NORTE INCAICO
De belleza colonial y tierra generosa, esta ciudad del norte peruano conserva una magnífica Plaza de Armas, visible desde el cerro Santa Apolonia. Aquí se recuerda la trágica historia del Inca Atahualpa y se puede descubrir la ancestral riqueza de los valles andinos y sus pobladores.
› Por Tomas Forster
En la sierra norte de Perú, asentada en un fértil valle a 2720 metros de altura, Cajamarca sorprende al viajero por su belleza bucólica y su calma profunda, aunque es la ciudad más importante de la región y capital del departamento del mismo nombre. Atravesada por una intensa e intrincada historia, rodeada de campos sembrados por la mano sabia y ancestral de sus nativos, generosa en cada perspectiva, Cajamarca dio en los últimos años un salto turístico que tiene muchas y buenas razones. Las del paisaje y la cultura son algunas; otras tienen que ver con costos adaptables al viajero “gasolero”, y una comida típica que se cuenta entre las mejores de los Andes peruanos.
Bajo la atenta mirada del cerro Santa Apolonia, en quechua Rumi Tiana, surge en torno de la Plaza de Armas un centro histórico impactante, réplica viviente de la era colonial. Allí, el inquieto caminante debe sosegarse ante la imponente presencia de iglesias como la de San Francisco, la Catedral o la Recoleta, contiguas a grandes casonas de arquitectura colonial y clásicas callecitas empedradas. Contrasta, como excepción y mito simbólico de la grandiosidad prehispánica, el célebre “cuarto del rescate” donde el Inca Atahualpa ofreció pagar su libertad en cuantiosas monedas de oro y plata al conquistador Francisco Pizarro.
LA OTRA CAJAMARCA El buscador que no se conforma con el barniz turístico intuye que hay otras posibilidades; sospecha que Cajamarca no agota sus posibilidades en su núcleo urbano. Es que, a diferencia de otras ciudades adornadas en las partes estratégicamente más visibles, Cajamarca no pierde nunca su encanto. Al contrario: es tal vez al alejarse cuando comienza a verse una ciudad con más identidad propia, capaz de descubrir su estado más genuino sin necesidad de maquillaje. Este estado es el de su gente, que hace de las calles un lugar de presencia y trabajo, consolidando la economía informal como un pilar básico de la subsistencia y al mismo tiempo una interesante forma de autoabastecimiento. Es que la ciudad que consume y el campo que la alimenta parecen conectados con una armonía difícil de encontrar en otros valles andinos.
Al calor de estas primeras observaciones el caminante comienza a perderse voluntariamente, haciendo surgir nuevas calles como vías inesperadas de inmersión en la incesante voluptuosidad de los sentidos. Sin previo aviso se pasa del contacto con los olores, colores y sabores de los típicos mercados populares, reino de las venerables cholas andinas, a la charla infaltable sobre Maradona con niños que patean una botella que hace las veces de pelota. Seguirá el paso por un bar algo sórdido, en el que es imposible rechazar una refrescante cerveza invitada por taciturnos viejos que parecen pasear sus tardes entre las sombras del alcohol. Y de pronto, el crepúsculo se impone para admirar el verde y abrupto paisaje que nace en los confines de Cajamarca. La urbe deviene prado; el cemento, naturaleza, pero la diferencia no se siente tanto en la templada Cajamarca. Algunos campesinos aran con bueyes mientras aprovechan los últimos rayos de luz. Una chola anciana sentada a lo lejos parece contemplarnos, como interrogándonos con su mirada de siglos. Cajamarca, la otra gran ciudad inca del Perú, tiene mucho para decir.
LOS BAÑOS DEL INCA A seis kilómetros de Cajamarca se encuentran los famosos Baños del Inca, las termas más importantes del Perú por su aforo de aguas y su perfil histórico. Se dice que en este lugar se encontraba descansando el Inca Atahualpa a la llegada de los españoles, en 1532. Las aguas que brotan de los manantiales naturales a más de 70 grados le otorgan un gran valor terapéutico, y han sido utilizadas desde la época preincaica. Actualmente conforman un complejo turístico con bungalows familiares, un albergue juvenil, varios pabellones con pozos, una gran piscina temperada, sauna y establecimientos de venta de artesanías y comidas típicas.
OTUZCO Y COMBAYO Las civilizaciones preincaicas de Cajamarca sepultaban a los muertos excavando nichos en la roca y colocando allí a los difuntos, en lo alto de los barrancos. Estos enigmáticos lugares fueron conocidos popularmente como “ventanillas”. Dos de ellos están cerca de Cajamarca: la necrópolis de Otuzco, a siete kilómetros, y la de Combayo, a veinte kilómetros en la misma dirección. Ambas se caracterizan por las criptas construidas en farallones rocosos, a modo de un variado mosaico funerario. Aunque la mayoría de las cavidades son nichos simples, hay algunos familiares o múltiples, comunicados mediante pasadizos laterales. Las ventanillas de Combayo, más numerosas que las de Otuzco, tienen además el atractivo de encontrarse en la ruta del “Cometa Ventrigris”, una variedad de colibrí o picaflor única en el mundo y en peligro de extinción, que tiene su hábitat en el cañón del Sangal formado por el río Chonta. Se recomienda dar una vuelta a caballo alquilando los suyos a la propia gente del lugar (se puede arreglar un precio accesible, para conocer más del encanto local).
HISTORIA DE CAJAMARCA La última fase de desarrollo cultural autónomo de Cajamarca se inició hacia el año 1200 de nuestra era. En este período se gestó el reino de Cuismanco, cuyo centro principal se ubicó en la urbe actual. La invasión por parte de los incas ocurrió alrededor de 1456: fue entonces cuando se produjo la primera gran desarticulación social y cultural de la ciudad. El jefe inca de aquel entonces, Pachacútec, transformó a Cajamarca en el centro de redistribución de bienes más importante del norte del imperio. La ciudad llegó a tener una población de 3000 habitantes, se impuso el quechua y se subordinaron las divinidades anteriores al culto solar.
Después de iniciada la conquista, el 15 de agosto de 1532, Francisco Pizarro partió con una expedición de doscientos hombres hacia Cajamarca. Su llegada coincidió con una prolongada guerra civil entre los hermanos Huáscar y Atahualpa, guerra que había debilitado el Tahuantinsuyo. Al enterarse de que Atahualpa se hallaba en Pultumarca (actualmente los Baños del Inca), Pizarro envió una delegación para concertar una reunión al día siguiente, mientras preparaba una emboscada para capturarlo. El Inca acudió a la cita la tarde del 16 de noviembre de 1532, ingresando a la plaza con un séquito de más de tres mil quiteños. Luego de que el fraile dominico Valverde lo exhortó a aceptar la religión cristiana y someterse a la autoridad del rey de España, gesto que Atahualpa respondió arrojando la Biblia al suelo, los soldados españoles arremetieron con sus caballos y armas de fuego. El Inca fue capturado y ofreció por su libertad el equivalente a 5700 kilos de oro fino de veintidós quilates y 11.000 kilos de plata pura. Pizarro aceptó la cuantiosa suma, pero meses más tarde rompió su palabra y decidió acusar a Atahualpa por idolatría, fratricidio, poligamia, usurpación del trono, incesto e incumplimiento del rescate, condenándolo a la muerte en la hoguera. La pena le fue conmutada por la de garrote al abrazar la fe católica, antes de su ejecución, el 26 de julio de 1533.
Después de estos hechos trágicos, la ciudad quedó casi abandonada hasta que la explotación de la mano de obra indígena y la instauración de la propiedad privada de las tierras crearon las condiciones para el establecimiento de los obrajes a mediados del siglo XVI. Con el paso del tiempo los ocupantes de Cajamarca llegaron a la cima de su ilegítima riqueza, generada por el trabajo que realizaban los indígenas en condiciones de semiesclavitud.
Ya en los años de la gesta independentista, mientras el ejército de San Martín ganaba posiciones en el norte de Lima, Cajamarca juraba su independencia el 6 de enero de 1821 plegándose al movimiento libertario impulsado desde la ciudad costera de Trujillo. En la década del 70 el gobierno popular de Velasco Alvarado realizó la reforma agraria, y con ella retornaron muchas de las tierras comunitarias expropiadas por las haciendas latifundistas. Era el definitivo comienzo de otra época para Cajamarca, una ciudad en eterno renacimientoz
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