandes filetes en salsa, con arroz, papas fritas y ensalada. De allí, holgadamente, comen entre tres y cuatro personas, que terminan de encenderse, como dicen aquí, con la potente cachaça.

También hay otros platos clásicos de la región, como las exquisitas ostras gratinadas en su cáscara, los mejillones en su concha y deliciosos platos que incluyen pescados grillados o al horno, como la merluza. Caipirinhas, caipiroskas (con vodka reemplazando la cachaça) y jugos de la sabrosa fruta del maracuyá marchan también y con velocidad entre sus mesas. Mientras el mozo retira los pocos restos de la seqüencia, Arante hijo cuenta que el mensaje más viejo lleva casi 40 años, y corresponde a un viajero que agradece a Dios haberlo topado con este “paraje maravilloso” después de varios días de soledad. Lo guarda en su casa y como si fuera oro, ya que éste, como varios de los viejos recados, no resiste el paso del tiempo, se despega o alguien, intentando colocar el suyo (¡ya no hay lugar desde hace años!), lo tira sin querer. “Guardamos en la casa los que se caen, porque son parte de la historia del lugar, de la vida y los sueños de nuestros visitantes. Aquí han podido expresarse muchos anhelos de un país mejor durante la dictadura, y algunos son verdaderamente poéticos e inspiradores. En un tiempo fueron contados y había cerca de 70 mil. Ahora deben superar los 80”, asegura Arantinho.

Buena música mediante y entre jarritas de cachaça que no paran de llegar, va planificándose el paso siguiente del grupo por la costa catarinense, que incluye otras bellezas cercanas, matizadas todas por los barquitos pescadores, que llenan las costas de frescos mariscos y cierto aire de nostalgia. Como en casi toda la región, este espacio es también un área fértil para el paseo, la pesca y el surf y, alejados unos pocos kilómetros, el turismo ecológico se pone a tono con paseos por la mata atlántica, caminando o a caballo, y la fabulosa experiencia del buceo (con bautismo incluido por 50 reales) en la cercana y misteriosa isla de Arvoredoz

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